Fiesta de la Inmaculada
8 de diciembre 2017
Evangelio: Lucas Cap. 1 vv.26-38
Homilía del Pontífice Samuele
Hoy nuestra Iglesia, la Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén, está en gran fiesta. Gran fiesta en el corazón de todos los hijos de esta Iglesia, que comienza, en el día de la Inmaculada, el nuevo año litúrgico. En el día de la Inmaculada inicia el camino del año de la Iglesia Cristiana Universal (cf. Ef 5,27), así como en el Misterio de la Inmaculada el Misterio de la Salvación ha dado comienzo.
El Padre, para poderse hacer comprender en la historia, para poderse hacer comprender por Sus hijos, debía partir de la Mozuela, la llena de gracia (Lc 1,28), de Aquella que por obra del Espíritu Santo ha generado parte de Su Corazón de Padre. He aquí porqué se debía pasar por el Corazón Inmaculado de María para poder comprender una parte de Su Corazón de Padre, para luego un día llegar – y juntos estamos llegando – a comprender este Corazón, Corazón de Padre, en la totalidad. María nos ayuda a comprender el Proyecto del Padre, la voluntad del Padre, Su esencia y Su sustancia de Padre, el Amor sustancial del Padre y del Hijo, que en el Corazón de María se ha generado, se ha hecho Persona (Jn 1,14b; 1Jn 4,16; 2Jn 3). He aquí que partiendo de aquel Corazón, del Corazón Inmaculado de María, puro y sin mancha, donde el Espíritu se ha enraizado (Lc 1,35a), se comprende el Fruto de aquel Seno (Lc 1,42; cf. Dt 7,13a); y, por consiguiente, se comprende el Padre.
La Inmaculada nos ayuda a comprender el Misterio de la Corredención, que es coparticipar al Misterio de salvación,para confluir en el Corazón del Padre. Todo en Su Corazón ha comenzado; todo en Su Corazón confluye. He aquí entonces que el Misterio de la Inmaculada, la Inmaculada del Espíritu Santo, marca el inicio de un gran Misterio. El Misterio de María, la Eterna Mozuela, Misterio insondable e inaccesible, inescrutable para quien quiere descubrir el Misterio de Dios con la mente humana. Para quien, en cambio, quiere abrir el corazón, todo será comprensible: el Espíritu hará comprender el inaccesible (cf. Lc 10,21).
Quien toma las manos de Cristo, toma las manos del Padre (Jn 14,9b.10). Quien conoce a Cristo, el Hijo de Dios, conoce al Padre (Jn 14,20), porque en el Hijo, es. Nadie puede llegar al Padre sino por el Hijo (Jn 14,6b). Nadie puede llegar al Hijo sino por medio del Corazón Inmaculado de María. He aquí la unión indivisible de la Madre y del Hijo. Es en la simplicidad que están encerrados los Misterios de la divinidad. Pero la mente humana no está acostumbrada a la simplicidad. Por esto no se aceptan y no se quieren aceptar los secretos contenidos en la simplicidad, así como María es. Nadie puede reconocer y acoger todo esto si no se abandona a la acción del Espíritu Santo, que en esta Tierra mora (Jn 14,17).
Lo que no se ha querido comprender a lo largo de la historia de la cristiandad es la acción continua del Espíritu Santo (Jn 14,26), que mora en María, Tabernáculo del Espíritu Santo, como proclamamos en las letanías del Santo Rosario. El Espíritu Santo ha soplado y sigue soplando en la historia (Jn 14,26) para conducir a Su Iglesia a descubrir los Misterios del Corazón del Padre.
Pero los hombres, en el momento en el cual descubrían los Misterios del Corazón del Padre, al mismo tiempo han cubiertos otros misterios, concernientes su acción (de no seguir la acción del Espíritu); si no poner en práctica lo que el Espíritu suscitaba, intentando de esta manera cubrir, esconder, las acciones que realmente ellos practicaban. Y entonces estos han pensado decir que la manifestación de Dios en la historia se ha terminado. Entonces, según estos, para poder comprender el futuro, se debería anclarse al pasado, en vez de inspirarse en los errores del pasado para poder comprender la acción del Espíritu, que habría llevado todos a un conocimiento verdadero y total: la acción del Padre, la voluntad del Padre, que en el Hijo se habría manifestado. No se ha comprendido la acción del Camino, de la Verdad y de la Vida (Jn 14,6a), parada en aquel periodo, en aquel tiempo, que no debía avanzar. Así, no se ha comprendido la acción de María, la Madre (Lc 1,15.43; 2,21.33-34.48.51b.), Su viva maternidad, que debía acompañar al Camino, a la Verdad y a la Vida.
