Revelación de Jesús a María G. Norcia
19 de abril de 1998
“ La Fuente de Misericordia y de Paz”
(Borrador)
Viene Jesús en una luz inmensa y todo resplandece.
Se acerca y dice:
Yo soy Jesús el resucitado, Yo soy aquel que por amor del Padre he vencido a la muerte y, resucitado, he vuelto en el reino del Padre mío.
Yo, antes de todos tiempos, ya estaba en el reino junto al Padre, en una perfecta y única unión de amor, pero, para ser Dios nacido de mujer, por obra del Espíritu Santo, para redimir los pecados del mundo, he tenido un cuerpo como todos los hombres y con mi cuerpo flagelado, coronado de espinas, traspasado por clavos y lanza he ascendido al cielo donde está el Padre mío que ha transformado mi corona de espinas en una verdadera corona real y de toda mi herida ha hecho un ladrillo para asentar las bases de mi iglesia.
Ahora mi cuerpo está glorificado, Yo espero impaciente el día en el cual todos los hijos fieles a mi amor podrán ver sus cuerpos santificados por la luz perenne de mi Padre.
Yo con la corona donada por el Padre mío volveré un día a vosotros y vosotros me reconoceréis como su Señor porque en esta tierra bendecida os fue enseñado cómo reconocerme, cómo amarme, cómo guardarme encerrado celosamente en su corazón, y Yo no seré más traicionado, ya no seré flagelado, ni podrán imponerme otra corona de espinas porque vosotros hijos míos os apretaréis todos alrededor de Mí para amarme y levantar himnos de alabanzas al Padre mío.
Cómo quisiera, hijos míos, que cada uno de vosotros lograra sentir ya hoy una pequeña parte de aquel amor, de aquella serenidad, de aquella alegría que todos sentirán el día en el cual bajaré para personal y definitivamente habitar en esta pequeña Cuna que vosotros todavía veis si pequeña sin imaginar qué grande y qué bella es, como grande y bella puede ser la morada de un Rey que quiere a todos sus hijos, a todo su pueblo huésped en su casa y, aquí conmigo, todos vosotros habitaréis, hijos míos, porque vosotros ya amáis a esta tierra bendecida, y por lo tanto, amándola, vosotros ya amáis a mi casa, su casa y, cuando por fin estaremos todos juntos con María mi Madre, con la hija dilecta de mi corazón, Yo seré por fin el amor todopoderoso porque habré definitivamente concluido mi misión que tuvo comienzo con la anunciación a María, que tuvo un alto con mi muerte y resurrección y que, por fin, se concluirá aquí con mi regreso para que se cumpla el diseño de Dios que ha prodigado todo su amor en este gran proyecto de redención para toda la humanidad.
Así yo estaré con cuántos habrán sabido reconocer y amar a mi corazón, con todos aquellos que podrán seguir amando a mi Padre en Mi e inclinarse delante de María y amar ya desde hoy y por siempre a esta tierra bendecida donde un día se posó la mirada amorosa del Padre mío que, por una breve visión envió a su Hijo Niño para que hiciese esta tierra fértil de amor y fuente de misericordia y de paz.
En la espera que este gran misterio se cumpla, invita, hija mía, a todos a velar y estar atentos para que caigan al vacío todas las lisonjas y las promesas de quien, por cualquier medio, intenta apartar mis hijos del amor del Padre.
Velad, tenéis que decir, velad y encomendaos , en las tentaciones, al corazón inmaculado de María y Yo siempre derramaré mi bendición.
Yo nunca haré faltar mi ayuda a cuantos con amor se inclinan con confianza a mi Cuna, dejando a ti hija mía sus preocupaciones, sus miedos, sus angustias, para que tú les pueda consolar con tu amor, con tus oraciones y con tus palabras, bendiciéndoles en tu corazón, bendiciéndoles como Yo ahora bendigo a vosotros.
Jesús