La defensa del Sacrificio de Cristo sobre la Cruz y la intolerable blasfemia del pontífice de la iglesia de Roma
5 de abril 2017
La Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén dirige su invitación a todos aquellos que se declaran cristianos y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que viven con respeto Cristo y el Misterio del Sacrificio de Cruz, a fin de que se ponga fin a la pública blasfemia del Pontífice de la iglesia de Roma hacia el Hijo de Dios y Su Sacrificio Salvador actuado sobre la Cruz.
En una homilía proclamada el día 4 de abril de 2017 en la Domus S. Martæ, el Pontífice de la iglesia de Roma, J.M. Bergoglio, ha dirigido, por la enésima vez, expresiones blasfemas con respecto a Nuestro Señor Jesucristo. El romano Pontífice, comentando la Sagrada Escritura, ha dicho textualmente que: «Jesús se ha “hecho serpiente”», «Jesús se “ha hecho pecado”», «[Jesús] ha tomado el aspecto del padre del pecado, de la serpiente astuta», para concluir afirmando que la Santa Cruz es «memoria de aquel que se ha hecho pecado, que se ha hecho diablo, serpiente, por nosotros».
La asociación de la Persona de Nuestro Señor Jesucristo a la “serpiente astuta” (que es satán); al “padre del pecado” (que es satán); y, por último, directa y explícitamente, al “diablo”, es una gravísima blasfemia que ningún cristiano puede tolerar permaneciendo sobremanera en silencio. Ya en pasado, comentando el Sacrificio Salvador de Jesús sobre la Cruz, el Pontífice romano había dirigido al Hijo de Dios epítetos ignominiosos y blasfemos, como la expresión repetida más veces de “serpiente” y aquella de “feo que provoca asco” (homilía del 14/09/2015). Además había supuesto que Jesús sobre la Cruz “blasfema” (homilía del 30/09/2014) y había llegado a afirmar públicamente que “el Vía Crucis es la historia del fracaso de Dios” (encuentro con los jóvenes en Kenia del 27/11/2015) y a definir la cruz una “locura, es decir el abajamiento del Hijo de Dios” (homilía de 29/02/2016).
En el periodo en que los cristianos auténticos están llamados a meditar sobre la Pasión de Jesús y sobre la importancia del Sacrificio Salvador del Hijo de Dios, preludio de Su Resurrección y de la Pascua de todos los cristianos, las afirmaciones del romano Pontífice son inaceptables y deben ser firme y públicamente condenadas por toda la Comunidad Cristiana, que no puede llegar a ser cómplice, en su silencio atronador, de las blasfemias del Pontífice romano dirigidas a Cristo.
Dios Padre ha enviado en el mundo a Su Hijo para hacer volver todos al recto Camino, para hacer recorrer a todos los hombres de buena voluntad el recto Camino, que llevaba directamente al conocimiento pleno de Dios, de manera perfecta (y no imperfecta, debido a la enseñanza distorsionada que aquellos que detenían el poder, los detentores de la ley de Dios, inculcaban a su gusto en el corazón de los fieles). Todo se ha cumplido y ha culminado en el momento más alto de la Obra del Hijo de Dios: donar a Sí mismo, sacrificar la propia Vida por el bien de todos. El Sacrificio Salvador de Cruz de Cristo es el extremo gesto que manifiesta la única Voluntad, aquella del Padre y aquella del Hijo, para abrir las puertas que conducen al Reino de Dios, a la salvación plena, a todos aquellos que están animados por la buena voluntad.
Este gesto ha sido la plenitud de un itinerario, de un camino. A nadie está permitido ahora, a distancia de además de dos mil años, blasfemar y trastocar impunemente aquel gesto, asociando la Persona del Salvador a aquella del “diablo”, de la “serpiente astuta”, del “padre del pecado”.
La iglesia de Roma, a causa de las afirmaciones hechas por su Pontífice, ha cometido un gravísimo delito hacia Dios Padre Omnipotente, renegando y mortificando la esencia y la sustancia del Misterio de la Redención que Jesús, el Hijo del Dios Viviente, ha cumplido por medio de Su Sacrificio de Cruz. La Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén apela a la Misericordiosa Justicia del Padre a fin de que tal culpa no recaiga sobre toda la cristiandad universal sino sobre aquellos que se han hecho culpables de tales blasfemias y sobre aquellos que, en su culpable inercia, aún conscientes de la gravedad de lo que está en curso, siguen tolerando todo como si nada fuera.