Revelación de Jesús a María G. Norcia
30 de Octubre de 1994
“El Retorno de Jesús”
Han venido Jesús y la Virgen María
Jesús dice:
– Hoy quiero hablarte de mi retorno porque no quiero que pase como por mi nacimiento. Muchos profetas habían anunciado el nacimiento del Mesías, el Padre había hecho conocer por medio de los profetas también la ciudad donde habría nacido.
Los sumos sacerdotes depositarios de la palabra de Dios sabían bien que el Mesías estaba por nacer.Pero ¿quién acogió a mi Madre y a José? ¿Quién les ofreció hospitalidad? Sólo la gruta humilde acogió a María y a José.
El Padre envió señales en el Cielo; los ángeles cantaron la gloria de Dios; pero ¿quizás corrieron a ver al hijo de Dios los ductos? ¿Los sabios? ¿Los sacerdotes? No.
Solamente los pastores, los humildes pastores escucharon el anuncio y vinieron a rendir homenaje al hijo de Dios.
Yo nacía en la tierra que el Padre le había donado a su pueblo, pero los gobernantes de aquel pueblo no me acogieron.
Tres sabios de países lejanos entendieron que un evento extraordinario estaba por cumplirse y sin comprender bien salieron de viaje y me encontraron.
Me encontraron porque querían encontrarme; luego todo fue olvidado hasta cuando, después del anuncio de Juan, Yo empecé el camino que debía llevarme sobre el monte calvario para concluir mi primera experiencia terrenal.
Pero yo había dejado sobre la tierra mi sangre. Mi sangre no podía haber sido derramado en vano. Yo había dejado a mi Madre, a la cual había encomendado mis hijos y mis apóstoles. Gracias a la semilla de mi sangre, al martirio de mis apóstoles, a la completa dedicación de María mi Madre a la salvación de los pecadores, mi palabra fue distribuida y escuchada sobre toda la tierra, santificada aún más por la sangre derramada por muchos mártires.
Querían destruirlos todos, querían que desapareciera para siempre el recuerdo del sacrificio del hijo de Dios, pero cuanto más le mataban, y más y más escuchaban y atesoraban mi palabra.
Envié a Pedro a morir en la ciudad símbolo de la idolatría y del pecado y ahí quise construido mi templo, el templo dedicado a todos los cristianos del mundo.
No siempre mis sucesores han sido dignos herederos de mis Santos Pedro y Pablo y Yo he tenido que buscar en otros lugares los pilares de mi templo. Los he buscado por todas partes, en las ciudades, en los monasterios, y muchos, muchos han respondido a mi llamado. Muchos con su amor hacia Dios y con su sacrificio a lo largo de los siglos, han enderezado mi templo tambaleante, pero desde mi nacimiento y aún antes, desde cuando estaba sólo en la mente del Padre, el Padre ya había diseñado todo mi camino que no podía acabar con mi ascensión al cielo y entonces ya había sido trazado el itinerario de mi retorno.
He aquí entonces que Yo vuelo a hacerme Niño, vengo aquí, en este lugar remoto para nacer nuevamente en el corazón de una niña que me ha amado como me ha amado mi Madre.
Me he hecho adulto en su corazón. Tenía que crecer, como he crecido en la casa de José. Yo crecía en el corazón de esta mozuela.
Luego mi revelación, en un momento de gran sufrimiento, la revelación de María que ahora está aquí conmigo para manifestar todo su afecto y que ha querido mi Cuna.
He querido aquí muchos hijos para que creciera incluso en sus corazones, y me amasen como me ha amado mi hija, porque sólo con el amor de estos hijos Yo puedo construir la llave que abre el corazón del Padre y me concede por fin bajar entre vosotros.
Yo necesito todo el amor que tú supiste crear en esta isla feliz, que sabes administrar con la devoción de hija de mi corazón para poder construir, ladrillo a ladrillo, mi ciudad.
Yo necesito muchas conversiones, porque por todo hijo que se convierte Yo levanto un muro entero de mi ciudad. Mi ciudad, incluso gracias al amor de mi abuela, casi está lista.
Espero sólo el permiso del Padre para colocar en su lugar la última piedra.
