ACTO DE MAGISTERIO
La Navidad de los Corazones
(Borrador: Traducción Automática)
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En la Cunita Jesús nace de nuevo para dar la Paz (Nm 6,24-26) y la Salvación, la Gracia y la Santidad a todos los que se postran ante Su Trono (Ap 3,21), para adorarlo, experimentarlo y amarlo.
La Cunita es el Lugar elegido por el Santo Padre, donde el Niño Jesús regresó (Jn 14,3) para nacer en el corazón de todos aquellos que desean que Su Amor penetre en sus corazones. Así sucedió en Belén; así, aún más, sucede hoy en la Nueva Jerusalén, dada la necesidad de amor que se manifiesta cada vez más en esta Tierra.
La Nueva Jerusalén (Ap 21,2) es el Ángulo del Paraíso en la Tierra, donde el Niño Jesús quiere hacer vivir a todos Su Amor sincero, Amor vivo y puro, para que los hijos, besados por Su Amor, crezcan y vivan en santidad, lejos de todo pecado, para poner en el centro el Amor de Dios, el pegamento entre el corazón de los hijos y el Corazón del Padre (Is 65,17-25).
Aquí está la Cunita del Niño Jesús: un Corazón palpitante, un Corazón vivo, que quiere compartir su Latido, que quiere hacer vivir los corazones, especialmente los corazones que llegan a él cansados, afligidos, espiritualmente muertos. Jesús los acoge en Su Corazón para hacerlos cada vez más vivos, cuanto más se abandonan estos corazones a Su Voluntad (Mt 6,10), a Su Amor de Niño y de Hombre Dios, que ha encontrado Su Descanso en la Tierra del Amor (Revelación de Jesús a Maria Giuseppina Norcia, «La Ciudad Santa», 23/06/1996).
Ven aquí, a descansar sobre Su Corazón (Salmo 131, 14).
Ven aquí, para descansar después de tantas fatigas (1Cor 15,58).
Ven aquí, para encontrar Oxígeno puro, dado el aire enrarecido que circula en este mundo (Sal 54,7).
Ven aquí, y descubrirás la Vida, la verdadera Vida; y la alegría de poder vivir bajo el estandarte del Niño Jesús. Este es el Camino que conduce los pasos hacia esta segunda y última Gruta, porque nunca habrá otra (Revelación de Jesús a Maria Giuseppina Norcia, «El Espíritu Santo», 13/09/1984).
Venid aquí, y seréis apagados para siempre (Jn 7,38).
Venid aquí, ante esta Gruta humilde y viva, donde el Niño Jesús espera de nuevo a sus hijos, a sus ovejas, para enseñarles a amar y transmitirles el verdadero Amor. Mirad la sencillez de todas las cosas. Dejad a los que alardean de santidad pero están desnudos del Amor de Dios, a los que, revestidos de humanidad, vestidos de púrpura y de precioso bisoño (Ap 18,16), tienen el corazón seco y pútrido y se han convertido en sepulcros blanqueados (Mt 23,27): en ellos ya no está el Espíritu, el Espíritu Santo, sino que habita un espíritu que quiere llevar a todos a seguirlos al abismo.
Venid aquí, a este monte (Jn 4,20-21), a adorar al Niño Jesús, a descubrir Su Rostro (Revelación de Jesús a Maria Giuseppina Norcia, «El verdadero Rostro de Jesús», 18/06/1995), Su Sonrisa, Su Amor infinito. Os cubriréis del color más hermoso: el blanco del Corazón de Dios, de Su Santidad, de la pureza de María, la Túnica más bella y más santa; no para ostentarla, sino para ser todos verdaderos hombres, para convertiros en verdaderos santos, los santos que construyen la Casa de Dios, habitan Su Iglesia y viven Su Espíritu (Espiritualidad, «La universalidad de la Iglesia de Cristo hecha de santos y de almas en la carne», 09/11/2018).
Esta es la Navidad de los corazones: nacer de nuevo en Cristo, con Cristo y para Cristo, ser juntos uno, como Jesús y el Padre son uno (Jn 10,30). Así los hijos en el Hijo (Jn 17,21), para ser todos en el Padre, la Vida eterna, Aquel que nos dio la Vida, un Don inmenso y precioso, cuyo valor es infinito. Por eso debemos defender siempre el don que nos ha dado el Padre: la Vida.
