Los hijos de Dios quieren dar fruto en abundancia

María, la buena y tierna Madre, el Arca de la Nueva Alianza, recalienta el corazón de Sus hijos, a fin de que cada corazón pueda acoger, preservar y vivir cada palabra que en la Nueva Jerusalén se escucha, para que todo sea puesto en práctica y cada enseñanza pueda hacer crecer el corazón de los hijos y acercar cuanta más almas posibles a Cristo, Pan vivo bajado del Cielo.

En la Tierra de Amor viva está la abundancia del Padre, concreta Su gracia y Su infinito Amor.

El Padre, en esta Tierra de Amor, dispensa a todos Su paternidad, abrazando cada hijo que con viva devoción a Él se dirige, a Él se encomienda para ser acompañado y hecho crecer. Muchas son las semillas de Su Amor que penetran los corazones.

María, como buena y tierna Madre, espolea a los hijos a fin de que su corazón sea cada vez más fértil, listo para recibir y acoger en la plenitud todo lo que el Padre y el Hijo siembran en abundancia, a fin de que cada corazón pueda dar fruto, en abundancia. A través de la abundancia de los frutos de los hijos, será así vista, reconocida y apreciada la abundancia del Padre.

Para que todo esto se cumpla, los hijos de Dios están llamados primariamente a hacer que den fruto en el proprio corazón las semillas donadas por el Padre y por el Hijo, para luego dispensar a todos lo que en esta Tierra de Amor se recibe. Gratuitamente se recibe, gratuitamente se dona. Cada hijo podrá de esta manera vivir la santidad en la propia cotidianidad y, al mismo tiempo, con el propio ejemplo de vida santa, ayudará aquellos que están animados por la buena voluntad a comprender la real presencia de Dios en la Tierra de Amor donada por el Padre a Sus hijos para mantener viva la pureza de la fe en Cristo, único Camino, única Verdad, única Vida.

Al hacerlo, aquellos animados por la buena voluntad podrán comprender las verdaderas enseñanzas que conducen sobre el único Camino que lleva al Padre; podrán levantar los ojos al Cielo y llamar al Padre, que en esta Tierra de Amor está vivo. Y cada corazón animado por la buena voluntad podrá advertir la frescura de la fe que en la Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén nuevamente se renueva, a fin de que cada uno pueda llegar a ser “hijo” de Dios, experimentar la verdadera filiación y así comprender la verdadera paternidad, desaparecida en este mundo, viva en la Nueva Jerusalén.

He aquí el terreno del Padre que Él mismo siembra para poder recoger santidad. El Padre con Su infinita misericordia cura y riega cada corazón, que a través del Hijo asiste con total cuidado.

El Padre está vigilante sobre cada hijo. Ningún hijo es abandonado por el Padre, cuanto más vivo es el abandono del hijo hacia la voluntad paterna. He aquí que todo produce fruto. Se recibe amor, se dona amor. Se acoge la Verdad para ser portadores veraces de las enseñanzas de Cristo, a fin de que todos puedan ver, escuchar y vivir lo que en la Jerusalén del Padre es.

«¡Hijos de Dios! Sed santos como Santo es Aquel que es, para poder dispensar a todos las virtudes que son de Cristo Señor, para que el mundo vea la diferencia de esta Tierra de Amor, para que el mundo vea la diferencia sustancial que distingue los hijos de esta Madre Iglesia con quien, en cambio, ha perdido el Camino».

«¡Hijos de Dios! Sed antorchas ardientes de la Verdad del Padre, para que vuestro ejemplo y los signos del Padre puedan dar fruto en abundancia a fin de que muchos corazones puedan arrepentirse y rencontrarse en Cristo, Camino, Verdad y Vida, el único Salvador del mundo, Aquel que sólo dona la Vida eterna».

La Tierra de Amor donada por el Padre a Sus hijos resplandecerá más y más, porque cada vez más este mundo será atenazado por las tinieblas. En esta Tierra de Amor reina la armonía y la santidad; por las calles del mundo cada vez más se advertirá la desolación.

Muchos que, habiendo perdido el Camino, buscarán refugio en otra casa se quedarán decepcionados, porque no encontrarán a Dios sino otro dueño, que aparentemente se muestra humilde y misericordioso pero que en realidad es padrastro cruel y despiadado hacia los hijos de Dios. La iglesia de Roma, privada por el Padre de la real presencia del Espíritu Santo, ya no persigue el bien de los hijos de Dios sino que, como una mujer-madrastra cruel, utiliza el nombre de Dios para los propios intereses al detrimento de los hijos de Dios (Ap 17, 6).

«¡Hijos de Dios!¡Hijos de la Nueva Jerusalén!¡Pequeño rebaño del pueblo santo de Dios! El Sol está en lo alto del Cielo; Su Luz ilumina todos aquellos que están animados por la buena voluntad; disipa las nieblas, para que el mundo pueda ver qué la iniquidad produce con respecto a los frutos del Amor del Padre. Esta Madre Tierra es la Isla Blanca, donde será preservada la pureza de la fe; es el Castillo de las almas, donde está viva la comunión entre el Cielo y la Tierra. Este Arca está viva. Y acompaña cada hijo hacia la plenitud: Cristo».