La Iglesia refundada en el Amor

(Borrador: Traducción Automática)

La Nueva Jerusalén (Ap 21,2) es la Ciudad Santa, el Cielo de Dios descendido a la Tierra para abarcar las almas de los creyentes, de los que han perseverado en la fe, de los que han querido renunciar al mundo, de todos los que, unidos a los Ángeles de Dios, han querido dar testimonio de Cristo sobre todas las cosas.

Desde la Cunita del Niño Jesús, los cantos y las oraciones de los hijos de Dios irradian el mundo y dan la Paz y la Santidad a quienes la acojan con corazón sincero.

Aquí está la Iglesia de Cristo, el único Patio del Amor Santísimo de Jesús: ese Amor que hace renacer de lo Alto (Jn 3,3), a una Vida nueva, regenerando el corazón, el alma y el espíritu, para revestir a los niños con Su Luz, la Luz que en la Nueva Jerusalén ha resucitado y que no se pondrá jamás (Is 60,1). Lo que mengua es el mundo, con todas sus adulaciones, pues avanzará el Pueblo Santo de Dios: el Pequeño Remanente del Israel de Dios que le ha permanecido fiel (Mi 5,6-7), pueblo de la Luz, llamado a irradiar el único y eterno Sol, a dar a conocer y comprender a todos el verdadero Rostro del Padre Santo, que en este Rincón del Paraíso elegido por Su Voluntad se manifiesta y debe ser adorado como se merece.

Ha llegado la hora de la Guadaña (Ap 14,15), que corta para recoger los santos frutos y ahuyentar la impudicia. «Venid a Jesús, todos los hijos de Dios, aquí descendido para darnos su Descanso, su Paz, porque es humilde y bueno de Corazón».

Aquí está Jesús, Amor encarnado (Jn 1,14) que se entrega sin medida a sus hijos fieles, a su Pueblo, a su rebaño, aquí querido, defendido y amado, porque Cristo es Amor, el único gran Amor. Y el Amor de sus hijos vive en Él (Jd 21) para que todo Jesús pueda llevarlo al Padre. Jesús recogerá cada lágrima, cada sacrificio, cada buena acción, para hacer a sus hijos puros y dignos del Amor del Padre Bueno y Santo que en María, ancla de la Salvación, regenerará todo con su Amor materno. Así como después de la partida terrena de Jesús, María regeneró de nuevo a Sus hijos a Su Amor (Jn 19, 27), hoy de nuevo el Amor de María, bálsamo para todo corazón, regenerará y regenerará los corazones para acoger este último tiempo de Amor, un tiempo en el que los hijos que permanezcan fieles invocarán el Nombre de Aquel que salva, para que muchos tengan Vida, Vida eterna (Jn 3, 16).

He aquí la «Iglesia naciente» (Revelación de Jesús a Maria Giuseppina Norcia, «El Santuario más grande que existe»): renacida para recuperar el vigor; renacida, refundada para cimentar todo en aquellas enseñanzas intemporales y eternas; refundada sobre la única Roca (Mc 12,10) que ninguna tempestad podrá jamás socavar, porque ha llegado el momento en que el Viento del Espíritu insiste y el mundo se derrumba.

La Palabra de Jesús debería haber traído la Luz al mundo, pero los hombres la han cambiado y trocado por las tinieblas (Jn 1,11), pactando con el que divide (2 Tes 2,3-4). El Amor y la Palabra de Cristo, así como Sus Enseñanzas, fruto de Su Palabra, signos tangibles en el corazón de los hombres, deberían haber llevado a la aniquilación de todo poder humano que quisiera levantarse contra el único y eterno Poder del Padre Santo, para restaurar esta humanidad de los hombres.

Tantos sucesores de Cristo, el Pontífice Eterno, pactaron, diluyendo Su Religión en efímeros pensamientos humanos (2 Tim 4:4; Tit 1:14), convirtiéndose en todo menos en Santa Religión. La «Santa Religión» representa el Pensamiento del Padre, que se manifiesta en Su Santa Voluntad.

Por eso el Padre ha preservado esta Tierra de Amor de tantos buitres, lobos y cabras, para que los santos corderos y ovejas, junto con el único Cordero victorioso (Ap 7,10), puedan de nuevo, en el Último Día, refundar todas las cosas.