Cuando no se tiene un corazón abierto y no se quiere hacer comprender a quien escucha, se arriesga hacer naufragar el Misterio de la cristiandad, de la unicidad del Hijo de Dios (Jn 1,14.18; 3,16.18; 1Jn 4,9), de la Trinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28,19). He aquí que en esta Tierra de Amor, así como siempre se ha dicho, está la llave que abre el Corazón del Padre, para poder hacer comprender el Proyecto de salvación del Padre para la humanidad. He aquí la Era del Espíritu Santo (Jn 15,26) – así como está escrito en aquella piedra, al lado de la Pequeña Cuna – que en la Inmaculada del Espíritu Santo, en el unigénito Hijo de Dios, manifiesta lo que está en el Corazón del Padre. Y aún más se logrará comprender el pasado y estar listos para vivir plenamente el presente ahora y la eternidad luego.
En esta Tierra de Amor el Padre nos dona la llave para poder interpretar y comprender el Proyecto de la salvación, desde el comienzo hasta el final. Y toda la historia de Dios será vista como en una película. Pero para enrollar la entera cinta y volver a ver desde el inicio cada escena, para poderla comprender en la plenitud, se debe partir por el final, para luego volver al inicio y poder de esta manera, finalmente, comprender todo, en la totalidad. He aquí María, el Hijo y el Padre. Y del Padre todo brota y todo se comprende.
He aquí que todo se debe comprender partiendo de la acción mariana en la historia (Lc 1,48b). María, la Mozuela de Dios (Is 7,14b; Mt 1,23), ha acompañado a los cristianos en la historia y ha intentado (porque siempre esta ha sido Su voluntad) acompañar a todo pueblo que en Cristo pedía la filiación y hacer descubrir, de esta manera, Su maternidad (Mi 5,2). He aquí la unicidad de la acción mariana. La Inmaculada en la historia inicia, avanza y continua, para acompañar a todos los hijos de Dios y a los hombres y a las mujeres de buena voluntad.
En esta Tierra de Amor la enseñanza mariana está viva. La Eterna Mozuela (Lc 1,27b; Jer 31,4), la niñez mariana, está viva. Acompaña a los cristianos, a los hijos, al pueblo en camino, a acoger a Cristo, Pan vivo bajado del Cielo (Jn 6,51a), que por voluntad del Padre esta Tierra ha bajado para hacer converger todos a Su Corazón. He aquí que los cuidados maternos en estas Tierra bendita están vivos. Y el cuidado materno es pleno. Y en la plenitud manifiesta Su vivo y eterno Amor, que ha acompañado a cada hijo en el Camino, acompaña a cada hijo en la Verdad, acompañará a cada hijo en la Vida eterna (cf. Jn 14,6a).
En esta Tierra de Amor está el Corazón vivo de Dios: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Un Corazón listo para abrazar a todos aquellos que aquí acuden para recibir como don la viva paternidad. Un Corazón listo para acoger y para abrazar a todos aquellos que luchan en defensa de la Verdad. Un Corazón listo para acoger y para abrazar a todos aquellos que ya no quieren ser huérfanos (Jn 14,18) sino quieren volver a ser hijos, en Aquella, como narra el Evangelio hoy proclamado, que ha hallado gracia delante de Dios (Lc 1,30).
En esta Tierra de Amor, en esta Cuna viviente del vivo Amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Dios derrama Sus gracias, cuanto más viva será la fe en cada corazón, tanto más Su gracia recalentará los corazones y donará a los corazones la brillantez inicial. Lo que el Padre prometió a Su Mozuela: derramar las gracias a cambio del Amor, a cambio de una fe viva y santa (Jud 20-21).
