Sí, sí y no, no,
porque todo lo que excede viene del maligno
(Borrador)
Vivimos los tiempos duros y difíciles que Jesús ha preanunciado en el Evangelio y confirmado a María Giuseppina Norcia. Tiempo de aturdimiento para muchos, incluso y sobre todo para muchos que se declaran cristianos (Mt 24,24). La abominación de la desolación ha tomado la delantera entrando en el Lugar que para muchos habría debito permanecer Santo (Mt 25,15). Y los errores esparcidos ahora producen sus frutos: frutos de apostasía (2Ts 2,3), frutos de entorpecimiento de las conciencias, frutos de un humanismo vacío de Cristo y de la enseñanza de la Sagrada Escritura.
Ahora frente a lo que cae y se desmorona, los hombres necesitan concreción; necesitan un lenguaje sencillo pero coherente, lineal y claro (Jn 8,45), que les conduzca todos a la única Verdad, absoluta (Jn 14,7); y no a muchas verdades personales que los hombres quisieran tallarse a propia medida, según los propios intereses y las propias ganas (2Tm 4,3).
En este contexto hecho, de intento, opaco y confuso por la acción del enemigo de Dios – que se presenta bajo la forma de un engañoso “amor” y “bien” (2Ts 2,3-12) pero que Amor y Bien no es – los cristianos necesitan certezas. Este es el tiempo en el cual los hijos de Dios, donde hay ambigüedad, tienen que contestar con linealidad, acordándose siempre de la esencia del mensaje cristiano: “Sí, sí; no, no”, porque, como nos enseña el Maestro, “todo lo que excede viene del maligno” (Mt 5,37).
En estos tiempos últimos de la cristiandad, la Verdad es más y más incómoda (Am 5,10). Cristo y su enseñanza auténtica han llegado a ser incómodos. Pero la Verdad es única, absoluta e imperecedera: Jesús (Jn 14,6). Los hombres han nuevamente descartado a Jesús (sal 117,22; Mc 12,10). En vez de volver a poner en el centro la Verdad del Evangelio, de la Sagrada Escritura, el mundo quería siquiera doblegar y manipular el Pensamiento y la enseñanza de Dios a los propios deseos, para dar gusto en las propias ganas y volverse a las fábulas (2Tm 4,4). He aquí la apostasía difusa, causada incluso y sobre todo por el hundimiento doctrinal de una casa que jamás habría tenido que permitir a la abominación de la desolación estar allí donde no debe (Mc 13,14). He aquí que también en las iglesias lo que domina es la política del eterno compromiso, del politically correct que quisiera invadir, trastocar y entonces cambiar incluso la enseñanza cristiana auténtica (Tt 2,1). Más y más hombres, cristianos y consagrados también, buscan compromisos para no faltar el respeto a uno y favorecer a otros; para hacer que cada pensamiento humano pueda parecer bueno; para hacer que todo pase como un indistinto “amor”, pisoteando la enseñanza del verdadero y único Amor, hecho Persona: Jesús (Jn 1,14).
La Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén siempre volcará la ambigüedad de “decir y no decir”; de “decir una cosa pero, en realidad, pensar en otra”; de “haber dicho un pensamiento antes, tergiversándolo después” (Pr 16,28). La Madre Iglesia ahora aún más manifestará la propia acción maternal (Ap 12,1), para acoger en su seno a los hijos que aman a Jesús, para hacer que se ame aún más en Evangelio del Hijo de Dios (2Tm 1,8), un Evangelio que no está sólo escrito sino que es un Evangelio de Vida, enseñado con ejemplo y santidad, haciendo comprender lo que el Maestro dijo entonces para ser, ahora, en este tiempo, a fin de que los errores del pasado puedan alejar los errores presentes, con una comprensión viva y total (Ef 3,4). Sólo así quien querrá ser y vivir de verdad como cristiano podrá hacerlo, comprendiendo lo que es bueno y lo que es malo (Dt 30,15), lo que es pecado de lo que no lo es (Jn 8,43-46).
Ahora hace falta linealidad y coherencia, firmeza santa (Tt 1,13) y Amor sincero (1Cor 6,6-7), en Aquel que es Verdad absoluta (Jn 14,6). Luego la libertad del hombre es un principio fundamental sobre el cual se basa la relación entre el Creador y las criaturas. Así el Creador juzgará, por consiguiente, según las acciones de cada uno: quien recogerá el Amor (Mt 25,34), y quien recogerá Justicia (1Jn 5,17).
Sólo en la Verdad hay verdadera Libertad. Sin Verdad, de hecho, no existe “la” Libertad. Como enseña el Maestro, es la Verdad que hace el hombre libre (Jn 8,32). Todo lo que excede es engaño (1Cor 6,10). Por esto ahora los verdaderos cristianos tienen que ser roca, único y verdadero baluarte (Sal 30,4) a la deriva difundida de este mundo, manteniendo el timón recto hacia la meta, en un mar calmo y plácido, sin malvenderse sino haciendo comprender el único pensamiento que conta: la Vida eterna (Jn 6,40).