Fiesta de Cristo Rey

26 de noviembre de 2017

Evangelio: Mateo Cap. 25 vv. 31-46
Homilía del Pontífice Samuele

El Evangelio de Mateo nos acompaña en este año litúrgico de nuestra Iglesia para profundizar y meditar la palabra de Jesús. El pasaje del Evangelio proclamado hoy (Mt 25, 31-46) nos lleva a meditar sobre Cristo, verdadero Hombre y verdadero Dios (Jn 3,13; 1Jn 5, 29), el Rey de los reyes y el Señor de los señores (Ap 17,14; 19,16), que en su infinita misericordia nos juzgará (Sir 16, 12-13). Juzgará a todos: criaturas y hijos; libres y esclavos, quien animado por la buena voluntad y quien no, juzgando a la fe y a las obras de todas las gentes (Sir 24, 21; Is 3,8; Jer 25, 14; Ez 7, 3.8; Jn 3, 19-2), para salvar a quien tiene fe en Cristo (Jn6,28-29; Ro 3,25-26) y hace Sus obras (Ro 2,5-11; Stg 2, 14-26).

Jesús es bueno sino también es justo (Sal 116,5). Juzga a las gentes y las aparta, como el Pastor aparta ovejas y cabritos (Mt 25,32). Jesús es entonces el Buen Pastor (Jn 10, 11.14), pero también es el Sumo Juez (cf. Hch 10, 42; Rom 2,6; 1Cor4,4; 2Tm 4, 1.8; Hb 12,23). Aquellos que han sido puestos a Su derecha son los “justos”, los “benditos del Padre” (Mt 25,34), mientras que aquellos que son puestos a su izquierda son por Jesús alejados (“Apartaos de Mí”), llamados “malditos” y echados, al “fuego eterno” (Mt 25,41).

Solitamente los cristianos están acostumbrados a ver a Jesús como manso y bueno (Mt 11,29), dulce y comprensivo, siempre listo en ir al encuentro de todos. Y éste es Jesús. Pero Jesús es incluso pasión. Viva pasión. Aquella viva pasión que Lo induce a defender lo que es del Padre (Mt 21, 12-13), a defender la cristiandad y al mismo tiempo a erigirse contra todos aquellos que han traicionado Sus enseñanzas, contra los fariseos hipócritas (Mt 23, 13-33), contra quien escandaliza a los pequeños y a los inocentes (Mt 18,6). En el Evangelio de hoy Jesús habla de los “pequeños” (Mt 25,40-45).

Jesús bendice y llama “justos” (Mt 25,37) todos aquellos que, a lo largo de su vida, han ayudado a los “pequeños” que tienen hambre y sed; son forasteros y desnudos; enfermos y encarcelados (cf. Mt 25, 37-40). Quien ayuda a los “pequeños”, ayuda a Jesús. La primera ayuda es para el espíritu de los “pequeños”, que tiene que ser nutrido. Y tenemos que comprender la nutrición esencial. Jesús es verdadero Hombre y verdadero Dios. Jesús es al mismo tiempo carne y Espíritu (Jn 1,32-33; Jn 3,34). En Jesús Espíritu y carne se funden, para convertirse en una sola cosa. Así debe ser para cada uno de nosotros, llamados a ser “hijos de Dios” (Ro 8,14). Y en virtud del Bautismo (Hch 22, 16; Ro 6,4; Ef 4,5; Col 2,12) recibido, lo somos realmente (1Jn 3,1). Los hijos de Dios son aquellos que son bautizados en el nombre del Padre, del Hijo e del Espíritu Santo (Jn 1,12). Entonces no es verdad, como se predica en otra casa – que antes era y que ahora no es más (Ap 17,8-11) – que somos todos hijos de Dios. Una cosa es ser “hijos”; otra cosa es ser “criaturas” de Dios. La diferencia es esencial y sustancial.

Los hijos de Dios, siguiendo el ejemplo de Cristo, Hombre-Dios, y siguiendo el ejemplo de los primeros cristianos, los Apóstoles, están llamados a llevar a todos la primera nutrición esencial : Cristo, para nutrir por primero el alma. Entonces se dispondrá para nutrir también el cuerpo. Tenía “hambre” y tenía “sed”. Me habéis dado para comer y dado para beber (Mt 25,35). Cristo es la nutrición esencial de los hijos de Dios, Aquel que sacia el hambre y la sed (Jn 6, 50-51). Cristo quiere que sea saciado el hambre y la sed de todos, para que todos puedan tomar parte de Él. Éste es vivir Su Misa que es viva, continua y palpitante: coparticipar al Sacrificio de redención de Cristo (Ro 12,1). La primera nutrición para llevar a todas las gentes, a los “pequeños” en el mundo, es Cristo. He aquí la importancia de hacer proselitismo, como ha mandado Jesús. Los cristianos deben hacer proselitismo (Hch 13,47). Afirmar lo contrario, como otros continuamente hacen, definiendo el proselitismo una “solemne tontería”, significa renegar de la enseñanza de Jesús, significa decir que Jesús dice tonterías. Quien afirma esto, no puede estar animado por el mismo Espíritu de Jesús, sino por otro espíritu contrario a aquel de Jesús (cf. 1Jn 4,3), porque enseña a hacer lo contrario de lo que enseña Jesús, que comanda a Sus hijos hacer proselitismo (Mt 28,19; Mc 16, 15-16; Lc 24,47).

