La Cruz que vence al mundo y dona la Vida

(Borrador)

Cristo es la Luz. Quien cree en Cristo, aunque muera vivirá (Jn 11,25). Éste Jesús dijo a todos aquellos que lo vieron, lo escucharon. Y pocos lo amaron (Jn 1,11). Aquellos pocos han dado la vida para recibir como don la eternidad: hijos de la Verdad, hijos de la Luz (Jn 1,12). Y han donado luz a aquellos que vivían en las tinieblas, a aquellos que el mundo había engullido, tragado. Y han renacido. Han dado la sapiencia en muchos corazones que estaban ligados, llenos de nudos. La Luz de Cristo ha desatados los nudos, ha liberado de las cadenas y ha hecho vencer llegando a ser hijos de Dios, en el Signo que vence a toda iniquidad, vence a toda insidia y vence a la muerte.

La Cruz, inicialmente signo de tortura para cada hombre y mujer que quiere creer en el Hijo de Dios, es “el” Signo para cada cristiano (Lc 14,27) y será Signo de victoria y de vida eterna.

En la Nueva Jerusalén está “el” Signo (Is 9,5) que el Padre nuevamente ha enviado (Col 1,20), a fin de que la Cruz de Luz, verdadera Luz, Cruz de Resurrección, done al mundo entero la nueva linfa que vuelve a donar la nueva Vida, para alejar lo que es viejo y abrir el corazón a lo que es nuevo (Mc 2,21-22), aún más nuevo, en el Espíritu y en el Amor (Jn 6,63): aquel Amor manifestado pero no correspondido, aquel Amor que se ha hecho Persona (Jn 1,14) donándose a todos pero recibiendo poco, aquel Amor que se ha multiplicado, dividiéndose, para saciar (Mt 15,33) cada corazón anhelante de llenarse del Amor de Dios, único y eterno Amor.

Este es lo que jamás pasará (Mt 5,18). En la Tierra de Amor que el Padre ha donado a sus hijos Jesús ha encontrado el Amor de María (Lc 1,38) que ha colmado toda falta (Lc 1,49). Y la voluntad del Padre ha permitido que de esta Fuente inagotable de su Amor se pudiesen nuevamente descontaminar todos aquellos corazones que aquí habría llegado, a fin de que cada corazón pudiese, a su vez, compartir aquel Amor, para poder, gota tras gota, llenar las calles del mundo del Amor verdadero y auténtico.

Otra vez más el Amor (1Jn 1,1-3) completa la ley, enriquece la ley. No como los hombres necios y llenos de egoísmo entienden, diciendo que “el Amor sofoca la ley; el Amor limita la ley”. Cristo Amor la levanta, la ley, a fin de que sea de verdad respetada y puesta en práctica (Rm 13,10), por el bien común y por el bien supremo que es Dios Todopoderoso (Mc 12,29-31). Dice Jesús: «La Obra mía y mi Persona son por encima de todo y de todos, porque el Padre así ha decidido». Este es lo que Jesús ha revelado a su Mozuela, María Giuseppina Norcia. Y esta es la voluntad del Padre, que ha enviado al Hijo para levantarLo (Jn 8,28), para que todos aquellos que en Él creen, aman y esperan pudiesen ser levantados (Mt 23,1) del yugo pesado de la ley del hombre (Ef 2,15), que liga otra vez más los corazones, destroza y no hace respirar más.

La Nueva Jerusalén (Ap 21,2), Tierra de Amor, libera los hijos de toda forma de esclavitud. Jesús la ha guardado para él y para sus hijos. Nadie tiene autoridad sobre ella, excepto Jesús que el Padre ha enviado, donándoLe su autoridad y potestad. Con el Amor y con la Justicia misericordiosa Cristo gobernará todos los pueblos (Ap 12,5) para hacer un solo pueblo y un solo Pastor (Jn 10,16), en la Señal de la Cruz que vence al mundo y dona la Vida, la verdadera Vida (Jn 14,6) que, con bondad y fraternidad, hará vivir el Reino del Padre a aquellos que quieren ser libres en el mundo para estar injertados en el Amor de Cristo: aquel Reino que el Padre ha donado al Hijo (Is 9,6) para que en todos pudiese estar vivo el Espíritu Santo (Rm 14,17).

Desde el Monte Santo (Jn 4,21), desde la Tierra de Amor, Tabernáculo viviente, Oasis de paz y de santidad, Jesús ha condenado el mundo y sus miserias – porque el mundo ha hecho esclavos a sus hijos – condenando toda lisonja, toda forma de esclavitud y de pecado, todos aquellos que cometen adulterio y todos aquellos que han traicionado a Cristo y a su Vida (Mc 14,21).

Jesús, como Hijo del Dios viviente, como Rey, Sacerdote y Profeta, de la Tierra de Amor ha condenado y condena todos aquellos que han blasfemado al Espíritu Santo (Mt 12,32), sirviéndose del nombre de Dios para aplastar a los pequeños y usar y abusar de sus corazones (Mt 23,33).

El Espíritu de Cristo ha bajado y se ha casado en la Nueva Jerusalén para ahí permanecer eternamente (Ap 15,3-5), declarando su Ley y condenando en su Amor misericordioso todo traidor, que en el Corazón de María será juzgado según Su misericordiosa Justicia.

La Casa de Dios manifestará aún más su Luz que, en la Señal de la Cruz (Gal 6,14) que ilumina el mundo, cumple el itinerario que conducirá los hijos de Dios a vivir el Reino de Paz y de Amor, Signo de su Redención y de todos aquellos que en Jesús creen, en Jesús viven y en Jesús esperan.

El Espíritu de Cristo (Jn 16,13) estampa en los corazones su Sello, de Maestro y Amigo, el Sello del Dios viviente, que conduce y conducirá los hijos a la victoria (Ef 1,13). Y la Luz surcará el mundo, alejando las certezas que el mundo se ha construido, a fin de que se puedan desmoronar delante de la única y sola verdadera certeza, que es Cristo Señor, baluarte de la fe, Signo del Padre, victoria de los verdaderos cristianos que han elegido ser pequeños y últimos en este mundo para ser levantados por la gracia de Dios (Lc 1,52), aquellos cristianos que han defendido al precio de la propia vida la única verdadera fe, manteniendo con vida la autenticidad y manteniendo aún más viva la fidelidad a Cristo Señor, que en la Nueva Jerusalén, Rincón de Paraíso en Tierra (Gn 28,12), resplandece y más y más resplandecerá.

No hay Vida sin Cruz (1P 2,24). Y quien se deja levantar como el Hijo sobre la Cruz (Jn 3,14) que dona la Vida, renace a Vida nueva (Jn 3,7), resucita para vivir ya ahora en el único Amor que salva: Cristo (Sal 105,4). Nada uno es sin el Amor de Jesús (Rm 8,35-39; 2Cor 5, 14-17). De nada vale pretender saber y conocer las cosas de este mundo cuando, luego, no se conoce al Amor, el Amor hecho carne, el Amor hecho Persona, que en la Tierra de Amor ha vuelto (Hch 1,11), vivo, a fin de que todos tengan nueva vida y la tengan sobreabundante (Jn 10,10), por la eternidad.

Los hijos de Dios se quedan unidos a María, a los pies de la Cruz (Jn 19,25): unidos en su espíritu de Madre, de Reina y de Esposa, Aquella que ha acompañado, acompaña y acompañará a los hijos de Dios cada día (Jn 19,26-27), para hacer que la hora sea oscura para el mundo (Sal 34,1-6) y el día sea para los hijos de Dios (Zc 14,7).