La Divina Misericordia y la autenticidad cristiana
La Divina Misericordia y la autenticidad cristiana
(Borrador)
La Divina Misericordia del Cielo siempre debe ser allegada a la autenticidad cristiana. Para los cristianos, para todos los hijos de Dios, la Misericordia y la autenticidad están unidas de manera inescindible. Sólo así los cristianos, los hijos del Hijo de Dios (Jn 1,12), serán reconocidos y comprendidos en la propia naturaleza y esencia, pero sobre todo en el propio destino final, que es el Cielo (Ap 21,3). Un Cielo renovado en el Amor (Ef 1,10); un Cielo renovado en el nombre del Padre (Mt 28,19), santificado por medio del Espíritu (Jn 14,26) que procede del Padre (Lc 11,13) y que con el unigénito Hijo (Jn 1,14; 1Jn 4,9) se manifiesta para hacer cada vez más armoniosa la vida presente y futura de cada hijo.
Los cristianos hoy están llamados a comprender la naturaleza divina de la Misericordia del Padre que se manifiesta en el momento en el cual cada hijo pide al Padre, con corazón sincero, que sea perdonado (Is 55,6-7), que sea cancelada toda mancha de la profundidad del propio corazón (Sal 129), que reciba nuevamente como don el espíritu de la frescura inicial.
Sólo en el momento en el cual ocurre el encuentro de la Divina Misericordia paterna con la sinceridad del corazón del hijo que admite el pecado y pide perdón (Sal 50,3), la Divina Misericordia actúa y cura, interviene y limpia, se inclina sobre la humanidad perdida y hacer renacer, de lo Alto, en el Espíritu (Jn 3,7-8).
La misericordia, don del Padre, está así lista para ser derramada al hijo toda vez que está la solicitud sincera y espontanea de ayuda y de perdón hacia el Padre (Lc 15,18-19).
Una vez limpios, los hijos están renovados en la profundidad (Gal 6,15-16) para tener nuevo esplendor (Bar 5,1), nuevo entusiasmo, para poder avanzar, con la cabeza alta, manifestando la gracia recibida.
Así, después de la fase inicial, empieza la sucesiva: transmitir la gracia recibida por el Padre en la autenticidad de la propia fe en Cristo Señor (1Tm 1,16). Como por gracia el Padre dona Su misericordia, aún más la gracia tiene que ser gratuitamente donada (Mt 10,8b) y hecha comprender a los hermanos, como don del Padre (Sal 117,4; 135,2), a fin de que muchos otros vuelven a Dios con corazón sincero, pidiendo perdón (Hch 2,38), para vivir la autenticidad cristiana y luego nuevamente transmitirla a todos.
Esta es la fraternidad y el compartir que caracterizan la esencia cristiana (Hch 1,14), que está viva en la Ciudad “Centro de la infinita Misericordia de Dios”, “Isla Blanca” donde se preserva la pureza de la fe. He aquí la Nueva Jerusalén (Ap 21,2) y los dos colores que la contraseñan, el blanco y el amarillo, los colores de la pureza, de la santidad y de la Divina Misericordia, en un entrelazo de Amor puro y santo, que devuelven al corazón, al alma y al espíritu el sentido de la libertad viva, en Dios Uno y Trino (Ro 8,19-21).
Esta es la esencia de esta Casa, de esta Iglesia, Cristiana y Universal (Mc 16,15-18), con respecto a otras casas donde se ha malvendido la misericordia, donde la Divina Misericordia ha sido cambiada con una humana como insignificante misericordia.