La Fiesta de la Conversión de San Pablo
y la oración por la unidad de los cristianos

1. Jesús es salvación

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Queridos hermanos y queridas hermanas, hoy la iglesia celebra la conversión de San Pablo, aquel que de gran persecutor de los cristianos (1Cor 15,9) se ha convertido en el gran Apóstol del cristianismo, el Apóstol de las gentes, de los gentiles (Rom 11,13), entonces de los paganos, los no creyentes.

Y hoy es incluso el día conclusivo de la semana de oración por la unidad de los cristianos, instituida para reunir nuevamente todos los cristianos en Cristo, a fin de que en el nombre de Cristo ya no existan divisiones sino unión en el unigénito Espíritu, que es Dios (Flp 2,9-10), Uno y Trino. A fin de que todo esto ocurra completamente, para que la unidad se cumpla, hay que volver a partir precisamente por Cristo, el Amor hecho Persona (Jn 1,14); y permanecer injertados (Jn 15,4) en Cristo Amor, para poder amar a Dios y a los hermanos en la totalidad. Sólo haciéndose bautizar en el nombre de Jesús, Hijo de Dios, podrá haber salvación (Mc 16,16). Y sólo poniendo en práctica Sus enseñanzas y Sus mandamientos se podrá permanecer unidos e injertados en el Amor que salva (Jn 15,9-10). De otra manera, se corre el riesgo de quedarse aplastados en una retorica infructuosa y dañosa, donde el equivoco mayor nace precisamente de la equivocada comprensión de quien genéricamente dice “Dios es amor”. ¿Dios quién? ¿Dios Jesucristo, el Hijo de Dios (Rom 1,4) u otros?

2. Oración y unión fraternal

Los medios fundamentales para vivir la unión verdadera en Cristo son la oración (Rom 12,12) y la unión fraternal. Para la oración hay que alimentar sin parar la morada espiritual que Jesús ha puesto dentro de cada uno de nosotros en el momento del bautismo. Para luego crecer siguiendo las palabras que Jesús mismo nos ha enseñado en Su oración dirigida al Padre, el “Padre Nuestro”, que nadie puede modificar con respecto a la formulación originaria del Maestro. En el Padre Nuestro Jesús nos enseña a relacionarnos con el Padre, santificando Su Nombre (Mt 6,9) pidiendo directamente al Padre que Su Reino venga y que se haga su voluntad, en Cielo y en Tierra (Mt 6,10); que nunca falte el Pan (Mt 6,11), material y espiritual, Jesús, Pan vivo bajado del Cielo; que las ofensas sean remitidas y perdonadas por el Padre, directamente, prometiendo hacer lo mismo sobre esta Tierra con los que nos ofenden (Mt 6,12); pidiendo, finalmente, no ser inducidos, introducidos en la prueba de la tentación, sino ser liberados del mal y del maligno (Mt 6,13). Esta es la enseñanza y esta es la oración de Jesús, en la cual los cristianos están hoy llamados a unirse y rencontrarse, no a dispersarse.

Otro medio fundamental para hacer unión es vivir la fraternidad (Flp 2,2-5), en Cristo con Cristo y por Cristo. Quien reconoce a Jesucristo como único Salvador del mundo (Flp 3,20) es hermano para nosotros. Quien, en cambio, no reconoce a Jesús como Hijo de Dios y Salvador del mundo no podrá ser llamado hermano (2Cor 6,14) de los cristianos bautizados, sino que con estos habrá que perseguirse un pacto de concordia reciproca que ponga en el centro aquellos bienes no negociables que son fundamento de la doctrina social del cristianismo: sacralidad de la vida y salvaguardia de la familia, iglesia domestica y célula fundante de la sociedad.

3. Renacer en Cristo Amor para ser injertados en el Árbol de la Vida

Éste, en extrema síntesis, es vivir el Amor de Aquel que se ha hecho Amor por nuestra salvación; ser todos miembros (1Cor 12,12) concordes en el hacer lo que la cabeza, Cristo (Col 1,18), enseña, para así permanecer injertados en el Árbol nuevo (Ap 22,14) que invita a hacernos nuevos de lo Alto (Jn 3,7), en el Espíritu (Jn 3,8) unigénito que dona la vida eterna.

Éste es el ejemplo imperecedero y eterno que el Apóstol Pablo nos ha donado, aceptando ser desarzonado del caballo de las propias convicciones humanas y religiosas (Hch 9,3-5) para abandonarse a la voluntad de la Luz bajada del Cielo (Jn 3,16), aquella Luz que lo ha, por primero, hecho ciego de todo lo que es mundo (Hch 9,8a) para iluminarlo de lo Alto de todo lo que pertenece a Dios Padre Todopoderoso, que ha donado Jesús a fin de que en Cristo todos sean uno (Jn 17, 21-22) para ser salvados (Jn 3,17-18). San Pablo, permanecido dócil a la voz del Espíritu, se ha abandonado a Aquel que es Luz (Hch 22,9) para llegar a ser Apóstol de la Luz, llevando Cristo Luz a todas las gentes (Hch 26,15-16).

Este es lo que cada uno de nosotros está invitado a hacer hoy siguiendo el ejemplo de Pablo: permanecer dóciles a la acción del Espíritu para contestar “sí” al llamado del Señor (Hch 22,10) y mantenerse fieles a Jesucristo con el corazón, con la mente y con toda el alma y el espíritu, sin dejarse trastocar por el viento de la apostasía (2Ts 2,3) que sopla fuerte en estos tiempos contra los cristianos, llamados ahora más que nunca a ser baluarte de la fe auténtica en Jesús, llamados a hacer equipo para ayudarse y defenderse de los ataques de quien querría suprimir Cristo y los cristianos, perseguidos y oprimidos en demasiadas naciones del mundo.

Unidos, los cristianos deben hacer que se oiga la propia voz en defensa de Jesús y en defensa del derecho a la libertad religiosa, sin miedo, sin inclinar la cabeza, sino avanzando siguiendo el ejemplo del Apóstol de las gentes, que ha ofrecido el propio testimonio de fe y de amor hasta el fondo, haciéndose todo en todos (1Cor 10,33) pero sin jamás renegar de la propia fe.

Unidos en Espíritu y Verdad (Jn 4,24) con todos los cristianos del mundo, proclamamos juntos la oración que Jesús nos ha enseñado: Padre Nuestro, que estás en el Cielo, santificado sea Tu Nombre; venga Tu Reino; hágase Tu voluntad en la Tierra como en el Cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal (Mt 6,9-13). Amén.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

25 de enero de 2021
Fiesta de la Conversión de San Pablo

El Pontífice
Samuele