De este Rincón de Paraíso el anuncio universal del regreso del Hijo de Dios (Hch 1,11), a través del Corazón de María, ha sido proclamado. En esta Tierra de Amor, en el Corazón de una Mozuela, el Padre ha donado Su Corazón, para que todos pudiesen amarLo, vivirLo, reconocerLo y hacerLo apreciar: el Corazón de un Niño (Is 9,5a) bajado del Cielo para volver a acercar la humanidad a la paternidad, para poder vivir la santidad en el respeto de los Mandamientos del Padre (Dt 5,1-22), que permiten al corazón y al espíritu vivir Su gracia y vivir en la rectitud cristiana. El evangelista proclama: Ninguna cosa es imposible para Dios (Lc 1,37).
En este Rincón de Paraíso el Padre manifiesta Su Corazón vivo, su Corazón sin mancha, que debe ser la fotografía del corazón de los hijos de Dios, que, escuchando, viviendo y poniendo en práctica Sus enseñanzas, que en el Hijo son (Jn17,21), son espoleados a vestir y seguir vistiendo las vestiduras blancas (Ap 7, 13-14), puras, santas, que diferencian los “hijos” (Jn 1,12) de las “criaturas” (Jn 1,13; Ef 6,12, 1Co 15,50). He aquí que el Padre Bueno y Santo acompaña a Sus hijos a fin de que cada hijo pueda tener un corazón puro, para poder de esta manera ver, a través del Hijo, el Rostro del Padre (Jn 12,45; 14,9b), Bueno y Santo, que quiere ser Misericordioso pero que debe ser también justo (Sal 85,11).
La fiesta del Corazón Inmaculado de María acompaña a cada “hijo” (1Jn 3,1) de Dios para que cada “hijo” se pueda sentir espoleado en practicar el recto camino, en esforzarse cotidianamente por poner en práctica las enseñanzas del Padre y del Hijo que, a través del Espíritu, hacen comprender a cada corazón qué es justo y qué no es justo. Por esto, comprendiendo esto, no se va hacia el pecado, no se va hacia la tentación, sino esforzándose por escuchar la voz del Espíritu que habla al corazón, se permanece lejos de la tentación (Mt 26,41; Mc14,38). Éste es ser cristianos.
De esta Tierra de Amor, donde está viva la paternidad del Padre, nuevamente el Hijo de Dios – en la viva acción del Espíritu del Cristo Resucitado – y Su pequeño pueblo, el Pequeño Resto de Israel (M 5,2), han dado vida a la reconquista cristiana. Una reconquista que parte del profundo, que tiene origen en el Corazón del Padre, para hacer que la cristiandad pueda volver a ser puesta en el centro de cada corazón, a fin de que nunca pueda ser pisoteada, olvidada. Una cristiandad hecha de esencia y de sustancia, que ataja y atajará todo intento de subvertir la santidad, de subvertir las que son las Leyes de Amor del Padre, la que es la viva y profunda ligazón entre Padre y hijos (cf. 1Jn 1,3-4). Por esto este Pequeño Resto de Israel es malmirado, combatido, atacado y apuntado. Los hijos de esta Tierra son apuntados como aquellos que quieren impartir una doctrina que no tiene fundamento en la cristiandad.
La linealidad de la doctrina que, así como está dicho, es el Hijo de Dios (2Jn 9), Cristo (cf. Acto de Magisterio, La doctrina), desvelará todo lo que en una casa se hace con plena voluntad para anular en muchos corazones la pertenencia al único Dios.
En otra casa, que antes era pero que ahora no es más, quien ha traicionado el Espíritu Santo aún más tomará iniciativas para subvertir toda oración hecha por los hijos de Dios – pensad en el Padre Nuestro que ahora se quiere cambiar, ya se ha cambiado (cf. Mt 6,13); estas oraciones, que han acompañado en los siglos a la humanidad – a fin de que cada oración pueda llegar a ser estéril, sin el Espíritu (cf. Ef 6,18), que anima las palabras que los hijos pronuncian, que hace ser verdaderos hombres y verdaderos cristianos, sin más encomendarse al Padre, a los cuidados maternos. La diferencia entre aquellos que pertenecen a la Iglesia de Cristo y entre aquellos que no viven la cristiandad, que no provienen del mensaje de Cristo (que lo han combatido, no lo han querido conocer, no lo han querido más en el propio corazón, lo han traicionado) será cada vez más evidente.
Las pruebas en aquella casa se subsiguen y aún más se subseguirán. La cristiandad vive la plena actividad de una guerra espiritual que está en curso (Ap 12,7; Dn 12,1): Cristo contra los hijos del anticristo; la Verdad contra los hijos de la mentira; la universalidad cristiana contra un conjunto de falsificadores de una doctrina diabólica.
