Nueva Jerusalén: Lavacro de las almas

La Nueva Jerusalén es la Morada de Dios entre los hombres. En la Nueva Jerusalén está la Columna de Luz que une Cielo y Tierra. La Nueva Jerusalén es el Rincón de Paraíso, donado por el Padre a cada hombre y mujer de buena voluntad.

La Luz que de esta Casa se irradia es el signo inconfundible del Amor del Padre, de la viva presencia del Padre y de Su paternidad. El Amor del Padre en esta Tierra de Amor es donado para acercar los corazones al verdadero Amor, a las verdaderas enseñanzas para redescubrir la fidelidad viva y santa.

Para experimentar el Amor del Padre es necesario arrimarse a este Tabernáculo viviente con humildad de corazón, despojándose de si mismos para ser revestidos de la Luz del Padre y descubrir nuevamente Su infinito Amor. Sólo el arrepentimiento en el corazón hace que el Amor del Padre penetre y renueve el corazón. Cuando todo esto no ocurre, el Amor de Dios entra y no deja rastro, porque el corazón se ha vuelto estéril, incapaz de acoger el Amor, saborearLo, gustarLo; sino que Lo rechaza. Es como la semilla buena que, no encontrando terreno fértil, no puede producir fruto (Mt 13,3-23; Mc 4,3-20; Lc 8,5-15).

He aquí la efusión del Espíritu que en igual medida el Padre derrama a cada hijo que se arrima a esta Morada Suya. Así como Jesús ha revelado a la Mujer de Dios, es la apertura y la predisposición del corazón que hace el resto. Cada hijo que se reconoce pecador y se deja lavar por la acción viva del Espíritu Santo vuelve a ser verdadero hijo de Dios.

He aquí la acción que en esta Casa, en esta Iglesia, se desarrolla. Lo que muchos no comprenden. Este es el lavacro de las almas, donde las almas, purificadas por la acción del Espíritu Santo, vuelven a la verdadera fe, reconocen la verdadera doctrina, Cristo. Y piden Su Pan, Su Amor, Su cercanía, para recibir a cambio fuerza, voluntad y coraje, para ir adelante y recomenzar un camino de santidad, según el Camino maestro, según los dictados de la Ley del Padre que están en la base de la vida de cada cristiano.

Los hijos aún más reconocen los pecados que alejan del Corazón de Dios y con plena y total voluntad viven para no pecar más (cf. Jn 8, 11). Al hacerlo se experimenta la autenticidad cristiana y se experimenta la infinita Misericordia de Dios. Las palabras reveladas a la Mujer de Dios se comprenden: la Nueva Jerusalén es el lavacro de las almas, es el Centro de la Misericordia infinita del Padre.