María nace para hacer nacer los hijos de Dios

Dios ha vertido todo Su Amor de Padre, de Hijo y de Espíritu Santo en el Corazón de María, Madre Suya y nuestra, que nada ha guardado para Sí sino que ha vertido, donado el Amor recibido sobre la humanidad, sobre toda la humanidad. En el día de su natividad, la humanidad recibe la Madre, la maternidad. Esta humanidad en María ya no es huérfana sino es hija.

La Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén invita cada hijo a comprender y amar a María, Su infinito Amor de sierva humilde y fiel, para que el Amor de María y por María pueda llegar a ser punto fuerte para cada cristiano en ir al encuentro de todos y proclamar Su Nombre, para hacer conocer y amar a todos Su Corazón Inmaculado, de Hija, de Esposa y de Madre de Dios.

María, don de Dios para esta humanidad árida y perdida, nace para hacer nacer en los hijos de Dios un sentimiento nuevo, el Amor hacia Su Jesús, el Salvador, enviado por el Padre para reconducir esta humanidad al Pensamiento originario del Padre, que en el Hijo se manifiesta.

He aquí que aún más está viva la conjunción y la continuidad que ata María a Cristo, la conjunción y la continuidad que parte de aquel Seno de Madre para llegar al Corazón del Hijo, que en Espíritu y Verdad combate para defender el Nombre de María, a fin de que la humanidad perdida pueda volver a encontrar el Camino refugiándose en aquel Corazón, regenerarse y estar lista en ser levantada en presencia de Dios.

Éste significa pronunciar el Nombre de María y alabar Su Nombre. Éste es lo que el Padre desea oír, para no escuchar la voz indigna de quien en otra casa, que antes era y que ahora ya no es, nombra a María, maltrata a María, profana María, utiliza María por otros objetivos para acercar y debilitar a los corazones.

Los hijos de la Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén están llamados a inclinarse a María con devoción y filiación perfecta, con reverencia y respeto, por el infinito Amor que se debe a la Criatura que por gracia ha llegado a ser divina. El Nombre de María debe ser fuerza, pasión, voluntad viva de casar Su Corazón puro y vivir en el Signo generado por Su Seno de Madre.

Así como María nada ha guardado para Sí, hoy los hijos de Dios y los hombres y las mujeres de buena voluntad están llamados, siguiendo el ejemplo de María, a disponer el propio corazón hacia todos, para hacer el proprio corazón disponible a la voluntad del Padre, para que el Amor pase a través del corazón de los hijos y llegue siempre a llenar el corazón de cada uno, a fin de que el amor de los hijos de Cristo ya no sea un amor estéril sino un amor fecundo, que lleva fruto, que pueda generar y regenerar los corazones a Cristo, único verdadero Amor.

El Amor de María une, acompaña e empuja a abandonarse a la voluntad del Hijo, con corazón y voluntad. «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5), dice María a los siervos fieles.

María y Cristo. No hay María sin Cristo, no hay Cristo sin María. No se puede amar el Nombre de María y no amar el Nombre de Cristo. Y no se puede amar el Nombre de Cristo y no amar el Nombre de María. No se pueden escindir estos dos Nombres. Uno solo es el Nombre: Dios.

En la Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén todo se funde. Esta Madre Iglesia ampliará la comprensión de muchos, anclados a un pensamiento pasado, anclados a una tradición que no logra hacer comprender la dinamicidad del Pensamiento de Dios. Un Pensamiento que avanza, para no perder el tiempo de comprender lo que hoy el Padre desvela y revela, para no perder el instante y permanecer anclados al pensamiento de que el Padre no pueda renovar Su Alianza a causa de la traición de quien no habría debido traicionar el Espíritu del Padre. El Padre ha nuevamente renovado Su Alianza en la Tierra de Amor, en la Isla Blanca, donde la pureza de la fe es.

He aquí que las palabras de Dios no pasan: «Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» (Lc 18, 8).

Los hijos de esta Madre Iglesia están llamados a alimentar la fe en el Dios verdadero, la fe en Cristo, el único Salvador del mundo, para contrastar el proyecto de la iglesia de Roma que ha traicionado el Padre, ha traicionado María, ha traicionado Cristo, a fin de unir con el engaño todos en una nueva filosofía religiosa sobre una base mundial qua ya no pone Cristo en el centro, sino que quiere unir indistintamente todo y todos.

María nace para generar Cristo, el Hijo de Dios, a fin de que todas las gentes, creyendo en Él, puedan encontrar la salvación. María renace en el corazón de Sus hijos a fin de que el único Proyecto de salvación querido por el Padre para esta humanidad sea manifiesto, para que la Verdad resplandezca, aleje las nieblas creadas voluntariamente en los corazones y a fin de que la fe pueda triunfar sobre el engaño y reconducir el pueblo a Dios, al único Dios, al Dios Uno y Trino que en el Misterio trinitario se manifiesta.

Comprendiendo esto se comprende que nunca Dios será derrotado; que nunca Dios abandona a Su pueblo; que Dios, en Su omnisciencia, sabía bien de la traición del patio de Roma y que entonces, con tiempo, todo ha preservado y preparado a fin de que el Patio Santo de la Iglesia de Cristo, la Isla Blanca, el Centro de la infinita Misericordia del Padre, pudiese surgir y manifestarse, para seguir donando Luz, la Luz de Cristo que nunca se apagará.

He aquí el entusiasmo que debe derivar en el corazón de los hijos de María: sentirse plenamente parte y unidos al Patio de la Iglesia de Cristo, a la Casa de Dios, al Misterio de Dios, a quien vive el Misterio de Dios, para ser uno con el Corazón de María, a fin de que todos aquellos que el Padre ha encomendado, encomiendo y encomendará sean consagrados en la Verdad, a Cristo, que en Espíritu y Verdad conduce el Misterio de Dios, para ser así unidos a los Instrumentos de Dios, aquellos que hacen amar, conocer y apreciar la Iglesia querida por el Padre a fin de que el Proyecto de Salvación querido por el Padre se pueda cumplir en la plenitud.

He aquí que los hijos de Dios se ponen a total disposición de la voluntad del Padre, con la máxima disponibilidad de corazón, de pensamiento, de acción. Nada y nadie más pensará recargar los Instrumentos de Dios. He aquí que nada se pretende sino todo se dona porque, siguiendo el ejemplo de María, se comprende el sacrificio de quien se hace instrumento de Dios y se remite a la voluntad del Padre, partiendo de las pequeñas cosas para alcanzar el objetivo final: ser regenerados en María para poder vivir el Reino de Dios, a fin de que con María todo se cumpla, a fin de que en María se siga amando el Fruto de Su Seno que por Amor del Padre y por Amor de Aquella que es Madre todo completará.