La humanidad extraviada
y la paternidad perdida
(Borrador)
En San José la Madre Iglesia reconoce su Santo Patrono y el Custodio de la Cristiandad. San José es Aquel que Dios Padre Todopoderoso ha llamado, en aquel tiempo, a guiar y custodiar la Sagrada Familia, cristiandad naciente; llamado nuevamente ahora a custodiar la cristiandad triunfante, que en la Pequeña Cuna del Niño Jesús se manifiesta. Con su paternidad, San José guía cada Familia Cristiana que reconoce al Niño Jesús bajado en la Tierra de Amor, donde el Hijo del Dios viviente, Aquel que es Camino, Verdad y Vida (Jn 14,6), guía el corazón de sus hijos sobre el recto Camino, para conducir todos hacia “la” meta, aquella meta sin fin que los hijos de Dios esperan (Flp 3,13-14), Cumplimiento final del Proyecto de Salvación de Dios Padre por la humanidad entera (Gen 2,8).
En los brazos de este gran Santo – “Padre” (Mt 1,12) – Jesús se ha hecho Hombre (Lc 2,52), advirtiendo en San José el calor de un padre, la fuerza de un padre y la sabiduría de un padre, lo que hoy falta a esta humanidad. ¿Por qué? Porque esta humanidad ha perdido el Camino, ha canjeado su paternidad y ha abandonado la filiación en Aquel que salva (1Jn 3,1), fallando así en el espíritu. Y la humanidad, aunque viendo el báratro por delante, en vez de darse golpes de pecho y volver sobre el recto Camino, prefiere entrar en el báratro, un báratro sin retorno.
La humanidad tendría que reconocer en San José la fuerza, de corazón y de fidelidad; el ejemplo de sabiduría y de obediencia (Mt 2,13.19-23); ejemplo de gratitud al Padre. Y reconociendo en la humildad de San José su grandeza (Revelación de Jesús a María Giuseppina Norcia, “San José”, 19/03/1998).
El mundo cae porque ha perdido estas virtudes y este ejemplo de santidad. Y esto ha llegado a ser hoy la humanidad: puro humanismo, desierto de espíritu. Para la humanidad no es más Dios que es Todopoderoso, sino es el hombre que se considerara omnisciente (Jb 21,14-15). He aquí el báratro del cual la humanidad va al encuentro: una oscuridad donde el fin será total.
Por un lado las tinieblas del mundo (Jn 1,5), por el otro la Luz (Jn 1,9) y sus hijos que, habiendo entendido, amado y reconocido la Luz (Jn 1,12), se revisten de Ella (Is 60,1) para ser antorchas ardientes de la única Luz que dona la Vida: Cristo (2Cor 4,6).
He aquí “el” Sol nacido que nunca más se posará (Is 60, 19-20). Y he aquí sus rayos que iluminan el Camino a cuantos tienen la esperanza de encontrar la Verdad (Jn 16,13), para volver a retomar el control de su vida y juntarse a Aquel que es Vita (Jn 17,3), para vivir eternamente el verdadero Rostro de Dios (Sal 41,3; 79,4).