El Día de la Cristiandad sanada

Quien se abandona en Cristo, a Cristo, por Cristo obtiene la vida, la curación del cuerpo y del alma, porque abandonándose a Aquel que es Vida todo el cuerpo revigoriza y el alma y el espíritu vuelven a vivir, a vivir la celestialidad: aquel oxigeno santo que vuelve a llevar nuevamente a ser uno con el Espíritu Santo; el aliento de vida: el anhelo que hace latir el corazón, de un latido santo, vivo, que transmite a todos aquel sentido de pertenencia total a Aquel que salva, a Aquel que cura, a Aquel que mantiene las promesas, a Aquel que por infinito Amor quiere hacer vivir los hijos de Dios y los hombres y mujeres de buena voluntad en Su divinidad.

El 19 de Mayo la Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén celebra el aniversario de la curación milagrosa de Maria Giuseppina Norcia. En esta Fiesta se celebra el día de quien, destinado a perecer, reconociendo a Cristo, encomendándose a Sus curas, a Sus manos, suaves y cándidas, vuelve a resplandecer en la Vida, en la verdadera Vida. Este es “El Día de la cristiandad sanada”.

Quien en Cristo y por Cristo y con Cristo vuelve a la vida debe mantener firme la barra del propio camino, para alejar las tentaciones, para alejar las insidias, con la oración y con la viva voluntad de repetir cada día: «”Sí”, mí Señor, “sí” mí Señor; “sí” mí Señor: haz de mi lo que Te guste». Así se camina rápidos sobre la vía maestra; así se vence el mundo y sus adulaciones; así se vence contra el ataque de quien querría hacer tropezar para hacer volver atrás.

Ahí está esa voluntad y aquel coraje de remachar firmemente la propia pertenencia cotidiana a Aquel que es, a Aquel que por infinito amor quiere el bien de Sus hijos. Ahí está la verdadera misericordia del Padre que, unida a la fuerza de voluntad de los hijos, hace que la esperanza se convierta en certidumbre. Ahí está, así como está dicho, que todo, en el momento en que la fe es total, se puede obtener.

Esta es la vida de los cristianos, de quien pertenece al Hijo de Dios, de quien pone en el primer lugar a Dios: como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo.

Ahí está que en el momento en que todo esto ocurre, no se quiere quedarse ni siquiera aquella libertad dada en don por el Padre; sino, siguiendo el ejemplo de María, la humilde Sierva llegada a ser Madre, se quiere convertirse en siervos para ser servidores de Aquel que es. Así es como se vive el Maestro. Así es como se vive el Espíritu que anima el Maestro. Así es como se vive Cristo, Camino, Verdad y Vida.

Poniendo en práctica todo esto no se advierten resentimientos hacia los hermanos. Poniendo en práctica todo esto no se sienten envidia y celosía, sino se intenta y se busca la fraternidad. Poniendo en práctica todo esto el tentador nada puede, porque en el corazón reside el Espíritu; y donde hay Espíritu Santo no puede haber otro espíritu, porque la santidad todo envuelve. Poniendo en práctica todo esto, en la oración y en la unión fraternal, se enfrenta y se supera toda prueba que proviene del mundo. Y la vida vence la muerte.

María, la Madre Iglesia, la Nueva Jerusalén en este día aprieta a Su Corazón cada hijo, a fin de que este día pueda ser para todos los cristianos y para todos los hombres de buena voluntad un nuevo día, para seguir siendo vivos, santos y obedientes a la Palabra de Dios.