Esto debe ser la Navidad para todos: vivir y querer vivir en Aquel que es la Vida (Rom 6,23), comprender el Cielo, el destino final, la plenitud que en la Nueva Jerusalén está.
La Cunita es el Tabernáculo del Amor (Revelación de Jesús a Maria Giuseppina Norcia, «»El« Tabernáculo de Jesús», 19/06/1994), el lavatorio de cada alma, para renacer en el Niño Jesús que bajó del Cielo (Hch 1,11) para volver el alma pura y santa, para que el alma, purificada y renovada, pueda unirse a Aquel que todo lo creó.
He aquí esta Casa, Símbolo de Vida, Símbolo de Victoria sobre el pecado; Símbolo del Amor que conquista los corazones y vence toda esclavitud, corta toda cadena, rompe todo lazo inicuo, consume todo lo pútrido. Sólo así se renace verdaderamente a una vida nueva (Jn 3,4-5), dando un giro vivo a la propia vida, cortando todo lo que ata a este mundo para volar hacia Dios, entre los Ángeles y los Santos, que cantan «Alabada sea María y gloria al Señor; gloria en las alturas del Cielo».
He aquí el Cielo que en esta Madre Tierra se ha abajado para convertirse en un solo Cielo (2 Pe 3,13; Ap 21,1), para hacer comprender al mundo entero que nada es posible sin el Amor de Dios.
El desamor conduce a la guerra, a la separación entre lo divino y lo humano, entre la soberbia del hombre y la nobleza del Cielo (Sal 119,7). El desamor lleva a la división, a la incomprensión; enfrenta a hermanos contra hermanos, a Pueblos contra Pueblos, a Naciones contra Naciones.
El desamor, la división, la incomprensión, el egoísmo y la rivalidad no son «Navidad», sino que conducen a la muerte de los pueblos, a la muerte del hombre, que no quiere arrepentirse en el Signo enviado por Dios: el Ancla de la Salvación, la Flor Fragante, el Brote de Jesé (Is 11,1), para devolver a todos la vida, para poder vivir la Vida verdadera, en Cristo, con Cristo y para Cristo.
Mientras el hombre intente dominar a su hermano, quitar la libertad a los demás, nunca podrá tener Paz, pero invocará sobre sí la Justicia del Padre, esa Justicia que pronto será definitiva (Sal 7,18) y la palabra «Pax» se verá arremolinarse en el Cielo (Revelación de Jesús a Maria Giuseppina Norcia, «La Familia Divina y la Escalera de Oro», 25/12/1988). Y en ese momento será verdaderamente la Paz.
La Paz es el deseo vivo (Sal 28,11) que se eleva hoy desde esta Casa para llegar al corazón de cada niño, del Pueblo Santo de Dios, del Pequeño Remanente del Israel de Dios (Is 4,3): el Pueblo odiado por los poderosos del mundo pero amado por Dios, porque con la ayuda de Dios este Pueblo ganará la buena batalla (2 Tim 4,7), para vencer al pecado y a todo lo que es injusto.
¡Hijos de Dios! Que haya Paz en vuestros corazones (Sal 121,6-7). Que haya Santa Armonía en vuestros corazones. Que haya una verdadera Fiesta, porque el Niño Jesús ha regresado y está en medio de nosotros (Revelación de Jesús a María Josefina Norcia, «El Regreso de Jesús», 30/10/1994). Esta es la certeza -ya no la esperanza- que habita en el corazón de los hijos de Dios.
Paz a todos los hombres de buena voluntad que buscan la Verdad (Sal 84,11).
Paz a todos los que vienen a la Nueva Jerusalén, donde Dios ha levantado Su Tienda para dar a Sus hijos Su Paz (Ap 21,3).
Aquí está la Tierra Santa, la Casa de Dios entre los hombres, la Casa donde todos pueden cuidar al Niño Jesús y entregar su Amor a Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6).
Que ésta sea la Navidad de la Paz (Lc 2,14), de la Alegría infinita y de la verdadera Fraternidad para todos los corazones que han encontrado la Vida en esta Casa, para vivir y hacer vivir a muchos la única Fraternidad que está viva en Cristo el Señor. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
25 de diciembre de 2024
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Samuele