Este es el tiempo de la Consagración
al Corazón Inmaculado de María

(Borrador)

María es la Madre de Dios, la Reina del Cielo y de la Tierra, la Corredentora Universal (Decreto Pontificio “En María, con María y por María”). En este tiempo de prueba la humanidad entera, ahora más que nunca, está llamada a consagrar su vida a Su Corazón, para poder recibir Su cuidado maternal, Su viva protección de Madre (Lc 1,43).

El mundo, a lo largo del tiempo y con tiempo, no ha acogido la invitación del Cielo para orientarse hacia María y consagrarse a Su Corazón. El mundo ha preferido dar la espalda a María. El mundo ha preferido mirar por otro lado, buscando en otro y en otros la Salvación (Sof 1-3).

Ahora, todos vosotros, creyentes en Su unigénito Hijo, consagraos a María, Madre y Reina del Cielo y de la Tierra. Vosotros todos, hombres y mujeres de buena voluntad, inclinad la cabeza y consagraos a Su Corazón Inmaculado, para ser Uno con Su Corazón. Todo es el Corazón Inmaculado de María: amparo, refugio, fuera, sostén, Vida (Jn 3,15).

El mundo vive una gran prueba. Aquellos que en pasado habían llegado a ser Pueblo elegido, escogidos por el Padre, Lo han renegado, más y más veces (Ex 32, 7-10; Jer 5; Js 23, 14-16): con sus acciones, con las palabras, con las obras, llegando a matar al Hijo de Dios (Jn 19,15). Aquella culpa, como está escrito, ha pasado de generación en generación (Jer 31,15; Mt 27,25; Lc 23,28). A pesar de esto, los hombres todavía no han creído en el único Salvador.

Ahora aquel pueblo se encontrará a vivir una prueba más dura, porque la ley del “ojo por ojo” y “diente por diente” se vuelve en contra (Mt 5,38-42).

El pueblo con el cual el Padre ha renovado Su Nueva y eterna Alianza, refundando Su Iglesia, está llamado a amar y rezar a María con todo Su ser: amar a Dios y al prójimo (Mt 22, 37-40); rezar el “Padre Nuestro” como Lo ha enseñado Jesús, a fin de que la Voluntad del Padre se haga en la plenitud, como en el Cielo y así en la Tierra (Mt 6,10). El Padre Misericordioso y Justo escucha la voz de Su pueblo fiel, aquel Pequeño Resto del Israel de Dios profetizado y esperado (Is 37,32) que ahora tiene que ser Luz para el mundo: la Luz que desgarra las tinieblas del odio y del terror, para reconducir todos a la única Fe que salva: Jesús (Lc 1,47; 2,11).

El tiempo de la liberación (Jn 8,32) ha llegado y cada pecado tiene que vencerse: el pecado del odio, de la soberbia, de la enemistad, de la impudicia y de la apostasía.

Los hijos de Dios y los animados de buena voluntad manifiesten al mundo entero la viva Consagración al Consagración de María. Lo que el mundo ha descartado, sea hecho luminoso, para que todos puedan ver las obras y las acciones del Corazón Inmaculado de María, del Pueblo consagrado a María, para llegar a vivir el Corazón del Esposo, listo, vivo y santo (Ap 19,9).