ACTO DE MAGISTERIO
María, Puerta Santa de los Hijos de Dios
(Borrador: Traducción Automática)
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En la Cunita del Niño Jesús, la Cuna del Amor, late el Corazón del Divino Niño, que bajó aquí (Hch 1,11) para traer a todos la Alegría, la Paz y el Amor de Su nueva Navidad: Su Regreso entre nosotros (Revelación de Jesús a Maria Giuseppina Norcia, «El Regreso de Jesús», 30/10/1994).
Todos los que con fe se acerquen y entren por esta Puerta Santa (Ap 4,1) oirán el Latido del Divino Niño, un Latido presagio de alegría y santidad, para llenarse de Su Amor infinito, que es la Fuente de la Vida eterna (Sal 35,10).
Una es la Puerta Santa que conduce al Corazón del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y Su Nombre es María (Lc 1, 27b), el Nombre más amable y hermoso que existe. María, Puerta del Cielo; María, Puerta que lleva a los niños a ver el Cielo; María, Puerta que introduce a los niños en el Corazón del Padre, que es la Salvación (Ap 7,10).
Quien quiera vivir plenamente la Navidad de Cristo, renacer puro y santo en Cristo Señor y entrar en el Pacto de Amistad con Dios Padre Todopoderoso, cruza el umbral del Corazón de María, pidiendo perdón (Sal 50; Lc 1,54), venciendo toda resistencia del propio «yo» para pedir a María ser acogido como refugiado en Su Corazón Inmaculado, renacer a la Vida Nueva y luego ser refrescado y alimentado por Su sublime Amor, que es Santo y que en el Hijo es Persona. Y el Verbo se hizo de nuevo carne y vino a habitar entre nosotros (Jn 1,14).
He aquí la Navidad de Cristo y de sus hijos. He aquí la «necesidad» hoy, en estos últimos tiempos, de consagrarse a María (Acto Magistral, «Consagrarse a María es un Acto necesario», 14/10/2024), para renacer de lo alto, en el Espíritu (Jn 3,7), y acercarse a esta segunda y última Gruta (Revelación de Jesús a Maria Giuseppina Norcia, «El Espíritu Santo», 13/09/1984), donde late el Corazón del Niño Dios, que descendió entre sus hijos para darles una Vida nueva, para la eternidad.
Penetrando por la Puerta Santa, los hijos serán introducidos por el Espíritu Santo Amor ante el Trono de Dios (Ap 4,2) y encontrarán al Rey que los acogerá: el único Rey (Ap 15,3), bueno, santo y amoroso: El que acoge a sus hijos en el camino; El que acoge a sus ovejas anhelantes de amor; El que acoge a todos los que, a ejemplo de Jesús, son mendigos de amor (Revelación de Jesús a Maria Giuseppina Norcia, «Año Uno de la Nueva Era», 31/12/1994.
Aquí están el Hijo y los hijos, unidos en ese Amor mutuo y universal (Jn 15,9). Jesús es Aquel que va en busca del amor de todos para que el amor de los hijos, penetrando en Su Corazón de Dios, les sea devuelto puro y santo, nuevo, para que los hijos se renueven y se alimenten de Su Amor de Dios, de Hermano, de Amigo, para llegar a ser como Él.
Esta es la Navidad de Cristo (Rom 6,4): Jesús renace en el corazón de sus hijos para alegrarse juntos (2 Cor 3,6), para celebrar, en la espera del cumplimiento final, de ese momento eterno en que todo se abrirá para volver a abrirse y ser, para experimentar la santidad eterna.
Esto es lo que ya se vive en esta Casa: Casa, ya no de esperanza, sino de certeza; Casa, ya no de espera, sino de cumplimiento; Casa, de los hijos de Dios; Casa, donde Jesús encuentra su Descanso (Revelación de Jesús a Maria Giuseppina Norcia, «La Ciudad Santa», 23/06/1996).
Aquí está la Nueva Jerusalén (Ap 21,2), donde Jesús ha puesto su Trono, donde el Espíritu está despierto y vivo, santo y amoroso. Aquí el Señor espera a Sus hijos, para acogerlos a todos y salvarlos a todos, para imprimir en ellos Su Sello de Amor (Ap 7,4), el Sello del Dios Amor, para que todos vuelvan a vivir, al contrario de los que están espiritualmente muertos, ya no cuidan su corazón, su ser; y despreocupados de todo esto, han perdido el Amor, el contacto con Cristo, el Signo de renacimiento de esta humanidad.
Los que desean seguir viviendo, volver a vivir, comprender cómo vivir, vuelven a comprender el Vínculo profundo entre el Creador, que dio la vida, y las criaturas que se hicieron hijos en el Hijo de Dios (1 Jn 3,1-3).
Este es el Vínculo inseparable que debe unir el Corazón del Padre y del Hijo con el corazón de los hijos, a través del Corazón Inmaculado de María, Ella que genera y regenera, Ella que es el Entretejido de Amor entre el Hijo y los hijos (Revelación de Jesús a María Giuseppina Norcia, «María me consagro a Ti», 10/03/1986). En María este profundo Vínculo de Amor hará sentir a los niños el Estremecimiento del Amor, la Chispa Santa que conducirá a todos de nuevo a la Vida, para hacer sentir a los que quieren vivir el verdadero sentido de la Vida.
