En el principio era el Verbo

En el principio era el Verbo y el Verbo era con Dios. Luego la Luz ha bajado entre los hombres para que la Luz pudiese aclarar los corazones; y llevar el conocimiento de Dios, vivo y pleno, en cada corazón, a fin de que a través de la Luz, Hijo de Dios, la humanidad pudiese rencontrarse en la filiación total y perfecta: aquella filiación que habría llevado la humanidad entera a proclamar el Nombre de Dios.

Muchos no han reconocido la Luz; han permanecido en la oscuridad. La Luz avanza, prosigue. Algunos La aceptan, otros La rechazan, perdiéndose así la filiación en el Dios Uno y Trino.

Nuevamente la Luz se irradia. Nuevamente la Luz purifica los corazones. Nuevamente la Luz derrama el Espíritu del Padre. Y de la Nueva Jerusalén, la Tierra de Amor elegida por el Padre, nuevamente comienza lo que era en Su Pensamiento original: reconducir todos a la esencia de la Vida, reconducir todos a la esencia de la Santidad, reconducir todos a la esencia de la unión entre Padre e Hijo, para comprender la filiación: vivirla, practicarla, para poder contemplar el Rostro de Dios.

En la Nueva Jerusalén, el Centro de la Divina Misericordia donada por el Padre a la humanidad, muchos llegarán y, aunque sin nada conocer, ante el Tabernáculo abrirán el corazón. Y volverán a dar nuevamente linfa a su vida, volverán a dar nuevamente color a una vida que para muchos ha sido vivida en la oscuridad.

En la Isla Blanca, donde el Padre preservará la pureza de la fe, la concienciación está viva, el conocimiento pleno, el Amor total. Así como, en este tiempo, está viva la voluntad de muchos de querer subvertir la Ley del Padre, la Ley que Dios Padre Omnipotente ha donado al hombre para dirigir el hombre sobre el recto camino. Muchos quieren subvertir las leyes del Amor de Dios: un Amor vivo, esponsal, fraternal.

Muchos quieren llevar los hombres a vivir un “amor” que, vaciado de la esencia del Hijo de Dios, pierde Su concreción, pierde Su Santidad, pierde Su espontaneidad. Este “amor” se convierte en un amor pasajero, un amor vacío, estéril, que no da fruto sino solo apariencia.

Esta es la dirección de una casa que ya no es la casa de los hijos de Dios: reunir todos en la apariencia, en una amistad vacía donde ya no hay fertilidad de corazón sino una desertificación de los corazones; donde ya no está la esencia del Espíritu que une sino la viva esencia de un espíritu que desune los corazones.

He aquí que en la moral y en la espiritualidad esta humanidad cada vez más se desliza hacia el báratro, porque faltando en la caridad, faltando de aquellos principios fundamentales que reglan la vida de cada hombre todo fallece, todo se pierde; y todo se ve como algo que pasa y que no deja nada en los corazones. He aquí que la maldad aumenta, la insatisfacción sube. Y la soberbia vence el hombre.

A la luz de todo esto, vivos deben estar en los hijos de Dios los principios y las virtudes fundamentales para vencer contra el “yo”, para vencer contra quien tienta, contra quien quiere ver caer los hijos de Dios. Las virtudes de la Pureza, de la Obediencia y de la Humildad son los pilares fundamentales de la fe cristiana, los fundamentos esenciales de cada cristiano.

Éste es lo que de esta Casa, esta Iglesia, hará escuchar, vivir, defender, a fin de que las virtudes cristianas sean grabadas a fuego en el corazón de cada hijo que en esta Casa se revé, a fin de que estas virtudes puedan ser vistas, amadas, imitadas. Con el auspicio que el ejemplo de una vida consagrada al Señor pueda dar fruto en otros corazones.

Éste es el rescate de la cristiandad que parte del Arca de la Nueva Alianza, que ya ha partido y que aún más zarpará, para barquear cada corazón al Corazón de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Y una voz se oirá: «Venid a la Casa del Señor. Venid: adorad el Espíritu del Señor. Venid a la Nueva Jerusalén, preparada por la Era del Espíritu Santo, a fin de que cada corazón que aquí pone el pie pueda ser purificado y curado». Las puertas se abren y la fiesta de los hijos de Dios da comienzo.