ACTO DE MAGISTERIO
El Brazo del Padre
(Borrador)
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28,19)
El Hijo del Hombre ha vuelto sobre la Tierra (Mt 18,11), en la Tierra de Amor establecida por el Padre para el regreso del Hijo (Mt 24,37).
Jesús ha vuelto (Hch 1,11), por Amor, por Justicia y por Misericordia (Is 11; Jer 23) de cuantos han mantenido con vida la fe. Así Jesús dice: «Cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿hallará la fe sobre la tierra?» (Lc 18,8). En la Tierra de Amor elegida por el Padre Jesús ha encontrado la fe, porque la fe en su Nombre se ha mantenido intacta y pura (Mt 24,13).
La Nueva Jerusalén (Ap 21,2) es el Rincón de Paraíso en la Tierra, querido por el Padre Todopoderoso (Sal 146,5) a fin de que la linfa del Cristo Resucitado pudiera nuevamente inundar este mundo.
A pesar de esto, el mundo no se ha dejado moldear por el Amor del Hijo de Dios y por la viva fe que de la Pequeña Cuna del Niño Jesús, Árbol de la Vida (Ap 2,7), el Padre ha nuevamente puesto en circulación.
Otra vez más la guerra entre Dios y sus hijos por un lado, y el mundo por el otro ha vuelto a ser centro (Ap 20,8): centro de un combatimiento entre el Bien y el Mal (Gn 3,15), entre lo que es bien y lo que es mal.
La humanidad ha nuevamente dejado que el espíritu del mundo circulara y tomase pie en muchos corazones, llevando en el centro del corazón de muchos virtudes insanas (2Tm 4,4) y pecados innominables (Ap 18,5), que reclaman venganza (Sal 78,10-13; Is 35, 4; Jer 50,28) – en el estricto sentido espiritual del término – al Corazón de Dios Padre Todopoderoso.
El mundo no comprende el significado de la “venganza” de Dios (Ez 25,14), porque acostumbrado a una maldad sin fin. La costumbre no puede convertirse en adición. “Vengar” (2Ts 1,8), para el Padre, significa establecer y volver a colocar en el centro el Bien primario: su Nombre (Gdt 9,8; Sal 85,9.12; 114,1; Lc 19,38) y el Amor del Hijo de Dios (Lc 10,27).
Para que todo esto ocurra, la Justicia del Padre (Mt 6,33; Hch 7,7) tiene que bajar copiosa y fuerte sobre los tentáculos del mundo, que como un pulpo ha tenido aplastados y ligados los hijos de Cristo, sus hermanos (Is 14,1-3), que siempre han esperado, hoy aún más, en la intervención divina (Sal 34,17; 89,13).
Ahora el Brazo del Padre (Sal 88,14) ha bajado (Lc 1,51).
Al bajar de su Brazo (Sal 97,1), Dios Padre Todopoderoso ha dado orden al Arcángel Miguel (Dn 12,1; Ap 12,7), el Escudero de Dios, de avanzar. Éste Jesús, como Hijo y como Rey, prometió a sus hermanos e hijos; éste Jesús ha prometido a María Giuseppina Norcia, la mozuela pura y fiel: que habría llegado el tiempo, y es este, en el cual el Padre habría hecho bajar del Cielo su Misericordiosa Justicia (Sir 43,18), de manera puntual y precisa, hacia aquellos que en el tiempo habían – y, otra vez más, han – declarado la guerra al Patio elegido por el Padre para el cumplimiento de sus promesas.
El Árbol de la Vida está destinado a vivir y a vencer (Ap 22,2). Y aquellos que quieren estar y están injertados en aquel Árbol (Ap 22,24) están llamados y destinados a renovar el mundo, en la Misericordia y en la Justicia (Jer 9,23; Mt 23,23).
Así como fue en el pasado, un vórtice lleno y total atenaza hoy este mundo. En los tiempos pasados Dios Padre Todopoderoso envió sus mensajeros a Sodoma (Gn 19,1), avisando con tiempo la familia de Lot, llenándola de su misericordia (Gn 19,15-16), invitándola a salir de aquella ciudad para dejar espacio a la Llama de Dio para intervenir (Gn 19,29).
Ahora la Llama del Padre arde. Y muchos son invitados con tiempo, en este tiempo, a dejar Babilonia y las casas presas del espíritu inmundo (Ap 18,4), porque el Fuego del Espíritu Santo nuevamente baja y bajará (Lc 17,28-29) por voluntad del Padre Todopoderoso.
«¡Pueblo Santo de Dios! Levanta los ojos hacia el Cielo (Is 51,6)! Quédate unido a Jesús, Aquel que, único, dona la Vida (Jn 14,6), para bendecir profundamente aquellos que, levantando los ojos al Cielo, remiten y remitirán su llena confianza (Sal 77,7) en Dios Padre Todopoderoso, que ahora quiere actuar y vencer, a fin de que en el corazón de sus hijos fieles y en el corazón de cada hombre y mujer de buena voluntad su Signo pueda quedarse esculpido (Ap 7,4)».
«¡Padre, siguiendo el ejemplo de María, a Tu Corazón remitimos nuestro completo “sí” (Lc 1,38) de hijos que en Ti quieren vivir; que en Ti quieren ser; y que, junto a Ti, quieren seguir manteniendo con vida la fe (1Tm 3,9) y hacerla triunfar (Hb 10,12-22)!».
«¡Padre, aleja todo engaño (Sal 100)! Padre, aleja toda impudicia (1Cor 6,13), a fin de que Tu pueda intervenir con aquellos que, disfrazados de corderos, han ensuciados Tus hijos (Jer 23,1-2; Mt 23)!».
«Padre, vivo está en nosotros el Amor por Tu Santo Nombre (Sal 29,5). Padre, vivo está en nosotros el Amor que se Te debe (1Jn 3,1), por Tu magnanimidad y por Tu viva Presencia (2Jn 3), porque nunca has dejado y nunca dejas Tus hijos solos (Sal 137,8)».
«Sea este, Padre, Día de Resurrección viva (Jn 11,25) – para tu Casa, para Tu Misterio (1Cor 15,21; 1P 1,3) – de Amor y de fe profunda, a fin de que cada fatiga prodigada dé fruto y cada sacrificio ofrecido por Amor de Cristo y de María pueda hacer brotar nuevos frutos (2Sam 23,5)».
«Padre, cada tempestad sea aplacada para dar espacio al Fuego de Tu Amor (Is 26,11), que es Vida (Jn 17,3). En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».
23 de octubre de 2022
El Pontífice
Samuele