La comprensión de la verdadera Vida en Cristo

María, Madre Iglesia, Nueva Jerusalén, en esta solemne recurrencia, quiere hacer comprender a todos Sus hijos y a todos los hombres de buena voluntad que cosa es, cosa significa, amar Dios, entrar en comunión con Dios, v i v i r Dios, tener gana de vivir Dios, ser plasmados en Él, andar con Él, v i v i r por Él, Padre Bueno, Justo, Vivo, que hace vivir, que quiere hacer vivir Sus hijos, que quiere que cada criatura se convierta en “hijo” en virtud de la c o m p r e n s i ó n de Su Hijo.

Para comprender todo esto, para poder vivir todo esto, para acercarse a Dios, es necesario vencer el mundo. Y el mundo se vence anulando y vencendo el propio “yo”, con voluntad plena y total, que hace someter el “yo” y hace vivir Dios. Así, he aquí que el don que parte del Padre y a través del Hijo llega a todos los corazones. Centro de todos los corazones: Cristo, el Hijo de Dios, que abate cada barrera y que en Su palabra, en la universalidad de Su Lenguaje, aleja la insidia, aniquila todo pensamiento contrario a lo del Padre y redona a todos la Santidad; hace redescubrir la filiación también a quien sólo con las palabras se declara Su Hijo; y hace acercar aquellos que están lejos de la Verdad, a fin de que se revistan de Su Luz para poder vivir el Hijo de Dios, que en el Padre es.

En esto se manifiesta la esencia y la sustancia de ser en el Padre, por el Padre, un todo col Hijo; alejando cada lógica humana, alejando cada pensamiento que lleva a aguar, desmoronar, endulzar la Palabra del Padre, que en el Hijo es Vida. No se puede cambiar la Palabra, por respeto de la s u s c e p t i b i l i d a d de los otros. Ahora como ayer unívoco debe ser el lenguaje de los hijos de Dios: “sí, sí; no, no”. Cristo, el Hijo de Dios, ha venido en el mundo para llevar nuevamente la humanidad al Padre, sacrificando la propia vida, muriendo en la Cruz para hacer vencer la Vida, la verdadera Vida, que en cada corazón debe y habría debido… ser. Este es el sentido de la Vida. Esto es vivir el Padre.

Cristo ha venido para derribar las divisiones. Cristo ha venido para derribar el paganismo. Cristo ha venido para derribar cada ídolo, que en el corazón de muchas criaturas había nacido. Cristo, el Mesías, el Mandado, El que une al Padre, El que hace ser en la verdadera comunión con el Padre, mandado en el vientre de María para ser donado a la h u m a n i d a d; para que la humanidad sea plasmada, purificada, vencida; para que que los hijos de Dios y todos los hombres de buena voluntad puedan levantar los ojos al Cielo y agradecer el Padre para haber unificado las gentes, unificado el pensamiento de todos en Su Pensamiento.

La libertad que el Padre ha donado a los hombres ha conducido el juego de la historia de la Iglesia de Cristo. Y en Su infinita misericordia, nuevamente el Padre dona el Hijo a la humanidad para restablecer lo que la libertad ha, mientras tanto, violado. Esta es la esencia, pura y verdadera, sin añadir algo propio. Nada se puede añadir a lo que proviene del Padre, Uno y Trino; Uno y Trino; Uno y Trino. El resto viene del maligno, que intenta partir esta ligazón inseparable entre el Padre y Sus hijos; entre la Madre y Sus hijos. El maligno intenta corromper las conciencias y los corazones, para que todos caigan en el engaño y proponer a muchos una nueva vía, que aleje del Dios Uno y Trino; de Cristo, Camino, Verdad y Vida; de Maria, Madre Suya y nuestra, que habiendo, por gracia, encontrado complacencia ante los ojos del Padre, ha sido elevada al rango del Hijo, Cristo, Su Señor.

Todo es resto es creado a la perfección para manifestar el poder, para moler lo que es Dios y que de Dios habría debido permanecer. La esencia es lo que conta; la sustancia hace vivir en plenitud. Cristo. Este es el punto focal de la vida de cada c r i s t i a n o. No sirve perderse en fútiles palabras que alimentan divisiones, morales, espirituales, humanas. La humanidad y la codicia de poder ha llevado divisiones incluso entre los cristianos. Lo que conta para cada cristiano es vencer el mundo vencendo el propio “yo”, buscando la unión en Cristo, por Cristo y con Cristo. Esto es amar el Hijo de Dios. Cristo significa conversión. Cristo significa purificación. Cristo significa: “No habrá para ti otros dioses delante de Mi”.

Este es el corazón de la universalidad del mensaje del Padre, que en Su Hijo se fonda. Este es el centro del mensaje que esta Iglesia, Madre Iglesia, Nueva Jerusalén, lleva al mundo.

He aquí que la Iglesia de Cristo lleva en Sí la sustancia del Padre. La Iglesia quiere transmitir por primero la Ley del Padre que en Cristo se manifiesta, para luego transmitir Su total santidad, para que aquellos que se oponen al Plan de Amor y de Redención, para la gloria y en honor al Padre, sean derrotados y perezcan por la eternidad.

María, Madre Iglesia, Nueva Jerusalén, acoge todos Sus hijos y todos aquellos que son animados por la buena voluntad, para consagrar todos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, para alejar, quemar y vencer el engaño y todo lo que el engaño produce. “Ay de vosotros, portadores de una falsa doctrina. Ay de vosotros, que queréis canjear el sacro con el profano, para profanar lo que proviene del Padre”.

Nuevamente María, la Inmaculada del Espíritu Santo, con San Miguel Arcángel se erige en defensa de Sus hijos para vencer la iniquidad. María, la Inmaculada del Espíritu Santo, la Nueva Jerusalén, ahora y siempre vencerá. Y todos Sus hijos que reconocerán en Cristo, el Hijo del Dios Vivente, la única Verdad que salva, heredarán la Vida eterna, don del Padre para la humanidad.