Luego regresaré, tú lo sabes, en la gloria de los ángeles, de los Santos, en la gloria de todos los hijos que aquí convertidos, ya descansan junto a mi corazón y regresarán junto a Mi.
Será un día sin principio y sin fin, porque Yo soy el principio y el fin. Yo soy el principio del nuevo Reino y el fin del viejo mundo.
Ya se ha dicho que mi retorno será la tercera fiesta más bella del Cielo, pero ahora añado, y de la tierra, porque esta tierra ofendida y mortificada por la incuria de los hombres será hecha nueva, porque los hijos habitarán en mi ciudad.
La ciudad que en el centro de mi Cuna tendrá su trono, tendrá el trono de su Rey, se extenderá sobre toda la tierra.
Los hijos que formarán parte de ella verán sólo cosas nuevas, porque el Padre inundará toda la tierra con su amor. La apretará entre sus brazos y lo que verán los hijos será visto a través del amor del Padre.
Yo reinaré entre mi pueblo y por fin mi pueblo será libre de todas las esclavitudes que los hombres han inventado. ¡Será libre!
Será liberado de las persecuciones de mi enemigo y la vida de todos se desenvolverá en una única armonía con mi corazón y lo de María mi Madre, porque el Padre dará a nosotros dos este Reino.
Yo llamaré a los hijos más devotos a mi corazón.
Los hijos que me habrán ayudado se sentarán a mi diestra, junto a vosotras, hijas mías, y grande será vuestra alegría, porque grande ha sido vuestra dedicación a mi amor y al cumplimiento de este grande maravilloso evento que será mi retorno.
Jesús da un paso atrás, mira a Su Madre y la invita a hablar.
La Virgen María dice:
– Yo ruego al Padre más y más para que le permita a nuestro Jesús venir para curar todos los males de la tierra, pero rezo también para que muchos sean los hijos que serán admitidos en nuestra ciudad.
Yo que he sufrido todas las penas al ver a mi hijo sobre la cruz; Yo que siento mi corazón traspasado cada vez que un hijo se pierde; Yo aquí encuentro consuelo cada vez que un hijo se salva. Encuentro consuelo a tu lado, que te has nutrido de todo el amor de Jesús.
Mi corazón se alegra al ver cuantos hijos han por ti aprendido a amar a Jesús como nosotros lo amamos.
Yo soy la Madre de todo el mundo, soy la Madre de todos los hijos de Dios y, como tal, quisiera apretarlos todos a mi corazón, pero todavía algunos se me escapan.
Llevadlos a Mi, llevadlos delante de mi Jesús, en este lugar santo, porque Jesús pueda cambiar sus corazones, pueda indicarles el camino del amor de Dios.
Grande es mi agradecimiento para quien me ayuda en esta difícil tarea.
Tú has hecho tanto hija mía, pero todavía no te se permite poderte descansar porque todavía es grande el trabajo que te espera.
Yo siempre estaré a tu lado.
Yo siempre estaré al lado de los hijos que se encomiendan a mi corazón, a la voluntad del Padre y a tu guía terrenal porque en el mismo momento en que estos hijos toman de tu mano, ya han emprendido el camino que lleva al corazón del Padre.
Yo estoy feliz cuando estoy en medio del pueblo de mi hijo, cuando estoy a tu lado porque veo y toco la realización de los diseños del Padre.
Entonces, Yo me arrodillo delante de mi Jesús y digo:
“Jesús hijo de Dios, perdona los pecadores, ayuda quien sufre, da alivio a quien todavía tiene muchos sufrimientos, derrama tu amor sobre todos los hijos de la tierra. Ruega al Padre para que ponga fin a muchas desgracias, para que te entregue la llave para abrir las puertas del cielo, a fin de que tú, hijo mío, puedas recoger los frutos que has sembrado con tu sangre y con el sacrificio de muchos hijos.
Jesús, ven para tomar posesión de tu Isla Blanca. ¿No ves cuántos hijos te esperan?
Yo te invoco, Yo te suplico, dona pronto la paz al mundo entero”.
Jesús seca las lágrimas de la Virgen María, la levanta y la aprieta a sí.
Luego con la mirada dirigida a nosotros, dice:
– Mi particular Bendición hoy junto a mi queridísima Mamá,
Jesús.
Giuseppina Norcia