El eterno “sí” de la Mozuela de Dios donará a Sus hijos la eterna victoria
El eterno “sí” de la Mozuela de Dios donará a Sus hijos la eterna victoria
(Borrador)
En este día de unidad viva y santa entre el Cielo y la Tierra el Espíritu del Cristo resucitado está vivo y quiere hacer penetrar en lo íntimo de Sus hijos Su palabra que es vida (Jn 1,14), Su Espíritu que es bálsamo, Su Amor, esencia de Sus hijos.
El cinco de julio es el día vivo y santo de la obediencia viva (1P 1,22), del “sí” profundo, eterno e incondicional (cf. Flp 2,8); día de unidad profunda entre Cielo y Tierra, entre el corazón de los hijos y el Corazón de Dios.
En este día los hijos de Dios están llamados a poner en el centro de todo y de todos la unidad espiritual de la Madre Iglesia, a fin de que esta unidad inseparable e impenetrable represente para todos fuerza, coraje, voluntad, sapiencia y santidad, para poderla transmitir, hacerla vivir y practicar. Esta es la unidad que la Mozuela de Dios ha transmitido y sigue transmitiendo en unión profunda con Su Señor, desde el inicio de Su misión hasta el día de Su llamada al Cielo, en el cual Su “sí” ha atravesado los límites de esta Tierra, para abrir el Cielo y permitir a la acción del Espíritu Santo verter sobre Sus hijos Su abundancia de Padre, de Hijo y de Espíritu Santo.
Es esta la unión viva y santa, de corazón a corazón, de espíritu a espíritu, a la cual todos los hijos de la Madre Iglesia, siguiendo el ejemplo de la Mozuela de Dios, están llamados, para ser obedientes hasta el fondo (cf. Hb 5,8), para ser uno (Jn 17,11), para estar unidos el Cuerpo Místico en la totalidad (Ef 4,4). Su viva obediencia, la fuerza de los hijos de Dios. Su viva obediencia, el entusiasmo de los hijos de Dios. Su viva obediencia, la voluntad de los hijos de Dios de hacer vivir y triunfar “el” Misterio de Dios, que en la Nueva Jerusalén es (Ap 21,3).
He aquí las bienaventuranzas (cf. Mt 5, 1-12) que Ella ha encarnado en vida y que ahora los hijos de la Madre Iglesia quieren vivir en estos tiempos últimos, duros y difíciles de la historia de Dios.
Bienaventurados todos aquellos que se han mantenido fieles y ligados a la Cruz de Cristo, Cruz no de muerte sino de resurrección a vida nueva, a la nueva vida a la cual están llamados los hijos de la Nueva Jerusalén, llamado no para ser aplastados por el mundo sino para erigirse y comprender el Cielo, vivir el Cielo y transmitir el Cielo a todos los cristianos y a todos los hombres y las mujeres de buena voluntad.
Bienaventurados todos aquellos que han sabido mantener con vida la luz de Cristo en sus corazones (Jn 1,9.12). Ninguna tiniebla podrá entenebrecer sus corazones.
Bienaventurados todos aquellos que han mantenido vivo el espíritu (cf. 1P 3,18) y límpida el alma y candoroso el corazón.
Bienaventurados todos aquellos que se han mantenido agarrados a la vid, para llegar a ser sarmientos fecundos y fructuosos (Jn 15,5).
Bienaventurados todos aquellos que han seguido pronunciando el nombre de Cristo Salvador (Flp 2,10) para ser salvados y purificados en lo íntimo.
Bienaventurados todos aquellos que mantienen alta y orgullosa la mirada hacia Dios. Por estos, ningún miedo.
Bienaventurados todos aquellos que hacen el Bien yendo contra el mundo. Los hijos de Dios deben hacer el Bien, no según la voluntad del mundo sino según la voluntad de Dios (Sal 39,9), a fin de que al hacerlo puedan transmitir Su bondad de corazón y de espíritu, y hacer saborear aquella autenticidad cristiana que vence y vencerá toda iniquidad.
Jesús ha bajado en la Tierra de Amor para poder transmitir al mundo entero y a los hombres de buena voluntad Su sonrisa, Su mirada, Su fidelidad. Por esto los hijos de la Nueva Jerusalén están llamados ahora más que nunca a mantener con vida la flama de Su Amor en el corazón, porque en este día los hijos de la Madre Iglesia puedan vivir y ver la acción viva del Espíritu que cada vez más recalienta el corazón de los hijos, a fin de que ningún hielo pueda atormentar, recargar los hijos, que con tenacidad viva y santa combatirán la buena batalla (1Tm 6,12), conservando la fe (2Tm 4,7) para hacer triunfar el amor de Dios.
El amor vence sobre toda cosa. Y cuanto más vivo estará el deseo de permanecer ligados al Amor de Cristo, tanto más se estará unidos, injertados a Su Corazón, como los sarmientos a la Vid (Jn 15,4).
“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?” (Rm 8,35) . “Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó” (Rm 8,37), y por virtud e intercesión de Aquella que sin parar reza e intercede con Dios.