El grito de Amor del
«Pequeño resto de Israel»

En la Pequeña Cuna del Niño Jesús late el Corazón de Dios. Un Corazón que despierta en el corazón de cada hijo la pertenencia viva y santa, al Dios Uno y Trino. En la Tierra de Amor donada por el Padre a la humanidad el Nombre de Dios será defendido, proclamado y hecho amar. En la Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén se hará volver a apreciar la Ley de Dios, la Ley que aúna cada hombre y mujer de buena voluntad, para ser nuevamente verdaderos cristianos e hijos de Dios. La dignidad de la Casa de los hijos de Dios traspasará cada confine; la dignidad de los hijos de Dios renacerá, para no ser pisoteada nunca más.

La Casa de Dios, la Morada de Dios, el Tabernáculo viviente de Dios, se recortará y hará sucumbir cada otra casa que ya no está fundada sobre la roca, Cristo. Las fundamentas de muchas casas se desmoronarán. Las casas de aquellos que han renegado a Cristo serán tragadas en un báratro sin fin; y los habitantes de aquellas casas perecerán, perderán la vida eterna, porque han donado la propia vida terrenal a la iniquidad.

Para muchos corazones existirá un último instante para arrepentirse. Luego el Rostro del Padre desaparecerá, porque en esta Casa será defendida la doctrina cristiana, defendida y amada, hecha conocer y apreciar, en la esencia y en la sustancia, porque en la libertad los hijos de Dios han elegido estar con el Padre, practicar Su Ley y enseñar Sus sentimientos, que fluyen del Corazón de Dios para rellenar el corazón de todos aquellos que ante Cristo, el Hijo de Dios, quieren inclinarse y ser colmados de Su infinito Amor, para reconocer a María y vivir la Vida en la plenitud.

Los verdaderos hijos de Dios no deberán temblar, cuando verán el rayo del Padre abatirse sobre la infidelidad. Los verdaderos hijos de Dios deberán permanecer rectos, cuando advertirán el terremoto de Dios (Est 1,1d; Ez 38, 19; Am 1,1; Zac 14, 5; Mt 27, 54; 28, 2; Hch 16, 26; Ap 6, 12; 8, 5; 11, 13.19; 16, 18). Los verdaderos hijos de Dios permanecerán íntegros, cuanto más su corazón será dirigido hacia el Corazón del Padre. Los verdaderos hijos de Dios en aquel momento no invocarán la Misericordia del Padre sino se encomendarán a Su Misericordiosa Justicia, que golpeará los desacreditadores de la Verdad de Dios, golpeará aquellos que han trastocado las palabras del Señor, aquellos que han enseñado una doctrina diabólica, aquellos que han hecho perder a muchos el recto camino. La Misericordiosa Justicia del Padre golpeará de manera neta y segura aquellos que han renegado la acción del Espíritu de Dios (Mt 12, 31-32), aquellos que han determinado la perdida de la verdadera fe en el corazón de muchos.

La Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén, la Casa de los hijos de Dios, ha surgido sobre la roca: surge sobre la roca y seguirá surgiendo, a fin de que cada hijo surja y llegue a ser antorcha ardiente del Amor de Cristo.

Ésta es la reconquista de los hijos de Dios. Éste es el grito de Amor del pueblo de Dios, del “Pequeño resto de Israel” (Is 4, 3; 11, 11.6; 37,4.32; Jer 23, 3-6; 31, 7; 50, 20; Ez 20, 37; Mi 2, 12-13; Sof 3, 11-13; Zac 8, 3-12; Ro 11,1-10), que vive la Nueva Jerusalén, que ha esperado la Nueva Jerusalén y proclama la Nueva Jerusalén (Ap 21, 2-4).

Dios Padre Omnipotente está al lado de Sus hijos. El Padre está cerca de Sus hijos. El Padre emprende con Sus hijos este camino que llevará a la perdición de Roma, que hará ver a muchos corazones que han cerrado los ojos (Sal 69, 24) la verdadera abominación (Jer 2, 7; Dn 9, 27; 11, 31; 12,11; Mal 2, 10-12; Mt 24, 15; Mc 13, 14) que se cela entre los muros de Roma.

El Padre hará caer toda máscara. El Padre quitará el velo que cubre muchas abominaciones, para hacer que la humanidad pueda arrepentirse, para hacer que la fe cristiana pueda recibir nuevamente lustre, luz; y proclamar Su santidad.

El Padre manifestará la ligazón que ata Su Corazón al corazón de Sus hijos a fin de que el mundo pueda creer en la viva presencia de Dios, Uno y Trino; a fin de que el mundo, en Cristo Señor, pueda abandonar los caminos retorcidos que llevan lejos de la verdadera Ley, del Amor de Dios y de lo que es santo; y a fin de que muchos, advirtiendo el temblor del Amor de Cristo, puedan volver a vivir la verdadera santidad y la única religión, en Cristo, con Cristo y por Cristo.