Introducción

El cuento de Mons. E.C.*

Una Cuna para el Niño Jesús
en la Tierra de Gallinaro

En el año 1975, sobre el campo montañoso de Gallinaro (FR), en calle Fonte, fue erigida una pequeña iglesia dedicada al Niño Jesús.
La hizo construir, en un sitio de su propiedad, la señora Antoniella Fazio, viuda de Cesidio Norcia.
Desde entonces, como en un santuario, aquí acuden continuamente grupos de peregrinos y fieles, para impetrar las Gracias prometidas por el Niño Jesús a Giuseppina Norcia para los que aquí rezan juntos.
La señora Giuseppina es la hija de la antedicha Antoniella; ella también viuda y madre de dos hijos, Vincenzo y Anna Antonietta.
Es originaria de Gallinaro, donde reside la madre, ella también involucrada en los acontecimientos extraordinarios de la hija.
Ambas atestiguan que dos días antes de su primera Comunión, en 1947, Giuseppina – mientras su madre con otras dos mujeres, Lina y María Colavecchio, preparaban dulces para la ocasión – jugaba sola cerca de la casa donde surge la pequeña iglesia.
De repente ella vio aparecer y bajar del cielo una nubecita suave y luminosa, sobre la cual estaba acomodado durmiente un bebé de sobrehumana belleza.
¡Era el Niño Jesús!
“La nubecita se detuvo aproximadamente a un metro de la pequeña vidente.
Jesús abrió los ojos, que eran de una dulzura incomparable, la fijó y le sonrío. 
Giuseppina, encantada por la visión, habría querido tocarLe sus pies, besarLe sus ojos, abrazarLo, pero sus manos extendidas no podían alcanzarlo”.
«Mamá, mamá», gritó repetidamente, esperando que ella acudiera a tiempo para cogerLo.
Su madre acudió inmediatamente con las otras mujeres, pero, antes de que llegara, la aparición desvaneció.
La doncella continuaba a mirar el cielo, deseosa de volver a ver a Jesús que, en las semblanzas de la propia infancia, la había privilegiado con una visita antes de que Lo recibiera sacramentalmente. 
La madre y las mujeres que estaban con ella se sintieron llenas de una sorprendente conmoción.
Ellas también escrutaron largamente el cielo en vano, con la alegría de escuchar de los labios de Giuseppina los particulares de la maravillosa visión.
La sonrisa del Niño Jesús permaneció indeleblemente imprimida en el alma de la pequeña vidente, haciéndola predecir que el Señor habría vuelto a sonreírle.
Ella crecía con esta esperanza y en amorosa espera.
Y repetía incesantemente:

«Te amo, Jesús, te amo mucho,
me encomiendo a Ti, no me dejes sola.
Haz de mi lo que Te guste:
Hágase tú voluntad».

