Revelación de Jesús a María G. Norcia
10 de marzo de 1986

“ María, me consagro a Ti”

(Borrador)

Dice María Giuseppina:

Yo estaba rezando, con la intención de ofrecer por el dolor de una herida de Jesús.
Le pedí a Él: “Jesús, ¿cuál es la herida que más Te duele?
Jesús me ha mostrado dos heridas a sangre: la de la espina más grande en el centro de la frente y la del golpe de lanza al costado.

Apenas terminadas las oraciones, Jesús he empezado a hablar:
Hija Mía,
“Todo tiene que pasar por Mi Madre”,

Mientras empezaba una oración, como para presentarme a la Virgen María.
“María, me consagro a Ti, para que todos aquellos que el Padre
me ha encomendado, me encomienda y me encomendará, sean consagrados en la Verdad,
para que participen plenamente
al Plan de Amor y de Redención,
para la gloria y en honor al Padre”. 

Diciendo estas palabras, me hizo comprender que Él, a pesar de ser Dios, fue el primero a consagrarse a María, en espíritu de obediencia y de humildad. Con mayor razón yo, Su criatura, habría tenido que consagrarme a Ella.
De hecho, consagrarse a María significa llegar a ser Su propiedad, que Ella misma cuidará, liberándola de las malas hierbas y protegiéndola.
Consagrarse significa, otra vez más, poner nuestro corazón a los pies de María, la cual, aplastándolo, hará salir incluso el más pequeño residuo de impureza que se anida en ello.
Sólo así estaremos listos para ser oferta agradecida y digna al Padre en unión con el Hijo.

Luego ha continuado:
“María, Tú que generaste, una vez para todas,
físicamente Jesús, por obra del Espíritu Santo;
así genera, espiritualmente, Tu Hijo Unigénito en nosotros,
por obra del Espíritu Santo,
cada vez que no habita más en nuestro corazón”.

Con estas palabras mi hizo comprender los efectos de la Consagración y, es decir: cada vez que cometimos la más pequeña falta, María está lista para generar nuevamente Jesús en nuestro corazón.

Luego ha continuado con estas palabras:
“María, Tú que, uniformándoTe al Padre,
me amaste tanto hasta dar Tu único Hijo para mi Redención,
haz que yo Te viva, especialmente en la relación amorosa
con el Padre Creador, con el Hijo Redentor y con el Espíritu Santo,
Amor sustancial del Padre y del Hijo, y, consiguientemente,
en la relación amorosa con mis hermanos,
creados por el Padre, redimidos por el Hijo, santificados por el Espíritu Santo.
María, que yo Te viva siempre, en el Amor a Dios y al prójimo”.

En ese momento, me ha presentado el encuentro en el Vía Crucis con Su Madre.
María, desgarrada por la vista de Su Hijo dilecto, chorreaba sangre, todo cubierto de heridas, exhausto, grita con Su Corazón: “¡Basta, has demasiado sufrido!”.
Pero, girándose, me ve y, entonces, en un arranque heroico, dice al Hijo:
“Continua Tu camino hasta cuando todo sea cumplido”.
De este he comprendido cuánto pide de don total el Amor llegado hasta las extremas consecuencias.

Jesús