Revelación de Jesús a María G. Norcia
19 de Marzo de 1998

San José

Veo a Jesús, a su lado está San José. Lleva consigo un lirio blanco.
Jesús dice:

–  He querido que mi Padre terrenal viniera junto a Mi en esta casa bendita para darte, hija dilecta, las felicidades con el mismo amor con el cual les he dirigido a mi Padre José.

Hoy mi corazón está lleno de alegría porque la iglesia recuerda su nombre, de aquel que junto a María tuvo cuidado de aquel Niño nacido por amor de Dios, que luego tenía que rescatar los pecados del mundo.

Ahora quiero hablarte del amor de José, quiero hacer sentir a todos el amor de este humilde hijo de Dios. Los recuerdos de mi infancia están ligados al amor del esposo de María, mi Madre, que ha permanecido de ejemplo divino del amor del Padre hacia el hijo de Dios.
Siempre tuvo cuidados amorosos por Mi y por mi Madre. Fue Él que salvó al pequeño Jesús yendo a Egipto. Fue Él que llevé en el corazón todos los sufrimientos del Padre por el propio Niño, fue Él que me buscó con ansiedad durante mi disputa con los sacerdotes del Templo.

José fue mi modelo de vida hasta el día en el cual el Padre le llamé hacia sí para hacerlo partícipe de la gloria del Paraíso y lo quiso a su derecha por el amor que tuvo por Mi durante su vida hecha sólo de trabajo y sacrificio.

Y la invitación que hoy desde esta tierra bendita Yo dirijo a mis hijos es que sean todos como Mi Padre José.

Hoy veo muchas familias destruidas por el egoísmo, por la vanidad, por la búsqueda de placeres mundanos, Yo me pido por qué mis hijos ya no se inspiran en el amor de aquella santa familia, a su capacidad de estar unida para volver a dar la esperanza, la certeza del rescate de todos los pecados que Yo he tomado sobre Mi y les he llevado sobre la cruz, les he dejado clavados allí porque no provocasen más tantos daños a la humanidad entera.

Pero la poca fe en mi amor, la desafección a Mi sacrificio, la ignorancia del amor de Dios, además la búsqueda de inútiles religiones que por cierto no son fruto del amor del Padre mío han nuevamente reducido el hombre a la esclavitud y lo han hecho siervo del pecado.

Os amo hijos míos, Yo quiero encontrar esperando mi regreso a una multitud infinita.

¿Para qué servirían de lo contrario todos los sacrificios al cual he sometido mis hijos más queridos? Para qué serviría el amor que el Padre derrama cada hora sobre esta isla fruto de su amor. Para qué serviría mi ciudad ya lista, más bella que cualquier vuestra imaginación. Para qué serviría sin los hijos que tendrán que habitarla pronto el día en el cual una voz poderosa ordenará abrir las puertas y un río humano entrará, entrará en el corazón del Padre, entrará en esta Cuna mía que tú, hija mía, junto a tu Mamá, custodiáis y hacéis crecer con tanto amor.

Hija mía, invita a mis hijos a intensificar aún más la meditación y la oración no tanto para apresurar los tiempos ya cercanos, sino para que muchos hijos que todavía viven en las tinieblas puedan volver a encontrar la luz.

Hija mía, quiero que cada día sea para mis hijos un día de alegría, porque hecho de comunión con el Padre mío y amor por la Madre mía.

Éste, hoy, Yo dejo a vuestro corazón.
Esto quisiera deciros también mi Padre José pero, su humildad, el amor que nutre para Mi, no le permiten hablar porque todo lo que Él sentía en su corazón ha sido expresado, pero os deja su amor, os deja la pureza de esta flor blanca y fresca como el rocío de la madrugada.

Yo, Jesús, os bendigo y os aprieto a mi corazón y dejo a ti, hija mía, incluso el amor de la Madre mía que te asiste y está cerca de ti para darte amor y consuelo para todas las amarguras que te vienen de cuantos quisieras más dignos de mi amor.
Jesús.

Giuseppina Norcia