Con frecuencia recibía los sacramentos para mantenerse más unida al Señor, por quien se sentía invisiblemente protegida y custodiada en Su corazón adorable.
Cumplido los 18 años, fue dada en matrimonio al joven Umberto Lombardi de Sora, quedado, por su bondad, en el recuerdo de quienes lo conocieron. 
Él murió repentinamente después de doce años de matrimonio, dejando su amada familia en un dolor verdaderamente grande.
En 1974, Giuseppina cayó de improviso enferma.
Durante su convalecencia, el 15 de mayo a las 14:30, mientras se dedicaba a una más intensa oración, fue cubierta por una vivísima Luz, que invadió toda su habitación. 
Inmediatamente aparecieron al su lado: Jesús, La Virgen María y San Miguel Arcángel.
Nunca fue fácil para Giuseppina expresar lo que sintió cuando se le apareció el Niño Jesús; ni tampoco le fue fácil repetir lo que sintió el día en el cual, después de una larga espera, Jesús, ya no como Niño, sino como adulto, regresó a ella para consolarla en su sufrimiento.
La majestad del Señor era incomparable; su belleza extraordinaria. 
De Él emanaba un perfume de Paraíso; su pelo tenía un reflejo de oro. 
La Virgen, bellísima, vestida de blanco, con velo y cinturón de color celeste. A su lado estaba San Miguel Arcángel bajo la forma de adolescente, todo pureza, fuerza y esplendor.
Los tres hablaron mucho, confortándola e instruyéndola sobre el modo de rezar y hacer rezar, y encomendándole una misión de salvación.
También le advirtieron de una prueba terrible que habría sufrido la siguiente noche.
De hecho, tuvo que enfrentar un ataque terrible de satán que, llegado a la habitación con gran estruendo, la aterrorizó con su aspecto horrible y amenazador.
Giuseppina, quedada sin voz por el susto, no podía pedir ayuda. 
Entre sus manos ella apretaba la corona del santo Rosario, que satán intentaba furiosamente quitarle.
Humillado por su vano intento, la «horrible bestia», levantó a Giuseppina con una furia indecible y la arrojó repetidamente a la pared para acabar con ella.
Ella se recordó, entonces, de las palabras de San Miguel Arcángel. 
“El demonio se lo vence sólo con la oración” pero, en aquella terrible lucha, no podía rezar.
A los familiares acudidos les hizo entender, agitando el santo Rosario, que debían rezar.
Apenas empezaron el santo Rosario, el agresor infernal se vio perdido; rompió la corona del Rosario que no había podido quitarle de las manos y huyó.
Transcurridos pocos días, Jesús reapareció junto a la Virgen María y la mártir Santa Mesia – cuyo cuerpo descansa en el castillo de Alvito – anunciándole a Giuseppina que la habría curado… como después ocurrió.
En esta circunstancia Jesús le dijo: “Ves, a Mi nada es imposible. Quien pide recibe, quien ama será amado”.
Santa Mesia desempeña una función importante en los acontecimientos de Giuseppina; pero aquí por motivos de brevedad no lo hablamos.
En el año 1975, Jesús le confió un gran secreto, de no revelar hasta cuando Él no se lo habría permitido.
Jesús y María le mostraron la realidad estupenda del Paraíso y los horrores del infierno, para hacerle comprender las penas eternas.
Y aquí la Virgen María al ver a sus hijos perdidos le dijo llorando: 
“¿Ves adónde van a terminar los pecadores?” “Ayúdame… apurémonos”.
Y, mostrándole la corona del Rosario, añadió: “¡después de los sacramentos de la Confesión y de la Comunión, no hay otro medio! Tú has visto que estamos en guerra contra satán.
Enséñales a todos a utilizar bien el tiempo para la gloria de Dios y para la salvación de las almas.
Rezad mucho para la conversión de los pobres pecadores: también ellos son hijos míos.
El Santo Rosario es el arma más poderosa para luchar contra el demonio, para salvar las almas, para librar del mal y de la tentación.
Entiéndeme: es un corazón de mamá que sufre por sus hijos perdidos.
Ayúdame. Mi querido Jesús está siempre triste, tú lo sabes”.
En ese momento Jesús se mostró triste y dijo:
“No cansaos de repetirles a todos aquellos que lo hubieran olvidado y que siguen olvidándose las palabras que Yo pronuncié en la Última Cena:
MI CUERPO HA SIDO INMOLADO 
Y MI SANGRE HA SIDO DERRAMADA POR VOSOTROS.
VENID A MI.
CUANDO RECIBIRÉIS AQUEL PAN Y AQUEL VINO SENTIRÉIS EL CALOR DE MI AMOR,
SENTIRÉIS EL AMOR DE VUESTRO DIOS.
VELAD.
AMAOS COMO YO OS HE AMADO.
AMAD AL PRÓJIMO COMO A VOSOTROS MISMOS.
RESPETAD LOS DIEZ MANDAMIENTOS”.
Dicho esto, Jesús les hizo cantar a los Ángeles las dos últimas expresiones del Padre Nuestro:
«PERDONA NUESTRAS OFENSAS, COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN; NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN Y LÍBRANOS DEL MAL».
Después añadió:
«Estas palabras hay que ponerlas en práctica y enseñarlas a quien no las sabe». Por último, el Señor le mostró el monte Calvario, para que mejor comprendiera que la Santa Misa es esencialmente la RENOVACIÓN DEL SACRIFICIO DE CRISTO, y que la Eucaristía Lo contiene inmolado entre nosotros para nuestra salvación.
Mientras tanto los Ángeles cantaban:
¡QUÉDATE CON NOSOTROS SEÑOR! ALELUYA
Tú eres trigo, Señor de los elegidos,
Tú eres el pan descendido del cielo.
¡QUÉDATE CON NOSOTROS SEÑOR! ALELUYA
Tú eres el vino que germina los vírgenes,
Eres para los débiles el pan de los fuertes.
¡QUÉDATE CON NOSOTROS SEÑOR! ALELUYA
Tú eres la guía al banquete del cielo,
Tú eres la prenda de gloria futura.
¡QUÉDATE CON NOSOTROS SEÑOR! ALELUYA
¡Tan suave es, Señor, Tu mesa!
¡Tan son dulces tus palabras!
¡QUÉDATE CON NOSOTROS SEÑOR! ALELUYA
Seremos hermanos en la mesa del Padre,
Seremos un corazón y un alma sola.
¡QUÉDATE CON NOSOTROS SEÑOR! ALELUYA

