Hacerse odres nuevos
para acoger el Espíritu de Verdad

(Borrador)

Nunca nadie debe perder de vista la viva acción del Espíritu que procede por/en la historia. Jesús ha preanunciado que habría llegado un tiempo en el cual se habría adorado a Dios en Espíritu y Verdad (Jn 4,23). Aquel tiempo preanunciado entonces, ahora en la plenitud es.

La Iglesia de Cristo es imperecedera y eterna y jamás los infiernos prevalecerán sobre ella (Mt 16,18). Es este el Cuerpo místico, constituido y animado por el Espíritu del Cristo Resucitado, que siempre prevalecerá sobre el espíritu inmundo. He aquí el significado en sentido más amplio y único de Iglesia. Y he aquí la unicidad de la primacía otorgadle a Pedro, el Pedro constituido y animado por el Espíritu del Cristo Resucitado, custodio de la universalidad del mensaje de Cristo Jesús. Cristo es la Cabeza del Cuerpo (Ef 1,22). Luego están los miembros que componen y definen el Cuerpo (Ef 1,23). Jesús nos enseña que cuando uno o más miembros están enfermos o ocasión de escandalo, hay que cortarlos (Mc 9,43), para no comprometer la entrada en el Reino (Mt 18,8). El alma, el corazón y el espíritu de la Iglesia de Cristo son un uno con Dios, Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo (Jn 6,63), que jamás los infiernos podrán contaminar. Los miembros, hasta que permanecen unidos y en comunión con el Cuerpo, jamás morirán y darán fruto (Jn 15,5). Pero cuando los miembros, igualmente a las ramas, quisieran voluntariamente no estar más en comunión (Jn 15,2) con el Espíritu de Cristo, verdadera Vid (Jn 15,1), que anima el Cuerpo, para adorar a otro espíritu, inmundo y contrario a Jesús, perecerán y no más serán, quemando en el fuego (Jn 15,6) de la Gehena (Mt 18,9).

Este es lo que ocurre a quien ha abandonado voluntariamente el Espíritu Santo para adorar a un espíritu que no es santo. Este es lo que ha ocurrido a un Patio de la Iglesia de Cristo, cuyos vértices han voluntaria y deliberadamente apostatado de la Verdad, traicionando al Espíritu del Cristo Resucitado para adorar a ídolos paganos, renegando de Cristo y de Su Sacrificio salvador, blasfemando el Espíritu Santo, oficializando que “el pluralismo y la diversidad de religión son expresión de una sabia voluntad divina” (1Jn 4,3). En aquel Patio un espíritu inmundo, “el” espíritu inmundo que ha combatido Jesús (Mc 1,23-25) se ha apropiado y ha prevalecido en el corazón de muchos que habrían tenido que mantenerse fieles a Cristo y a María, transformando aquella casa en una morada de víboras (Mt 23,33), donde ya no corre la miel de Dios (Dt 6,3) sino que se ha contaminado en lo intimo con la hiel del mundo (Ap 18,2), aquel mismo espíritu que ahora combate los hijos de la Nueva Jerusalén.

Cuando voluntaria y deliberadamente se apostata de la Verdad, renegando del Espíritu de Verdad, se pierde la amistad con el Padre, la comunión con Su Corazón y la Alianza ya no es (Jer 33,21).

Antes de que todo pudiese derrumbarse, viva ha estado la acción del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo para no dispersar el rebaño de Jesús. Así nuevamente el Padre ha enviado una parte de Sí, de Su Corazón sobre esta Tierra. Jesús ha vuelto Niño, sobre una nube (Hch 1,11), acogido en el corazón de una Mozuela, para volver a dar nuevamente a la cristiandad y al mundo entero aquella linfa y aquel vigor necesario. En Espíritu y Verdad Jesús vuelve para poder crecer nuevamente en el corazón de Sus hijos, llamados a su vez a volver a hacerse niños en el corazón que, mirando el padre y la madre, se dejan horadar dentro por aquella mirada paterna y materna, para poder comprender y asimilar todo sentimiento, todo pensamiento, para poder asimilar toda sustancia; y en la esencia renacer de lo Alto (Jn 3,7), continuamente, despojándose de los propios pensamientos, de las propias convicciones, para acoger la buena nueva renovada en el amor del Cristo Resucitado y poder comprender la Verdad de forma plena.