Esta Casa avanza y avanzará. Esta Iglesia detendrá la ola negativa que querría hacer ahogar muchos hijos de Dios. La ola de la travesía de este Arca, de María, la Inmaculada del Espíritu Santo, hundirá un barco ya a la deriva, donde ya no se tienen las llaves para descubrir, comprender la Verdad, que es Cristo (Jn 4,24); sino se tienen las llaves para bajar en los abismos del mar.
Por esto, en la Solemnidad de la Inmaculada, esta Iglesia está en fiesta. Esta Casa honra a María, la Inmaculada del Espíritu Santo, el Arca de la Nueva Alianza renovada en el Espíritu del Cristo Resucitado (Jer 31,33; cf. 2Co 3,5-6; Hb 10,15-16), que surca estos tiempos duros y difíciles de la historia de la cristiandad, últimos tiempos de la historia, para hacer arribar todos los verdaderos hijos de Dios y todos los hombres y mujeres de buena voluntad al Corazón del Padre, término último del Proyecto de Salvación. No fin del mundo sino fin del mal (Ap 12,10). Para hacer vivir a todos aquella eterna niñez que sólo en Cristo, por Cristo y con Cristo se cumplirá: Cristo, Vida eterna para todos Sus hijos, que se postrarán delante de Su Nombre: Cristo nuestra Salvación; Cristo eterna Vida. Cuando todo esto será cumplido, la Paz será estable sobre toda la Tierra.
Todavía está vivo en el corazón de todos nosotros el sentimiento de amor profundo vivido el domingo pasado, a conclusión del año litúrgico de esta Casa, en la Fiesta del Corazón del Padre. Este sentimiento permanece vivo a fin de que en la cotidianidad de cada uno cada vez más pleno y total pueda ser el encuentro entre el corazón de los hijos y el Corazón del Padre, a fin de que la abundancia del Padre baje sobre cada hijo y sea plena, viva, para hacer vivir con intensidad y plenitud este nuevo año litúrgico, a partir de este mes en el cual todos esperamos – para vivir juntos – la Navidad de Cristo (cf. Jn 1,14) y coparticipar cada día a Su Misterio de Redención, a Su Misa, viva, continua y palpitante. Una Misa hecha de corazón y espíritu, así como esta Iglesia, hecha no de frescos preciosos sino hecha de hombres y mujeres que quieren ser santos, santos en carne y hueso. Toda palabra vuelve, toda palabra vive, para hacer comprender la continuidad en todo lo que aquí, en esta Iglesia, se manifiesta y de desarrolla.
Aquellos que se han convertido en enemigos de Dios seguirán no creyendo (cf. Hch 19,9), queriendo no ver y queriendo no oír. Quien, en cambio, es y será animado por la buena voluntad, puede hacer crecer en el propio corazón la gana de acercarse, comprender y vivir las diferencias, entre una Casa y otra. Luego cada uno podrá decidir si practicar o no, en la libertad que el Padre ha donado a cada hijo.
Quien, siguiendo el ejemplo de María, la Inmaculada del Espíritu Santo, ya vive esta Iglesia aún más desde hoy sentirá vivo en el corazón el coraje, el impulso y la gana de donarse aún más, de servir al Padre, para hacer vencer y triunfar el Corazón Inmaculado de María, nuestra Buena y tierna Madre, la Reina del Universo, Aquella que, tras haber recibido el anuncio del Ángel, después del humano asombro (cf Lc 1,34), no ha titubeado en ponerse a disposición del divino Proyecto del Padre diciendo «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).
Nosotros, hijos de María, queremos hoy consolar nuevamente a Su Corazón Inmaculado, para que Ella nos conduzca para hacer vencer y triunfar la cristiandad (Jn 16,33; Ro 8,37; 1Co 15,57; 1Jn 5,4).
Empecemos hoy este nuevo año litúrgico renovando la consagración a Su Corazón Inmaculado, renovando otra vez más, a una voz, nuestra promesa: «Yo te consolaré y, por cuanto me sea posible, Te haré conocer y amar de todos aquellos que no te aman, consolando, así, Tu Corazón Inmaculado. En Ti confió, en Ti espero y a Ti sólo quiero amar». Y así sea.