El nombre de María y la Cruz de Cristo, Camino que conduce a la salvación
El nombre de María y la Cruz de Cristo, Camino que conduce a la salvación
(Borrador)
María es. Y los hijos de Cristo honoran a Aquella que es Madre, festejando de manera solemne Su Santo Nombre (Lc 1,27b). María, la puerta del Cielo, la Estrella de la mañana que conduce a Cristo, Aquel que salva (Lc 2,11), Aquel que en el Misterio de la Cruz (1Cor 1,18; 1P 2,24) dona a Sus hijos la salvación.
El Santísimo Nombre de María (Lc 1,48b) y la Cruz de Cristo (Gal 6,14). Estas las señales de la verdadera cristiandad, las señales de quien quiere sumirse en la intimidad del cristianismo para poderlo comprender en lo íntimo, amarlo con todas las propias fuerzas para manifestarlo al mundo entero. Un cristianismo nuevo, sencillo pero santo (Mt 5,3) que quiere llevar todos a volver a descubrir la originalidad del pensamiento del Padre (Jn 1,1).
En este vivo y santo pensamiento está el amor del Padre por todo lo que Él ha creado (Gen 1,1-25) y sobretodo para Sus hijos (Gen 1,26-27), amados, amados y otra vez amados (Gen 1,28-31). Y en este pensamiento viva está la voluntad del Padre de conducir los hijos a la salvación (Lc 9,35), donando siempre Su Hijo para conducir todos a la vida eterna (Jn 3,16).
En este pensamiento vivo estaba el Proyecto de María, María, María (Lc 1,49), Aquella que se ha anulado (Lc 1,48a) para consistir en el Corazón del Padre y hacer consistir en Su Corazón la Trinidad.
He aquí la cercanía de la gran fiesta del Santísimo Nombre de María, el Nombre que salva, con la Solemne Fiesta de la Cruz, la Cruz que salva: un único intenso sacrificio de Amor (Lc 2,34-35; Jn 19,25) para combatir el mundo, aplastar el pecado (Gen 3,15; 1P 2,24) y hacer vivir la eternidad, haciendo circular en el mundo el único Espíritu (1Cor 12,11) redentor, que hace renacer a vida nueva (Jn 3,3) y sumirse en la viva esencia que es Dios, Aquel que salva, todos aquellos que adoran la Verdad (Jn 4,23-24), que buscan la Verdad (Jn 8,32).
He aquí el Misterio vivo y santo de la comunión y de la unión entre Madre y Hijo (Lc 1,31), única e intensa acción, para poder comprender, practicar y vivir el Misterio de la salvación (Ap 7,19), que en esta Tierra de amor se cumple en la totalidad.
Viva está y siempre estará la cercanía de Jesús a los hijos de Su Iglesia, al Pequeño Resto de Israel (Is 10,20-23), para hacer vivir a muchos el perfume nuevo de esta cristiandad, que pone en el centro “el” Maestro, “la” Madre, para poder comprender más y más la figura del Padre, que al mismo tiempo es Hijo y que en la acción del Espíritu Santo quiere acercar los hijos a una comprensión viva y total de la salvación, a fin de que el Cielo ya no esté lejos; sino que cada hijo, llegado a la Nueva Jerusalén (Ap 21,2), pueda sentir cercano al Emmanuel, el Dios-con-nosotros (Ap 21,3), para poder comprender más y más la realidad metafísica de Dios que ata cuantos quieren ser atados e injertados en el Árbol de la vida (Ap 22,14), que es Cristo.
En la Nueva Jerusalén Dios quiere hacerse conocer. Esta es la diferencia del cristianismo universal renovado en el único Amor, el Amor que muchos han perdido: el Amor de María y el Amor de Cristo (Ef 3,19), único e intenso Amor (1Jn 4,16), el Amor que salva.
Es éste el tema central de la vida de cada cristiano que quiere cada vez más parecerse al Creador: la salvación (Is 12,2; 25,9; Lc 3,6; Ap 7,10; 12,10; 19,19. Para obtenerla, hay que esforzarse más y más, con corazón y voluntad, por practicar la rectitud y mantenerse dóciles a la acción del Espíritu (Stg 1,21) y a la voz del Padre (Jn 5,37). Estas son las virtudes esenciales para ser nuevos en lo íntimo y recibir lo que el Padre ha prometido.
En el mundo muchos han perdido el Camino. Muchos han querido perder el Camino. Y muchos quieren hacer perder el Camino a los hijos de Cristo y a otras criaturas, suministrándoles teorías y pensamientos diferentes con respecto al pensamiento original del Padre. Uno es el Camino, que se llama Cristo. Este es el único Camino que salva (Jn 14,6). Otros caminos conducen hacia otras playas (Ap 12,18) que están lejos del Corazón del Padre, meta (Flp 3,14; 1P 1,9) y arribada final para cuantos han sabido mantener con vida la fe, la verdadera fe.
Cuanto más hay desorden en el mundo y en los corazones, tanto más uno se aleja del recto Camino y de la originalidad del pensamiento del Padre. El desorden (1Cor 14,33; Stg 3,16) lleva al desamor y conduce a vivir cada vez más el pecado, en toda faceta.
La continencia, la lealtad y la docilidad enriquecen el corazón y donan aquella realeza que sólo el único Camino, que es Cristo, dona con gratuidad. Esta es la neta y sustancial diferencia de quien ha permanecido anclado a la verdadera fe (Gal 2,20; 5,6) con respecto a quien se ha dejado deslumbrar por otras luces y por otros cantos, ya no alimentándose de la única y verdadera Comida y saciándose de la única Bebida (Jn 6,55), sino habiendo querido probar otras bebidas y otras comidas, contaminadas por el vicio para hacer que el pecado pudiese superabundar en el mundo y conducir los hijos a una vida desordenada y sobretodo lejana de Dios. Esta es la voluntad de muchos para poder subyugar y controlar los corazones.
María, la Estrella del camino (Mt 2,10), cada vez más irradiará el Camino de los hijos que quieren buscar para encontrar al Hijo (Mt 2,9b). Y en la Tierra de Amor que el Padre ha donado a Sus hijos muchos Lo encontrarán (Mt 2,11). Y entonces ya no estará aquella Cruz viva y santa de sufrimiento sino la Cruz que ilumina el mundo, que dona realeza, para hacer comprender la única y santa victoria, que en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo se cumple.