Nutrirse de Cristo y llevar Cristo y el cristianismo a todas las gentes a fin de que las gentes sean salvadas es, de esta manera, el primer deber del cristiano. Esta es la verdadera y primera hambre para saciar y la verdadera y primera sed para saciar, como Jesús dijo a la samaritana al pozo“Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed  mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. Y la mujer, que era pagana y no “cristiana”, inmediatamente dijo: “Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla”(Jn 4, 13-15).

En esta Iglesia la prioridad es Cristo. Cristo es centro. Cristo es la primera necesidad. Cristo es todo. Cristo es el Pan vivo bajado del Cielo (Jn 6, 51) que en Espíritu y Verdad (Jn 4, 24) debe saciar el hambre y la sed de todas las gentes. He aquí, que en estos tiempos últimos (1P 1,5.20) de la historia de Dios, que ahora estamos viviendo, las palabras de Jesús reportadas en el Evangelio se cumplen. Y todo se vive en Espíritu y Verdad (Jn 4, 23). En esta Iglesia, la comunión con Cristo, Pan vivo bajado del Cielo, se vive en Espíritu y Verdad, en la comunión espiritual con Cristo, que de corazón a corazón, de espíritu a espíritu nutre Sus hijos. Así, los hijos de Dios, en Espíritu y Verdad, se nutren de Cristo, Pan vivo bajado del Cielo, verdadera comida y verdadera bebida (cf. Jn 6,55-58.63).

Después de haber nutrido el alma de lo que es esencial, Cristo, cada hijo de Dios está llamado a ayudar a los “pequeños” también con las obras, yendo al encuentro de las necesidades corporales de los necesitados, de los pobres, que tienen que ser ayudados, en la medida en que es posible para cada uno, cada persona y cada Nación. Quien favorece la “invasión árabe” (son palabras suyas) con el pretexto de ayudar a los pobres, quiere en realidad minar la cristiandad, para dejar en el hambre y en la sed de Cristo pueblos y naciones.

Quien desprecia a Cristo y a Su Persona e instrumentaliza los “pobres” para una finalidad propagandística, para una finalidad que no lleva a Cristo sino que aleja de Cristo, no es de Dios. Quien dice que sobre la cruz Jesús se ha hecho “diablo”, “serpiente”, “feo que provoca asco”, que el “vía crucis es el fracaso de la historia de Dios”, que llama a Jesús “tonto”, no es de Dios (Fil 3,18; cf. 1Jn 2,18). Se utilizan los pobres, se instrumentalizan los pobres, pero no se sacia la verdadera hambre y la verdadera sed de las gentes. La gente, hoy más que ayer, tiene hambre y sed de Cristo. Cristo, pan vivo bajado del Cielo. Cristo, el Amor hecho Persona (Jn 15,9), que se contrapone al “amor” de quien se hace llamar “padre” pero “padre” no es. Un “padre” que se sirve de la palabra “amor” para alejar de Cristo y reunir las gentes en una nueva filosofía religiosa mundial que no proviene del verdadero Padre, Dios Todopoderoso. Una es la religión querida por el Padre: aquella cristiana, que en Cristo, el único Salvador (Mt 1,21; Lc 2,11; Fil 3,20; 2P 1,11), se manifiesta. Quien no cree en un Dios católico, quien no cree que Cristo es la Verdad absoluta (Jn 14,6), nunca podrá acoger y saciar a los pequeños, a los pobres. Sino hará crecer el hambre y la sed en el mundo. Causará la muerte espiritual por hambre y por sed de muchos “pequeños” en el mundo.

Saciada el hambre y la sed, Jesús dice que se debe ocuparse del forastero y cubrir quien está desnudo. Cristo es el amigo, íntimo, que nos acompaña en nuestra cotidianidad. No el “forastero”, el ajeno (cf. Ef 2,19). Cristo se manifiesta en los pequeños. La intimidad de los pequeños debe ser protegida y defendida. “Dejad a los niños venir a Mí” (Mt 19,14; Mc 10,14; Lc 18,16), dice Jesús.

