María es la Escalera de Oro, la Puerta del Reino de Cristo
María es la Escalera de Oro, la Puerta del Reino de Cristo
(Borrador)
María es la Puerta del Cielo (Gn 28,17). María es la Puerta del Reino (Ap 4,1). María es la Escalera de Oro (Gn 28,12) que conduce a Cristo (Jn 2,5), Corazón pulsante del Padre (Jn 10,20). Subiendo esta Escalera se llega listo al Reino prometido, que en la Nueva Jerusalén ya es y que más y más será (Ap 21,2), por la eternidad.
En la Tierra de Amor Jesús ha depositado la llave para poder comprender el Pensamiento del Padre (Lc 1,38), a fin de que las cosas que se habrían debido desvelar, con esta llave, se pudiesen comprender. Esta la revelación hecha en el tiempo y con tiempo por el Maestro a María Giuseppina Norcia. He aquí la llave depositada en el escriño más santo y sagrado: Aquella que es linfa del Amor del Padre y del Hijo (Lc 1,49). Y el Amor de Espíritu aletea (Lc 1,35a) e infunde en los corazones la santidad.
Para poder abrir la Puerta del Reino y poder mirar más allá de lo que es humano hay que ser pobres en el corazón y en el espíritu (Mt 5,3): pobres de riqueza humana (Lc 1,53); pobres de soberbia (Lc 1,51); pobres de impudicia (Mt 5,8); pobres de todo lo que es negación de la acción del Espíritu Santo (Mt 12,31). Hizo esto, se puede pronunciar el Nombre de María (Lc 1,27b), para recibir la Luz que abre el corazón para poder comprender el Amor hecho Persona (Jn 1,14), el infinito Amor; y perderse en Ello (Jn 12,24), para reencontrarse nuevos y renovados (Mc 8,35).
No quien dice “Señor, Señor” sino quien hace la voluntad del Padre Bueno y Santo será digno de vivir el Reino de Cristo (Mt 7,21), que para muchos es un sueño sino que en la Nueva Jerusalén es realidad (Ap 21.1.10).
Muchos son aquellos que se quedarán fuera de aquella Puerta. Muchos son los incrédulos. Y cuando todo se actuará, nadie llame más a aquella Puerta (Mt 25,11), porque la Puerta estará cerrada, porque al interior el Rey festejará con sus hijos y ya no tendrá tiempo para escuchar los gritos y los lamentos (Mt 25,12), porque las cosas primeras han pasado (Is 65,17; Ap 21,4).