La viva acción del Espíritu Santo
en la Iglesia de Cristo

(II)

El Espíritu Santo, Amor sustancial del Padre y del Hijo, es. El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, en la Iglesia Cristiana Universal está vivo. Y en Espíritu y Verdad (Jn 4, 24) se manifiesta a los hijos de Dios, a los adoradores del verdadero Dios, Padre Bueno y Justo, Misericordioso y Santo.

En estos tiempos duros y difíciles, en los cuales la humanidad es árida y perdida, el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo en la Luz de Cristo, invita a los corazones a la atrición viva y santa, para permitir, de esta manera, a los corazones poder discernir el Camino de la salvación del camino de la perdición, sobre el cual la iniquidad está conduciendo muchos corazones que, no teniendo el calor de la Flama del Amor del Padre, han llegado a ser fríos y tibios (Ap 3, 16) y son hechos insensibles a la viva acción del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo hace resurgir de muerte aquellos que permiten a la Luz de Cristo iluminar sus corazones para llegar a ser partícipes de Su día, del Sol que ha surgido (Lc 1, 78) y que nunca más tramontará. En la Nueva Jerusalén, en Su vivo Espíritu, se vive la unión santa de los corazones, la unión Cielo-Tierra que hace ser todos un único Cuerpo, Cuerpo místico de Cristo, que late al unísono para vencer. Ésta es la verdadera Vida que la cristiandad quiere ondear, para que la bandera de Cristo pueda, con Sus hijos, hacer vivir a todos una Misa de gloria y de resurrección eterna.

El Espíritu Santo no conoce a todos aquellos que viven la muerte y que habitan en la muerte; a todos aquellos que han cerrado el corazón a la Luz, que es Cristo; a todos aquellos que por prejuicios humanos no miran más allá de la orilla, porque ya a la deriva de la espiritualidad viva y santa, de quien ya no vive Cristo y Sus enseñanzas auténticas, de quien ha abandonado a Cristo, a Su Evangelio, para hacer vivir a todos una doctrina humana, llena de humano buenismo sino vacía de la espiritualidad cristiana auténtica, malvendida para hacer confluir todos en una vacía religión mundial que no es de Dios.

El Espíritu Santo quita la vitalidad a quien no tiene cuidado de las cosas del Padre, porque ha hecho del cuidado de la Viña del Padre un descuido consciente y diabólico (Mt 21, 33-44).

El Espíritu Santo enriquece y enriquecerá con Sus dones (Hch 19, 44-48a) todos aquellos que animados por la buena voluntad quieren y querrán experimentar lo que el Padre ha querido manifestar: Su Iglesia, el pueblo elegido por el Padre para hacer fructificar Su Reino (Mt 21, 43), para dar, de esta manera, nuevamente a todos la oportunidad de poder creer y vivir en la Iglesia de Cristo.

Aquellos que no han administrado con cuidado y abundancia santa lo que al Padre pertenece caerán aún más abajo. Los ministros del Patio de Roma experimentarán la viva acción del Espíritu del Padre. Aquella casa vivirá días oscuros como nunca antes. Las contraposiciones serán visibles y los pensamientos discordantes desgarrarán aún más aquel velo de ley del silencio y de impudicia que reviste aquella casa.

Y esto manifestará aún más la fuerza de la Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén, que con fuerza avanza, que manifestará Su primacía conferidle por el Padre. Su Espíritu inflará las velas y arrastrará a Sus hijos por el recto camino, a fin de que la autenticidad y el ejemplo de una cristiandad viva, recta y santa pueda aún más hacer triunfar el único bien primario: Dios.

Éste es el Camino, éste es el recorrido, ésta es la avanzada del Espíritu Santo contra un espíritu inmundo que ha tomado el control de una casa que antes era y que ahora no es más.

«¡Hijos de Dios! Avanzad, en la verdadera fraternidad y en la viva oración, en la única unión querida por el Padre, que en Cristo, el unigénito Hijo de Dios, se manifiesta».

A Cristo, el Rey de los reyes y el Señor de los señores, toda la honra y gloria (2P 1, 17; Ap 7, 12), para que todo se cumpla, a fin de que por medio del Corazón Inmaculado de María, la toda pura, la toda bella, la humilde Sierva fiel, los hijos de Dios y los hombres de buena voluntad puedan vivir Cristo y la verdadera cristiandad.