La Cruz que ilumina el mundo
conduce a la Victoria

La Virgen dice: «Tengáis presente aquella cruz que ilumina el mundo, única luz de muerte y resurrección». En este símbolo cada cristiano se revé, cada cristiano es. En la cruz de Cristo, viva y santa, cada cristiano es. El cristiano abraza la cruz con amor, con devoción y con infinita fidelidad para resurgir a Vida nueva, para ser en Cristo, por Cristo y con Cristo; y hacer triunfar la voluntad del Padre que en el Hijo se manifiesta.

Aquellos que son portadores del nombre de Cristo, del Amor de Cristo, son hermanos de Cristo, son Hijos de Dios. Aquellos que quieren levantar la cruz para vencer el mundo son Hijos de Dios. Aquellos que representan la Iglesia de Cristo son Hijos de Dios.

Aquellos que se anulan para ser en el Hijo de Dios son hermanos de Cristo. Aquellos que viven el Sacrificio de muerte y resurrección de Cristo son hermanos de Cristo. Aquellos que confluyen en el Amor de Cristo son hermanos de Cristo.

Ésta es la diferencia de quien quiere vivir la Iglesia de Cristo, de quien quiere vivir la Vida de Cristo, con respecto a muchos que han puesto la Vida de Cristo al mismo nivel que otras filosofías religiosas y políticas humanas y que, por consiguiente, no son hermanos de Cristo.

Una es la Iglesia de Cristo: Aquella que ha permanecido fiel y representa la verdadera cristiandad; Aquella que manifiesta el verdadero Espíritu; Aquella que manifiesta la esencia y la sustancia cristiana, que por medio del Corazón Inmaculado de María ha donado al mundo la primicia mandada por el Padre para rescatar los pecados de este mundo, proclamando el nombre del Hijo de Dios, el unigénito Hijo de Dios que, obediente a la voluntad del Padre, ha tomado sobre sí los pecados del mundo y les ha rescatados con la férrea voluntad, con una espiritualidad viva, llevando todos al Padre, para donar la salvación a todos los hombres de buena voluntad y a todos los creyentes en aquel Sacrificio que salva.

El pecado es anulado gracias al Sacrificio de Cristo. Todos aquellos que han creído, creen y creerán en el Sacrificio del Hijo de Dios recibirán como don la Vida eterna. He aquí la esencia cristiana hecha de acogida, pero no de sumisión; hecha de corazón y no de apariencia.

Éste es el lenguaje universal de la Iglesia de Cristo. Grandes son aquellos que se convierten en pequeños ante el Maestro, para ser levantados por el Maestro y llevar a ser gigantes en la fe, portadores de la palabra del Maestro que traspasa toda frontera para llegar a cada corazón.

Lo que otros han bloqueado, la Iglesia de Cristo aún más desbloqueará, soplará, a fin de que el Espíritu Santo pueda nuevamente circular entre los Corazones y hacer confluir cada hombre y mujer de buena voluntad en el Corazón Inmaculado de María, Esposa, Madre y Reina, Eterna Mozuela, Nueva Jerusalén, para rencontrarse y ser en el Hijo, Cristo Señor.

Ésta es la pasión que anima a los hijos de Dios. No un silencio vacío en el cual refugiarse para manifestar aparentemente una ligazón con el Sacrificio del Hijo de Dios, sino un tumulto del corazón para hacer que este Sacrificio nunca sea menospreciado, nunca olvidado, nunca profanado, nunca canjeado, nunca puesto al mismo nivel que otro.

He aquí la voz de la cristiandad auténtica que gritará por las calles del mundo, para hacer comprender en cual Casa, en cual Iglesia está el Amor del Padre con respecto a otra casa, a otra iglesia donde hay confusión, que está presa de los vicios. Una, santa y universal es la Casa donde reside el Espíritu de Cristo: Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén.