Cristo Rey hará triunfar la Madre Iglesia y condenará a los traidores del «Padre Nuestro»
Cristo Rey hará triunfar la Madre Iglesia y condenará a los traidores del «Padre Nuestro»
(Borrador)
Jesucristo es el Rey de los reyes y el Señor de los señores (Ap 17,14; 19,16). A ÉL sólo alabanza y potencia, por los siglos de los siglos (Ap 4,9). He aquí el Amén de los hijos de Dios (Ap 3,14), que honran a Cristo Rey del Universo. Cristo, el unigénito Hijo de Dios, es el único Salvador del mundo, Aquel que dona la Vida por la eternidad.
Es esta la verdadera doctrina de los cristianos (cf. Acto de Magisterio, La Doctrina), aquellos que en Cristo viven el Padre, Bueno y Santo, Misericordioso y Justo, el Eterno Padre. Quien vive el Hijo vive el Padre (Jn 14,6b.11); y Su Palabra y Su Espíritu habitan en él (Jn 14,17b). Quien niega del Hijo y de Su Palabra (Jn 14,24), niega del Padre y Su Espíritu; y la Verdad no habita en él (1Jn 4,3).
En la Tierra de Amor que el Padre ha donado a Sus hijos fieles el Espíritu del Cristo resucitado está vivo (1P 3,18) y guía a Sus hijos a la Verdad entera (Jn 16,13). En estos tiempos duros y difciles, últimos tiempos de esta humanidad árida y perdida, el Hijo de Dios ha bajado del Cielo (1Ts 1,10) en Su Isla de Amor para imprimir en el corazón de cada hijo Su voluntad, viva y santa, con el Fuego del Amor del Padre. El Amor del Padre está vivo. El Amor del Padre se ha encarnado y es Persona (Jn 1,14) y por medio de Su Espíritu quiere hacer vivir todos en la única Verdad que salva: Cristo, la Verdad absoluta y no relativa; Cristo, el Dios católico, universal, el Camino que encauza a todas las gentes; Cristo, el Salvador del mundo, que dona a Sus hijos la eterna Vida (Jn 14,6a).
Quien quiere vivir la Vida eterna permanece fiel a las enseñanzas del Hijo de Dios, a Su Palabra, imperecedera y eterna. Todo pasará. Pero la Palabra del Señor no pasará antes de que se haya cumplido y de que haga dado Sus frutos (Mc 13,31). ¡Y nadie puede atreverse a cambiar la Palabra de Jesús!
Jesús ha enseñado a Sus hijos cómo rezar al Padre que está en los Cielos (Mt 6,9-13), a fin de que los hijos venzan el mundo (1Jn 4,4; Jn 16,33), salvando toda prueba y tentación. El Padre puede permitir que Sus hijos sean probados, así como fue probado Abraham (Jén 22,1-12; 1Mac 2,52) y así como Su Espíritu condujo a Jesús al desierto para ser tentado por el tentador (Mt 4,1). Pero el Padre nunca abandonará a los hijos en la prueba. El Padre Santo y Perfecto (Hb 7,28) no puede renegar de Su esencia y naturaleza de Padre (2Tm 2,13) abandonando a Sus hijos que con corazón sincero a ÉL se encomiendan. Quien ahora enseña a pedir al Padre «no abandonarnos a la tentación» desconoce al Padre; traiciona Jesús y Su Palabra; y engaña a los hijos de Dios (2Ts 2,11) porque, enseñando a no pedir más al Padre de «no inducirnos en la tentación» (Mt 6,13), muchos hijos que no están firmes en la fe en Cristo y María, en vez de salir victoriosos y reforzados en el espíritu, en la tentación caerán aún más, porque privados de aquella ayuda particular solicitada y enseñada por Jesús. Y en la prueba muchos se perderán, no logrando resistir al tentador (como en cambio hizo Jesús) porque, como explicado por el Maestro a Sus primeros Amigos durante la prueba, «el espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mt 26,41b).
