Revelación de María Santísima a María G. Norcia
25 de Diciembre de 1988

“La Divina Familia y la Escalera de oro”

En la Pequeña Cuna veo San José.
Es un personaje muy apuesto, su figura da mucha confianza y seguridad. Tiene una mirada muy intensa, como se cuidadoso en todo para dar honor al Señor, listo y disponible, como en espera de recibir órdenes de alguien. Me impresiona la atención, la delicadez, la disponibilidad de su actitud. Lo circunda mucha luz. Con la mirada me hace notar una gran escalera de luz, muy luminosa, de la cual baja la Virgen con el Niño en brazo. ¡Qué bella es! Está acompañada de muchos Ángeles y Santos con el sonido de las trompetas. Cuando llega abajo, se sienta sobre el trono, posa el Niño sobre las rodillas y ellos se postran todos a sus pies para honrarla. Veo incluso muchas almas, como figuras de luz, que suben y bajan.

La Virgen dice:
La escalera de oro es el pasaje entre el Cielo y la Jerusalén donde suben todos los verdaderos hijos de Dios. No pueden acceder a ella almas incapaces de hacer el bien hacia Dios y hacia el prójimo. Imitad la Divina Familia y no temáis cuantos la reniegan, porque la victoria incluso si de pocos, pertenece al pueblo de Dio, como ya sabéis.
El inmenso dolor que siento, junto a Mi Hijo, es ver muchas almas que se pierden por propia culpa. ¡Pobres hijos míos! Arrancad los malos sentimientos, las malas costumbres de vuestro corazón, si queréis derrotar al mal, hay poco tiempo hijos míos.

En este momento siento un hielo fuertísimo.
La Virgen dice:
Ves, hija mía, este hielo es el hielo de las almas, es la indiferencia que frustra cada acto del plan de salvación que Dios ha actuado sobre la tierra desde el nacimiento de Su Primogénito. Son almas insensibles a cualquier acción de gracia, almas ciegas que considerándose inculpables, rechazan la salvación que sigue siendo propuesta a toda la humanidad; almas que no sabiendo apreciar los dones, no saben hacerlos fructificar. Atraídas por el resplandor deslumbrante de lo que está destinado a perecer, ellas no saben gustar y usar el bien que han heredado con la Redención.

Ahora veo la Virgen que contiene las lágrimas, me hace sentir su dolor, un dolor que desgarra el corazón.
Ella dice:
Hija mía, qué más hacer que ya no se haya hecho para dirijir las almas hacia los verdaderos valores del espíritu, que implican esfuerzo, sacrificio, renuncia, pero también amor, alegría y paz estable.
Estas almas no pueden pretender formar parte del Reino como quisieran, porque son almas incapaces de hacer el bien y de actuar justicia y entonces de gozar un anticipo de la alegría que le corresponde. Como hijos míos, incluso si depravados, nunca he dejado de llamar a aquel corazón endurecido, para darles el verdadero descanso del alma. Pero en este momento de tinieblas, todas las fuerzas satánicas están formadas en el más formidable ataque contra las pobres almas perdidas, cada vez más maleadas porque no vuelven a encontrar el camino justo.
Hija mía, confío como siempre en tu plena e incondicional ayuda, para alinear multitudes de almas listas para contratacar con generosidad y disponibilidad plena. Lo sé, no es fácil actuar en esta confusión. ¡Ánimo!
El personaje que hoy os he enviado, San José, Custodio de la Divina Familia, os será en este año, particularmente de ayuda. Invocadlo frecuentemente y en toda circunstancia. Él sabrá protegeros y defenderos con gran potencia conferidle por Dios Padre, en el papel particular que le ha encomendado en tierra.

La Virgen tiene el mundo en la mano, y levantando la mano hace una señal de cruz.
Dice:
Os bendigo con toda la efusión de Mi Amor.
María Santísima vuestra esperanza.

Todos los Ángeles y los Santos alzan el Trono, subiendo nuevamente sobre la misma escalera luminosa; se abren las puertas del Cielo y veo una inscripción luminosa que gira fuertemente. Se lee PAX.

 Una voz dice: ¡Esta palabra será leíble a todos, cuando la paz será estable sobre toda la Tierra!