La comunión de corazón, alma y espíritu
con el Cuerpo de Cristo

(Borrador)

“Yo soy el Pan de la Vida” (Jn 6,48). Quien cree, “si uno come de este pan, vivirá para siempre” (Jn 6,51b). Cristo es la Fuente de la Vida. Cristo, el Pan vivo bajado del Cielo (Jn 6,51a), ha nuevamente bajado en la Tierra de Amor para hacer resucitar Sus hijos a vida nueva, hacerlos resucitar de lo Alto (Jn 3,7), en el Espíritu, y nutrirlos con Su Pan, fresco, bueno, fragante y genuino. Este es el desafío decisivo para la salvación de la humanidad: preservar la fragancia y la autenticidad del Pan vivo bajado del Cielo, a fin de que a nadie le falte Su esencia y Su sustancia.

Los hijos de la Madre Iglesia han acogido el anuncio de la Mozuela de Dios que ha proclamado la Nueva Jerusalén, el Reino prometido por el Padre (Lc 22,29) que el 13 de junio de 1947 ha nuevamente enviado una parte de Su Corazón en este mundo, manifestando Su viva voluntad de alejarse de una casa que antes era pero que luego no habría sido más, para alejar lo que en el tiempo habría llegado a ser más y más podrido, hasta llegar a la caída definitiva del 13 de marzo de 2013, desde cuando con viva concienciación se ha empezado a distribuir otro pan, nuevo y humano, ya no conforme a la esencia y a la sustancia originaria del Pan vivo bajado del Cielo. Aquel pan extravagante, similar a la apariencia pero falsificado en la esencia y en la sustancia al Pan original, ya no sacia por la eternidad, porque no consagrado por el Espíritu de Cristo (Jn 4,24) y ya no impregnado de Su perfume, de su candor, de su dulce esencia que dona la eterna vida.

Los hijos de Dios quieren ser nutridos por el Espíritu que dona la vida, para vivir la verdadera comunión con Aquel que es Pan: una comunión hecha con el corazón, con el alma y con el espíritu, de quien quiere llegar a ser uno con Aquel que es Uno y Trino, que es Camino, Verdad y Vida (Jn 14,6), que se manifiesta a Sus hijos en la misma esencia que transmite la sustancia que es el Amor, aquel Amor hecho carne (Jn 1,14) que es Vida.

He aquí la dimensión metafísica a la cual están llamados los hijos de Dios que habitan la Nueva Jerusalén: vivir en este mundo aunque no siendo de este mundo (Jn 8,23; 15,19); vivir la realidad humana perteneciendo ya a lo que es divino; vivir con el cuerpo y con la materia la Tierra pero con el corazón, con el alma y con el espíritu el Cielo.

En la Nueva Jerusalén las palabras de Jesús se cumplen: “Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios” (Mc 14,25). He aquí el Rincón de Paraíso en Tierra que lleva los hijos de Dios a vivir cotidianamente la comunión de corazón, alma y espíritu con Jesús, Pan vivo bajado del Cielo, la Palabra hecha carne, el nutrimento esencial y sustancial de quien vive para ser santo: huirse de todo lo que es pecado (Rm 8,2; 1Cor 15,56) para estar siempre predispuestos y dispuestos para vivir la comunión de corazón, alma y espíritu con Jesús. Éste es ser regenerados en el Espíritu (1P 3.23), para vivir como resucitados (Col 3,1), siguiendo el ejemplo de Aquel que ha resucitado y vive eternamente.

Donde está el Espíritu Divino está la Eucaristía, está la Real Presencia del Cuerpo y de la Sangre del Cordero inmolado para la salvación de Sus hijos (Ap 5,12). Donde, en cambio, ya no está el Espíritu de Cristo ya no puede estar ninguna Eucaristía, porque no se puede buscar y encontrar Aquel que está vivo entre aquellos que han muerto (Lc 24,5). “El Espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida” (Jn 6,63). Jesús no está presente en el pan en el cual ya no hay ni Espíritu ni Vida. Jesús está en el momento en el cual el corazón está en comunión con Su Sagradísimo Corazón, en el momento en que el espíritu está en comunión con Su Santo Espíritu, en el momento en que el corazón está en comunión con Su Corazón, con sus enseñanzas (Mt 7,21), con Su Vida.

Jesús no se ha manifestado en muchas peticiones hechas al Padre por ministros que no estaban en comunión con Su Corazón. Jesús no ha entrado en el corazón de muchos fieles no dignos de recibirLo, aunque la consagración del Pan y del Vino había sido válidamente atendida por el Cielo (1Cor 11,27-29). Lo que no se quiere comprender es que nadie puede instrumentalizar Jesús o servirse indignamente de Su Nombre, de Su Cuerpo o de Su Sangre.

Jesús está donde se está en comunión con Su Espíritu, con Su Vida. Esta es la esencia de quien en Cristo, con Cristo y por Cristo quiere servir y amar, servir para hacer crecer, servir para santificar. Se muere a si mismos (Jn 12,24) para renacer en el Espíritu de Verdad (Jn 16,13) que conduce los hijos de Dios en la Morada del Padre (Ap 21,3), en el Tabernáculo viviente, que llevará todos a vivir la eterna juventud.

He aquí el significado de la Misa viva, continua y palpitante, celebrada cada Día por el Hijo en comunión con Sus hijos, en comunión con María, Aquella que se ha inmolado junto al Hijo (Ap 5,9) por Amor de Sus hijos, en la viva y eterna comunión de corazón, alma y espíritu de la Corredentora al Redentor, para ser uno con el Padre (Jn 10,30; 17,21).