En la Nueva Jerusalén El Padre ha instaurado Su Reino
En la Nueva Jerusalén El Padre ha instaurado Su Reino
(Borrador)
El Padre ha nuevamente donado una parte de Sí, de Su Corazón, para manifestarse en la historia (1Cor 1,7), dando comienzo al itinerario de la nueva Epifanía del Dios Uno y Trino (Jn 1,14), bajado en la Nueva Jerusalén para habitar entre Sus hijos, con Sus hijos, por Sus hijos.
En la Nueva Jerusalén, la casa de Dios entre los hombres (Ap 21,3), el Padre ha establecido Su Trono (Ap 4,2). Querida por el Padre y concedida a todos Sus hijos para adorar al único Dios, al único Señor, la Jerusalén Nueva y Celestial (Ap 21,2) es la Morada metafísica de Dios, que junta el Cielo a la Tierra. Ella está habitada por los ángeles y por los santos en comunión viva y total con el Corazón del Padre, con el Corazón del Hijo y con la acción viva del Espíritu Santo, que allí conduce cada hijo que quiere adorar a Dios Uno y Trino. En Ella está la escalera de oro (Gen 28,12) que junta la Tierra al Cielo, que re-une la Alianza con el Cielo. En Ella habitan los mártires y los santos, aquellos que, muertos al mundo (Rom 6,11), viven para adorar al verdadero Dios, el único Señor y Salvador, para hacer que el único Dios reine, venza y haga resucitar. Y en Ella cada hijo, en la igualdad viva y en la fraternidad profunda, contempla el verdadero rostro de Dios.
La Nueva Jerusalén es la Casa que junta el pensamiento del Padre, del origen (Jn 1,1) hasta cuando todo se cumplirá, cuando la paz será estable y la vida será por la eternidad. En la Tierra de Amor elegida por el Padre Jesús ha nuevamente bajado del Cielo (Hch 1,11), dando comienzo al itinerario de Su regreso. Ya mientras ascendía al Cielo para reunirse con el Padre (Jn 6,62), Jesús veía este Rincón de Paraíso en Tierra, donde se habría establecido el Reino del Padre (Mt 26,29), anunciado a Sus primeros Apóstoles (Lc 2,29) y preparado para los Apóstoles de los últimos tiempos (Lc 12,32) que, fuertes de aquellas palabras, fortalecidos por la efusión del Espíritu Santo (Jn 16,13), han vencido las cadenas del mundo y, ahora como entonces, han desafiado con la fuerza del amor todo poder religioso, económico y político, que ha hecho nuevamente esclavos los hijos de Dios.
He aquí la Nueva Jerusalén (Ap 21,10). He aquí el Lugar (Jn 14, 2-3) querido por el Padre y anunciado en la Sagrada Escritura (Is 60, 1-2; Ap 3,12b) donde los hijos de Dios proclaman nuevamente a todos la feliz y buena nueva (Lc 7,22), renovada en el Amor de Cristo y de María. He aquí aquella niña hecha Mozuela que ha fijado la mirada de Jesús en su corazón y Su sonrisa en su cara, Aquella que, llena de la gracia divina, ha sabido contener el Amor infinito, llegando a amar a Jesús como Lo ha amado Su Madre, Aquella que Jesús ha definido síntesis de todos los profetas y de los antiguos patriarcas. Acogiendo al Hijo de Dios bajado del Cielo en Espíritu y Verdad (Jn 4,21), Ella ha acogido los hijos de Dios, para permitirle al unigénito Hijo (Jn 3,16) aunar el pueblo elegido (Is 62,12) y conducirlo a la vida eterna (1Jn 4,9).
El Padre ha instaurado Su Reino (Jn 3,3; Ap 5,10) en esta Tierra de Amor. Esta es la certeza de los hijos de la Madre Iglesia, donde las palabras anunciadas y proclamadas se cumplen, donde la vida vence la muerte, para permitir a los hijos de Dios alegrarse y amarse como verdaderos hermanos, para contemplar juntos el rostro del Dios Niño, que aquí ha puesto Sus raíces y que en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo manifiesta y manifestará Su realeza, Su invencibilidad (Ap 17,14) y Su infalibilidad de Dios Uno y Trino.