Jamás Jesús abandonará a aquellos que a Él se encomiendan. Jamás Jesús abandonará a quien es su amigo (Jn 15,15). “Paz con todos vosotros”, dijo entonces el Maestro, apareciendo por sus amigos para confortarlos y amarlos (Jn 20,19). Y como entonces toda duda desapareció y todos lo reconocieron y lo adoraron como “el” Señor y Maestro, exclamando: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28), así pasará ahora. Jesús resucita y vuelve en la Tierra de Amor para vencer toda duda, vencer toda humana resistencia y ayudar a sus amigos a reconocer y adorar al único Señor, que nunca abandonará a quien, dejando todo, ha abrazado su amistad.
El Niño Jesús ha nuevamente bajado (Hch 1,11) para donar a todos su Paz. Paz con todos los hombres de buena voluntad. Paz con todos aquellos que viven y aman la única Verdad. Paz con todos aquellos que sufren. Paz con todos los oprimidos. Paz con quien grita por la libertad. En la Nueva Jerusalén vuestra paz llega. Jesús, resucitando, aquí os dona la libertad (Jn 8,32). Pascua es día de luz y de infinita santidad: día que atraviesa el tiempo del hombre para abrazar el infinito de Dios. En la Pascua Jesús proclama su vida (Mt 28,6.9), que hace resucitar y manifiesta la esencia y la sustancia del mensaje cristiano, que de la Pequeña Cuna se efunde y se derrama para declarar al mundo la voluntad del Padre, para aunar todas las gentes que quieren encontrar y conocer la única Verdad que salva, el único Salvador (Jn 4,42), a fin de que en su redención todos puedan reconocerse y rencontrarse. La esencia cristiana es el amor del Hijo de Dios. Este es el corazón de la fe: quien cree en él no morirá (Jn 11,25); quien lo ha rechazado o condenado, perecerá (Jn 3,18).
He aquí la Pascua por los hijos de Dios: renacimiento a vida nueva (Jn 3,7), renovado en la oferta y en su infinito amor. Jesús, ofreciéndose e inmolándose dona su completo amor y su viva paz a todos sus hijos. Pascua de vida por los hijos de Dios, Pascua de juicio por aquellos que lo han traspasado (Lc 11,31). Llegó la hora. Como pasó entonces, así ahora. Aquellos que en el tiempo han manifestado una doctrina diferente de sus enseñanzas, aquellos que han dispersado el rebaño de Dios a causa de su obra, de su lenguaje y de sus acciones, irán al encuentro del juicio del Padre (Jn 3,19).
En el tiempo de Pascua el Hijo del Dios viviente encenderá los corazones de sus hijos con la llama ardiente de su amor y de su fuego. Un fuego vivo, que proviene del Padre y del Hijo, que arderá y quemará el pecado y la mentira (Mt 3,12) de quien ha abusado de la palabra de Jesús, abusando de los pequeños y engañando el corazón de los sencillos que quieren mantener con vida la fe en Jesucristo, Rey de los reyes y Señor de los señores (Ap 19,16)
Alegraos todos vosotros que encontráis sostén y consuelo en el amor de Jesús. Alegraos y reuníos alrededor de María, Aquella que es Madre (Jn 19,26-27), así como han hecho aquellos primeros discípulos y discípulas de Jesús, que en el amor de María todos se han rencontrado para vencer; no para pararse, sino para recomenzar y vencer.
El Amor de Cristo Resucitado, el Redentor, y el Amor de María, la Corredentora, traspasa toda frontera para alcanzar cada rincón de la Tierra (Mc 16,15). En el Amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo Jesús hará encender en muchos corazones el Faro de reconocimiento de su Amor, el único Faro de Luz que iluminará esta humanidad árida y perdida, a fin de que muchos puedan volver a encontrar y reconocer el único Camino que lleva a la salvación, Cristo; abrazar la única Verdad que salva, Cristo; y merecer heredar la Vida eterna, Cristo (Jn 14,6), que en la Tierra bendita por el Padre habita para donar a todos su Amor y su Paz.
«Paz con todos vosotros» (Jn 20,26). Este es el saludo que hoy retumba en el Cielo y en la Tierra, en la espera del cumplimiento final que llevará la Paz a ser estable sobre toda la Tierra, en Cristo, con Cristo y por Cristo.
En la Pascua el rescate cristiano entra en lo vivo, manifestando la autenticidad de un Dios vivo, que habita en una Casa viva, hecha de corazones y de almas, de hombres y mujeres que viven para llegar a ser santos que, unidos a los ángeles del Cielo, en la Nueva Jerusalén se aúnan para alabar a Dios todos los días (Ap 5,13-14).
El tiempo está pleno y la voluntad del Padre es total, porque el Padre ha escuchado las oraciones de sus hijos, manifestando en la esencia su Bondad en la respuesta divina, para donar a todos alegría y santidad. La oferta viva hecha de corazón y de voluntad, unida a la oferta del Cordero inmolado (Ap 5,12), completa la acción cristiana renovada en estos últimos tiempos, en los cuales la infalibilidad divina manifestará la incongruencia humana de cuantos han olvidado la omnipotencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
En la Nueva Jerusalén (Ap 21,3) Jesús manifiesta su potencia de verdadero Rey y ni el mundo ni el sinedrio podrán nada. Por el mundo y por el sinedrio las puertas de esta Casa están y estarán cerradas (Is 51,1). Las puertas de la Ciudad Santa (Ap 21,20) están abiertas y cada vez más se abrirán por aquellos que quieren y querrán vivirla en la santidad, para hacerla más y más brillante y luminosa (Is 60,1), cándida y santa (Ct 4,1.7), pura y hermosa (Ct 6,4), adorna por su Esposo (Ap 21,2), para que todo lo que ha pasado sea olvidado y todo lo que es nuevo y renovado sea manifiesto y santo (Ap 21,5).