Esta es la Cunita del Niño Jesús, Corazón del Padre, donde está el Fundamento de la Vida. Pequeña Cuna: pequeña para el mundo, grande a los ojos del Padre (Revelación de Jesús a Maria Giuseppina Norcia, «El Sagrario de Jesús», 19/06/1994), que se la dio a sus hijos a tiempo y a destiempo para que, en el momento en que todo se derrumbara y tantos se convirtieran en refugiados, los niños pudieran tener «la» Casa, Una, Santa y Universal; la Casa Santa, que se diferencia de tantas casas inicuas, de tantos nidos de amor impregnados por el pecado común del orgullo, la envidia y la falta de santidad.
Conscientes de todo esto, los hijos, unidos al Hijo, dan gracias al Padre bueno y santo por haberles dado «la» Casa; dan gracias al Padre bueno y santo por haberles dado a Ella (Revelación de Jesús a Maria Giuseppina Norcia, «Nunca estás sola», 28/10/1985) que construyó física y espiritualmente esta Casa en sus corazones: Casa de la Bondad, Casa del Amor Sublime, Casa de la Hermandad, Casa del Encuentro con el Cielo; Casa, donde todos pueden amar y cuidar al Niño Jesús, unirse a Su Calor, a Su Amor, a Su Mirada y conformarse a Su Corazón.
Unirse al Corazón del Niño Jesús significa morir a sí mismo, morir al propio «yo» para hacer renacer a Dios en el propio corazón: renacer nuevo y santo, animado por Sus propios Sentimientos (Flp 2,5), esforzarse por ser perfecto como perfecto es el Padre Santo (Mt 5,48) que está en el Cielo (Mt 6,9), que ha establecido Su Tienda en la Nueva Jerusalén (Ap 7,15) para que el Cielo y la Tierra sean una (una) sola cosa.
He aquí el mensaje de esta Casa para que todos vivan la Santa Navidad: «Sabed amar siempre en el único Amor (Jn 13,35); dejaos unir por el único Espíritu de Amor; dejaos impregnar por la única Mirada que baja del Cielo para impregnar los corazones: purificarlos, santificarlos, moldearlos como Jesús quiere, para ser siempre nuevos, siempre vivos, siempre santos, para acoger y cumplir cada día Su Santa Voluntad (Mt 6,10)».
He aquí la Casa del Amor (Ap 21,10), la Casa del respeto mutuo, la Casa de la tolerancia humana y de la intolerancia del pecado y de todo lo que es injusto.
Quien quiera experimentar la Navidad de Cristo, que venga y pase por la Puerta de Su Corazón, para entrar en Su Casa (Jn 14,2) y habitar en ella para siempre. Una Casa sólida, fundada sobre la Roca (Mt 7,25), que está enraizada en el Corazón del Padre y que ningún terremoto podrá jamás socavar, porque está rodeada del amor de Sus hijos y del Amor de María.
El Corazón Inmaculado de María es y será siempre el Escudo protector de los hijos de Dios (Lc 1,49) y una Barrera infranqueable (Gn 3,15) para todos aquellos que han abjurado de la fe, han condenado a Dios y han matado al Espíritu en tantos corazones una y otra vez.
La Fuente del Espíritu Santo es la Nueva Jerusalén, la Madre Tierra (Revelación de Jesús a Maria Giuseppina Norcia, «La Fuente de la Misericordia y de la Paz», 19/04/1998), preservada del pecado y de la negligencia del hombre. Aquí está la Isla del Amor, la Isla Blanca (Espiritualidad, «La “Isla Blanca”, morada de Dios entre los hombres», 26/06/2016) donde se conserva y preserva la pureza de la fe, para que todo hijo de Dios, desembarcando en esta Orilla (cf. Mc 4,35) pueda libremente: profesar la única Verdad (Jn 8,32) que salva, que es Cristo el Señor, único Salvador del mundo; alegrarse y hacer alegrarse; amar y hacer descubrir y redescubrir a muchos el verdadero Amor; ser, para que todo consista en la Vida del Hijo de Dios, porque uno y grande será «el» Júbilo de los hijos cuando suene la última Trompeta (Ap 11,15) y sea para siempre el Paraíso en la Tierra.
Este es el verdadero Amor: el Amor de Dios, Uno y Trino, que descendió como Niño del Cielo para invitar a todos Sus hijos a alegrarse y a acudir en tropel a Su Casa, porque cuando se cierre la Puerta ya no habrá sitio para los que mientras tanto hayan elegido deliberadamente quedarse fuera; pero todos los que hayan entrado se alegrarán y mirarán adelante (Mt 22,1-14), sólo adelante, hacia el único Centro, que es el Corazón del Padre, el Fundamento de la Vida (Ap 21,6). En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
24 de diciembre de 2024
Santa Nochebuena
El Pontífice
Samuele