El cambio engañoso de las palabras auténticas del «Padre Nuestro» manifiestan aún más la abominación de la desolación (Mc 13,14) y el engaño llevado adelante por el vértice de una casa que antes era madre de los cristianos pero que se ha convertido en madrastra y verdugo de sus hijos (Ap 17,6). De los frutos que produce, cada uno se reconocerá (Mt 7,16-20). Estos son los frutos de la acción del espíritu anti-cristiano (1Jn 4,3b), que se ha instalado sobre la silla más alta de aquella casa (2Ts 2,3-4), no para honrar al Rey de los reyes y el Señor de los señores, sino para dar honra a quien Rey no es, a quien Dios no es, sino a aquel – Sai Baba – que ha vivido para contraponerse a Cristo, queriendo destruir Su Sacrificio salvador (Dn 9,27) para reunir todas las gentes en una nueva, única filosofía religiosa mundial basada sobre la palabra «amor»: un amor engañoso que ha descartado la Piedra (Sal 118,22; Mc 12,10) y Su Palabra; que no se funda sobre Cristo y sobre Su Iglesia; pero que ahora piensa haber vencido para haber logrado insediarse sobre el trono más alto de aquella casa. Aquella casa ha caído (Ap 18,2) pero jamás el espíritu maligno podrá prevalecer sobre la Iglesia de Cristo (Mt 16,18).
En el tiempo y con tiempo Jesús ha preanunciado que el Padre habría enviado a Su Espíritu (Jn 14,16), que ha dado vida a esta Madre Iglesia, Una, Santa y Universal, para defender y proclamar la Verdad de Cristo y de Su Evangelio (Jn 4,23; 14,17), la universalidad del mensaje cristiano, que nadie nunca podrá trastocar e instrumentalizar para engañar y hacer caer (2Ts 2,9-10) aquellos que quieren vivir la filiación verdadera y auténtica con el Padre Bueno pero Justo. En Dios no hay verdadera Misericordia sin Justicia. En Su recorrido terrenal Jesús ha llenado con Su Amor donde había falta de Amor (Jn 8,11b); pero donde hay maldad pura, cerrazón total del corazón para no querer entender sino solamente apuntar, ha condenado (Mt 27,13-38; Mc 14,21).
Todo enemigo de Dios será puesto al estrado de los pies del unigénito Rey de los reyes (Sal 110,1; Mc 12,36; Lc 20,43), a fin de que el mensaje cristiano, en su universalidad, sea nuevamente respetado, comprendido y amado, así que la oscuridad pueda alejarse del corazón de los hijos de Dios y habitar sólo en el corazón de todos aquellos que no han querido creer en las enseñanzas de Cristo, en Su unicidad y en Su Palabra; y a fin de que la Luz que resplandece de este Tabernáculo viviente pueda donar cada vez más la gana, el entusiasmo y el infinito Amor de vivir en Cristo, con Cristo y por Cristo, así que la Palabra del Salvador pueda todos los días triunfar sobre todo y sobre todos. Y la doctrina siempre será defendida, amada y respetada, a fin de que pueda ser entendida por los más sencillos y por los más doctos, en el deseo que los doctos puedan ser folgorados por la simplicidad del pueblo de Dios. Como los humildes pastores acogieron y comprendieron el Hijo de Dios (Lc 2,18.20), de la misma manera aquellos que son doctos en el saber deben ahora poder dejar espacio en su corazón al Proyecto de salvación de Dios, para ser humildes pastores en el espíritu y acoger la Verdad que es Cristo, único Camino, única Verdad, única Vida (Jn 14,6).
Este Tabernáculo viviente, Cuna del Niño Jesús, es la Casa de la Vida. Aquí está la Fuente del agua de la Vida (Ap 21,6) que dona, a todos aquellos que quieren morir al mundo (Jn 12,24), la eterna Vida, para comprender la Verdad entera, dejando espacio al Espíritu para actuar, para renacer de lo Alto (Jn 3,3.7). Cada uno podrá, de esta manera, levantar la propia alma y hacerla respirar.
He aquí el Amor que hace humildes y contentos. He aquí la Palabra (Jn 1,14) que salva y dona la vida, restablece el orden y dona a cada hombre y mujer, animados por la buena voluntad, la gana de volver a vivir y rencontrarse en el rebaño de Dios, en el Pequeño Resto de Israel (Is 38,32), amado, querido y cotidianamente acompañado, bajo la mirada atenta de Aquel que todo ha creado, aquel Padre Bueno y Santo, Misericordioso y Justo, que preservando y acogiendo la Palabra y la Oración del Hijo, actúa, vence y dona a Sus hijos fieles la victoria: una, santa y universal.
«Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén» (Ap 7,12).