Revelación de Jesús a María G. Norcia
24 de marzo de 1985

“ Morir para vivir, perder para ganar”

(Borrador)

Jesús dice:

Hija mía,
“He aquí que el mundo Lo ha seguido” – decían con amarguras los fariseos.
Es esta una frase que se repite todavía hoy para vosotros.
La gente que se dirige a los llamados de Jesús, quiere ver Jesús.
No son intrusos estas personas que están lejos de Dios.
Ellas llegan al momento justo, porque ha llegado la hora en la cual Jesús, por medio de vosotros, atrae todos hacia Sí.
Pero Él se sirve de vosotros de una manera totalmente incomprensible, en la cual las realidades cambian de signo:
“Morir para vivir,
perder para ganar,
ser vencedor sobre la muerte, dejándose engullir por ella;
ver a Cristo, esperando que Él parta”.
La hora de la victoria es también la hora del suplicio.
Jesús parte, no para abandonar, sino para reencontrar más profundamente; muere,
no para descomponerse, sino para reproducirse en una multitud.
Las elecciones dolorosas que el presente impone, no son más sólo pérdidas, sino que dan vida a un futuro más bello.
Subir sobre la Cruz, entonces, significa ir hacia la gloria.
Sólo entonces, las almas levantarán los ojos hacia el árbol de la vida.
“Queremos ver a Jesús”, dicen los lejanos.
Pero ¿quién les hará ver Cristo, si no aquel que hará descubrir en su muerte el valor de la glorificación de Cristo?
¿Quiénes son los apóstoles que sirven de intermediarios, de modo que el mundo pueda reconocer a aquel que atrae a todos hacia sí?
Muchos son los hombres honestos que buscan un sentido por su vida, por su martirio.
Pero ¿ellos encontrarán verdaderos amigos de Jesús, que les orienten hacia Él?
Existe, hoy, una posibilidad de encuentro más personalizado del Misterio de Jesucristo.
Pero, en la condición de que, en todo caso, os ponga en contacto con la Cruz y se encomiende el trigo al riesgo de la tierra.
Cada vez que aceptáis de nacer por el costado traspasado de Cristo, os acerquéis al Cristo glorioso.
Ya no se tendrá la constricción a la observancia de la ley, sino para cada uno estará la exigencia de la responsabilidad: la fe no estará escrita sobre tablas de piedra, sino en el corazón del hombre.
Cristo os salva con Su sufrimiento y Su muerte.
Con la ayuda de Su Gracia, aprended vosotros también a morir, para resucitar con Él; a perderos, para reencontraros en Él; a abandonar todo, para reencontrar todo en Él.
El Señor, entonces, infundirá en sus corazones Su Ley, Su Espíritu de Amor, porque habréis hecho de vuestra vida una compartición de la Suya y os hará participar al gran Misterio de la salvación.

Jesús.