Ay de todos aquellos que abusan de estos pequeños. Ay de todos aquellos que son cómplices de quien abusa de los pequeños (cf. Mt 9, 43-47), de quien se esconde detrás de vacías palabras sólo para “hacer que se note” que hagan algo, instituyendo comisiones y tribunales que en la realidad nada hacen para destrozar verdaderamente este escándalo. Ay de quien escandaliza uno solo de estos pequeños, dice Jesús en el Evangelio (Mc 9,42; Lc 17,2). “Pero al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar” (Mt 18,6). En el día del Juicio las lágrimas serán amargas. ¡Ay de vosotros, fariseos hipócritas!

Luego Jesús en el Evangelio habla de la enfermedad y de la condición de quien está en la cárcel. Cuando el alma está enferma, necesita el Médico (Mt 9,12; Mc2,17; Lc 5, 31), Bueno y Santo, Misericordioso y Justo (Sal 116,5). Así para el cuerpo. Quien cree en Cristo no morirá eternamente (Jn 3,18.36; 6,47; 11,25). La Vida es un don de Dios (Gen 2,7) y como tal debe ser preservada y defendida. Nadie puede violar la sacralidad de la vida. Ningún hombre está autorizado a apagar la vida de las personas (Mt 5, 21). Ningún “humano acompañamiento” puede justificar el “fin de la vida” provocado por el hombre. Sólo Dios puede donar o quitar la vida. Ay del hombre que se sustituye a Dios. Ay de aquel que está sentado en el templo de Dios, haciéndose adorar como un “dios”, dice San Pablo a los Tesalonicenses (2Ts2, 3-4). ¡Ay de quien enseña una ley contraria a la de Dios Padre Todopoderoso! Vendrán tiempos en los cuales “los hombres” dice San Pablo a Timoteo, “no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2Tm 4, 3-4).

He aquí, estos tiempos (1Tm 4,1; 2Tm 3,1). He aquí, las fábulas, contadas en otra casa. Cristo ya no es el Camino, la Verdad y la Vida. Ya no se enseña a creer en Cristo, el Dios católico, universal, la Verdad absoluta sino se enseña a seguir el bien según conciencia. Se enseña que todo es relativo. Todo es humanizado.

En aquella casa, llamada por el Padre a hacer vivir la cristiandad, la primogenitura ha sido malvendida (Gen 25,23). Ya no se enseña la verdadera Doctrina, que es Cristo. Ya no se enseña la indisolubilidad del matrimonio (Mt 19,6; Mc 10,9), sino a golpes de “motu proprio” se anulan los matrimonios, el valor de la familia fundada sobre la unión de un hombre y de una mujer (cf. 1Cor 6,10). Y así el alma de muchos es envenenada y entra en una condición de cárcel. A los cristianos auténticos la tarea de visitar a estos “pequeños”, confortarlos y liberarlos, haciéndoles comprender la Verdad, que es Cristo (Jn 14,6). Muchos son atrapados por el pensamiento que el Espíritu nunca podrá abandonar aquella casa, que antes era pero que ahora no es más (Ap 17,8-11). El Espíritu se ha alejado porque en aquella casa no se adora más el verdadero Dios, Cristo (1Jn 4,3). El Espíritu ha sido traicionado y el Padre Lo ha quitado (cf. 1Sam 16,14; 18,12). Pero muchos pequeños son atrapados, encarcelados en el espíritu.

Nosotros queremos hacer comprender el Espíritu que anima esta Casa, esta Iglesia: un Espíritu que ha querido establecer Su Alianza con esta Casa (Ap 21,3; Jer 31,31-34; cf. Ro 9,25-29), abandonado la vieja Jerusalén (cf. Ro 9) con todas sus costumbres, con todos Sus lujos, con todos Sus ritos, para liberar muchos hijos de una condición de esclavitud espiritual, peor que aquella de los hermanos liberados por Moisés en el tiempo de aquel faraón.

En el día del Juicio no se salvará sólo quien, como los fariseos dicen, entrará en este Arca o pondrá el pie en esta Tierra de Amor (Gl 3,5; Ap 14,1), elegida por el Padre para conducir todas las gentes a la salvación. Quien llega en esta Tierra para vivir María, el Arca de la Nueva Alianza renovada en el Espíritu de Cristo, para honrar a Dios y abre el corazón, ya ha emprendido el Camino que lleva al corazón del Padre. Y en el momento en el cual los Mandamientos del Padre se respetan, la salvación es para todos (Dt 7,9; Ez 18,19; Mt 19,17). Pero la salvación no puede ser gratuita (Sal 119,155), como se dice en otra casa, aquella casa. La salvación es una conquista (cf. 1P 10-21; Ro 1,16; Ef 6,16-17; 1Ts 5, 7-11), de todos aquellos que con corazón y voluntad, quieren vivir y poner en práctica los Mandamientos del Padre.