Las conversaciones de Jesús con Giuseppina aún siguen.
El Señor ha insistido mucho en la construcción de una pequeña iglesia en el lugar, por Él tan grato, de su primera aparición en Gallinaro, que sirviera como “Cuna para Él”, queriendo desde allí donar repartir a las almas tesoros celestiales. 
Un día, también le trazó un camino luminoso, suspendido en el aire, con sobre la extremidad una flecha que indicaba con precisión el punto donde la construcción debía surgir.
El Señor todavía quiere que “delante aquella cuna se rece conjuntamente, para obtener de Él las gracias deseadas, no sólo para la salud de las almas, sino también para aquella de los cuerpos”.
En la pequeña Cuna de Gallinaro, Giuseppina, con sencillez y con verdadera caridad, acoge a los peregrinos, les exhorta a la conversión, a recibir los Sacramentos de la Confesión y de la Comunión, y les infunde ilimitada confianza en la bondad del Niño Jesús.
Y realmente las gracias se multiplican porque el Señor es fiel a sus promesas.
Es espontáneo preguntarse si Giuseppina actuó independientemente de cualquier control.
Ella ha dado a conocer, desde el principio, las propias experiencias espirituales a la autoridad eclesiástica diocesana, sometiéndose totalmente al juicio y a las órdenes de la misma. La cual sigue los hechos con escrupulosa diligencia y deja que a Giuseppina le falte una regular y prudente asistencia espiritual.
¿Qué pensar de la misión que ella afirma haber recibido del Redentor Divino?
Dios siempre se ha manifestado y sigue manifestándose a sus fieles en diferentes maneras y grados, y repartirles sus “carismas”.
Sabemos que la Iglesia de Cristo es constantemente agitada por el Espíritu Santo, según las necesidades, como se demuestra de la vida de los Santos y de la historia pasada y actual de la Iglesia.
Y es también el Espíritu Santo que suscita muchas almas humildes que, como forma de lamparas, iluminan a otras, que están sumergidas y perdidas en la neblina del mundo, hecha cada hora más densa por satán y por sus satélites.
Lamparas puestas por Cristo, no para que brillen de luz propia, sino de aquella que Él les transmite.
Numerosas lamparas, para que triunfe Su misericordia invencible en nuestros días, en los cuales nos encontramos frente al más terrible ataque que satán jamás hubiera cometido contra Dios y la Iglesia: enésimo, desesperado intento de obstaculizar la afirmación del Reino de Cristo en la tierra. 
A tan enorme ataque, muchísimos no resisten y desertan el campo de Dios: se reclutan estúpidamente al príncipe de las tinieblas, de la impiedad y del odio, precipitando en su misma perdición eterna.
Es por esto que el Señor, en Su infinita misericordia multiplica los medios de salvación, sirviéndose de «almas reparadoras» para reconducir a la fe aquellos que han perdido el verdadero Camino.
En cuanto a Giuseppina, otorgadas de carismas místicos, en virtud de los cuales actúa, es plenamente consciente de su función de instrumento. 
Nada de lo que ella dice o hace es de iniciativa propia, sino lo que el Señor le comunica durante los encuentros con aquellos que Él mismo le dirige.
Por otra parte, ella, atenta a sus obligaciones maternas, a su trabajo, vive en unión con Dios y con el prójimo.
La confianza en la misión de Giuseppina es debida a los frutos espirituales que se derivan, así como a la afluencia persistente y creciente de los que se dirigen a la «mística cuna» de Gallinaro, de dónde el Niño Jesús infunde confianza, alivia dolores, irradia luz, devuelve fe, paz, amor y conduce a una profunda y estable conversión.
En aquella pequeña iglesia nos encontramos, en verdad, con la infinita ternura del Divino Salvador del mundo.  
Sin duda habrá siempre quien, teniendo poca fe, pondrá en duda aquella cuna; o quien compadecerá aquella que ha recibido el celestial cargo de hacerla brillar a los ojos de las criaturas humanas, tintineantes en la oscuridad de la iniquidad, necesitadas de señales extraordinarias de divina misericordia para poder salir. 
Pero dichos burladores no piensan que su racionalista seguridad se rompe frente al testimonio del Espíritu Santo que o sea “el hombre hasta que piense que la razón humana pueda ser el metro de todas las cosas, no podrá comprender jamás la realidad espiritual” (1Co 2, 12-16).
Ellos son sentenciadores falaces y de no seguir. 
Los dones espirituales o carismas, especialmente si se manifiestan en personas temerosas de Dios, no deben perjudicialmente ni precipitadamente ser desconocidas por sistema, lo cual equivaldría a una apriorística y herética negación de las mociones del Espíritu Santo en la Iglesia.
Mejor consultar, antes de dar juicios, a la legítima autoridad de la Iglesia, única competente en distinguir los verdaderos “dones espirituales” de la falsificación diabólica y humana.
Giuseppina declara de haber manifestado desde el principio, sus experiencias espirituales a su Obispo, bajo cuyo control actúa en obediencia incondicional.
Y éste es un signo tranquilizador. Por su santísima infancia, el Señor Jesús nos bendiga, nos preserve de todo mal y nos conduzca hacia la vida eterna.

 

*Mons. E. Cardarelli fallecido en el 1994