De esta manera la tradición cede el paso a la nueva (Lc 7,22), a la buena y renovada nueva (1P 4,6), a fin de que el círculo se cierre nuevamente en Cristo, con Cristo y por Cristo, para unirse nuevamente en Su Espíritu y ser un uno (Jn 17,21), para vivir Dios, para vivir nuevamente la unicidad de la primacía de Pedro (Jn 21,15) y la catolicidad de la Iglesia de Cristo, Una, Santa y Universal.

En la simplicidad y en la humildad la Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén hará comprender la Verdad (Jn 8,32), llevando todo al origen del pensamiento de Dios (Rm 11,34), al Espíritu (Sab 9,17), a aquella unión espiritual de corazón y de alma, que se funda sobre Jesucristo, bajado del Cielo (Jn 3,13), que ha donado la propia vida para la salvación de todos (Jn 17,3).

A aquellos que no quieren acoger la acción del Espíritu de Verdad (1Jn 4,6), prefiriendo permanecer anclados a la tradición (Mc 7-8-9.13), hay el riesgo de que ocurra lo que ocurrió al tiempo del pasaje de la vieja a la nueva alianza (Hb 8,8-13). A muchos, anclados a las propias convicciones, le falta aquella clave para poder comprender de verdad la paternidad del Padre, Su maternidad, Su parte filial que es un uno en la Trinidad Santa. No se puede pretender siempre comprender la acción del Espíritu Santo con la propia medida humana de juicio (Ap 19,2), porque al hacerlo uno no puede revestirse de la luz auténtica de Cristo.

Muchos deberían comprender sobre todo y delante de todo el significado de “morir a sí mismos” (Jn 12,24), para poder recibir en plenitud el Espíritu Santo (cf. Jn 20,22), que abre el corazón y la mente y hace comprender la Verdad entera (Jn 16,13). No se puede vivir de desaciertos, de una luz deslumbrante que obceca y que no hace ir más allá para poderse mirar adentro. No se puede poner un vino nuevo en un odre viejo (Mt 9,17; Mc 2,22; Lc 5,37-38). Si uno no se renueva en lo intimo y si no se abandona de verdad a la acción del Espíritu Santo (Jn 3,8) que en la historia siempre se ha regenerado, nunca se podrá comprender la acción del Espíritu de Verdad (Jn 4,24) que sin parar actúa en el tiempo y con tiempo para manifestar el pensamiento del Padre.

Los hijos de Dios que quieren mantenerse fieles a Jesús seguirán Sus enseñanzas y su hablar, para transmitir la Verdad, así como Jesús ha enseñado y practicado: “Sí, sí” y “no, no” (Mt, 5,37). Es esta la enseñanza que nos he dado por los niños (Mt 18,3), por su viva simplicidad. Y es esta la enseñanza de María (Lc 1,38), de la sencilla María, que como Madre con simplicidad habla a sus hijos, a todos aquellos que quieren ser niños en lo intimo (Mc 10,14) para poder, así, acoger y comprender el lenguaje de Dios.

He aquí la Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén, surgida por voluntad del Padre, animada por la viva acción del Espíritu de Verdad que invita a todos a acoger el Misterio del Dios Niño, bajado del Cielo para hacer renacer de lo Alto, en el Espíritu, todos aquellos que, muertos al mundo, viven para mantenerse fieles al único Rey de los reyes y Señor de los señores (Ap 17,14): Cristo, Camino, Verdad y Vida (Jn 14,6).