En el Día del Juicio serán salvados también todos aquellos que, aún no viviendo esta Iglesia, están animados por la buena voluntad de querer comprender y discernir dónde reside la Verdad, que es Cristo. En aquel día serán salvados también todos aquellos que han sido envenenados por la vieja Jerusalén, porque envenenados con concienciación. Aquellos que nada saben serán salvados (cf. Hch 3,17; 17,30).

En el Día del Juicio, en cambio, no serán salvados todos aquellos que han puesto en el corazón de los hijos de Dios aquel veneno que ha llevado a ser ya no hijos sino esclavos. Ya no serán salvados aquellos que han malvendido la santidad. Hacia ellos Dios aplicará Su misericordiosa justicia.

Esta es la Verdad que esta Iglesia quiere transmitir, anunciando con simplicidad la Palabra del Evangelio (2Tm 4,2), así como con simplicidad la Mujer de Dios nos ha enseñado. Con su ejemplo de vida, esencial y sustancial, nos ha hecho vivir todos, en su esencia de Mujer, la sustancia de todo lo que concierne la Ley del Padre.

Esta Iglesia ama a María. Ama a Su Corazón puro y sin mancha. Esta Iglesia hará triunfar Su Corazón Inmaculado y no dispersará el Sacrificio de Cristo, que ha bajado en esta Tierra para donarnos Su Espíritu vivo y verdadero, Santo (Jn 14,16.26; 15,26;16,7).

Ésta es nuestra concienciación. Éste es lo que nosotros creemos. Esta Iglesia nace por voluntad del Padre, para reconducir todos al origen y a la originalidad de Su Pensamiento. En esta Jerusalén se honra a Dios, Uno y Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nunca se dirá, como se dice en otro lugar, que dentro de la Santísima Trinidad “todos están peleándose a puerta cerrada, mientras que fuera la imagen es de unidad”.

Por esto nosotros decimos hoy y siempre diremos a todos: «Abrid los ojos. Abrid el corazón». Para poder comprender dónde reside el engaño, en la libertad que el Padre ha donado a cada uno. Uno es el Camino, una es la Verdad, una es la Vida (Jn 14,6). En esta Casa nosotros seguimos el único Señor y queremos permanecer injertados en la única vid, Cristo (Jn 15,1.5). De los frutos reconoceréis el árbol (Mt 7,16-17.20). El árbol de la Nueva Jerusalén es santo (Ap 22,2). Y con tiempo y en el tiempo ha transmitido todo lo que en la esencia y en la sustancia provenía del Padre, proviene del Padre y siempre provendrá del Padre. Y nosotros, como servidores del Padre, en la humildad queremos nuevamente llevar al mundo y al conocimiento de todos el conocimiento del Padre, único Padre Bueno y Justo, Misericordioso y Santo, que a través del Espíritu vivo del Hijo vivimos y tocamos (Jn 16, 13-15). En esta Iglesia pondremos siempre en el primer lugar a Dios, el único Dios (Mc 12,29; Jn 17,3) que aquí nos ha llamado y que desde aquí quiere volver a partir; y ha refundado su Iglesia. Así como entonces, también hoy. En esta Iglesia no se plagian a las personas ni se engañan los corazones, como algunos dicen. Las puertas están abiertas. Todos pueden ver y escuchar. En esta Iglesia se proclama la Verdad, incluso si incómoda, con una cara y una palabra: “sí, sí; no, no” (Mt 5, 37).

Nosotros somos aquí no porque hemos equivocado camino o porque nos hemos encontrado en esta así llamada Nueva Jerusalén. Nosotros estamos aquí porque hemos abandonado una vieja Jerusalén, que ha abandonado el camino maestro, que ya no reconoce el Padre y ya no reconoce el Hijo (1Jn 2,22-23).

En esta Jerusalén nosotros alabamos al Padre y amamos al Hijo; amamos a María y somos consagrados a Su Corazón Inmaculado. María, la toda bella, la toda pura. La Inmaculada del Espíritu Santo (Lc 1, 35; Ap 12,1), por el poder que el Eterno Padre Le ha dado sobre ángeles y sobre arcángeles, con la ayuda de San Miguel Arcángel (Ap12, 7-10) liberará el mundo del mal y de la iniquidad (Mt 6,13; 2Tm 4,18) para hacer vivir a todos el tiempo de Paz estable sobre toda la Tierra que está en el Pensamiento de Dios (Ap 21,1-4; Is 9,5-6; 52,7; Ez 37,21-28).

Cantos e himnos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo (Ef 5,19); y a Aquella que ha generado para la humanidad el Salvador (Lc 2,11; Ap 12, 1-5). A Cristo, el Rey del universo (Ap 19,16), el “¡Amén!”de los hijos de Dios (Ap 19,4).

“La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén”(Ap 7,12).