El mensaje universal
de quien no ha descartado la Piedra angular

(Borrador)

Este es el mensaje universal de la Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén, la Iglesia que no ha descartado la Piedra angular (Sal 118,22; Is 28,16; Mt 21,42; Mc 12,10; Lc 20,17: Hch 4,11; Ef 2,19-20; 1P 2,6-7), que no ha descartado el valor fundamental de la fe: Cristo (Gal 3.26; 5,6; 2Tm 3,14-15), la Fuente inagotable del Amor del Padre (Jn 14,23; Ro 8,39); Cristo, la Roca (Mt 7,24-25; Lc 6,47-48); Cristo, la Doctrina (Jn 7,16-17); Cristo, Aquel que para este mundo ha llegado a ser incómodo, porque este mundo, presa de un egoísmo vivo y total, ha descartado el Amor, el único Amor donado por el Padre a Sus hijos (Rm 5,8), para donarles la eterna felicidad.

Para muchos colocar Cristo en el centro significa ponerse en cuestión. Para muchos colocar Cristo en el centro significa arrodillarse para reconocerse arrepentidos delante del Amor hecho Persona, que muchos con concienciación han traicionado y relegado en un rincón oscuro, para adorar a otro “amor”, egoísta y engañoso, que aleja de Cristo y de Su Persona (2 Tm 4,3-4), para unir todos en un sincretismo religioso que no está en comunión con el Corazón del Padre, que contradice Su Pensamiento y Su Voluntad (1Tm 4,1).

En esta Iglesia, en esta Casa, Cristo es Luz, la Luz que ilumina el camino de todos los fieles y de todos aquellos que aquí llegarán y se abandonarán a la Voluntad y al Pensamiento del Padre (Jn 1,9; 8,12; 12,46; Ap 21,24-26; 22,5), que a través de la acción del Espíritu Santo (Jn 14,16; 15,26; 16,13) se manifiesta concretamente sin parar.

Esta Iglesia, atacada y denigrada por muchos (Rm 8,36-37), nunca podrá ser acusada por la propia espiritualidad porque en esta Casa Cristo es el Fundamento, es la Piedra que nunca, nunca y nunca ha sido descartada, sino que siempre será puesta en alto (Rm 8,38-39). Este es el orgullo de los hijos de Dios, que en el Padre confían y esperan, sabiendo que con Dios, en Dios y por Dios la esperanza se convierte en certeza y la buena batalla combatida por Amor de Dios y de Su Santo Nombre llevará siempre a la vitoria y jamás a la derrota (2Tm 4,7-8). Derrotados son y serán aquellos que han endurecido el corazón y traicionado el Espíritu Santo, renegando de Su viva acción, blasfemando la Acción, el Pensamiento y la Voluntad del Padre (Mt 12,31). Todos estos saborearán toda la amargura del propio comportamiento y de la propia condena.

Los hijos de Dios se alegran y sonríen, en María, con María y por María, la Eterna Mozuela en la Cual el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se han complacido.