La Iglesia de Cristo

En la Iglesia de Cristo hace eco la viva voz del Maestro que, dirigiéndose a Sus hijos, dice: “Venid a Mi y seréis salvados. Venid a mi, vosotros oprimidos en el físico y en el corazón: seréis reconfortados. Venid a Mi, vosotros buscadores de la Verdad: y encontraréis la Verdad entera. Venid a Mi para disminuir; y crecer en el Espíritu”.

Cristo es Camino, Verdad y Vida. Quien cree en Cristo, aunque se muere, vivirá.

Esta es la Iglesia de Cristo. La Iglesia de Cristo es la Casa de la Vida, encomendada al cuidado materno, para el triunfo del Misterio del Dios Niño, a fin de que cada corazón que quiere ser restaurado, en María y en Su Corazón encuentre reposo y consolación.

La Iglesia de Cristo es la Morada de Dios entre los hombres. Debe ser amada, respetada, vivida, en la fraternidad y en la santidad, para ser verdaderos testigos de la Casa de Dios, de cada Su enseñanza, para cumplir y vivir la voluntad del Padre, que acoge cada hijo que quiere renacer a vida nueva; que acoge cada hijo dispuesto a poner en práctica Su voluntad; que acoge cada hijo que quiere encarnar los principios fundamentales de la cristianidad, en la esencia y en la sustancia.

En la Iglesia de Cristo está el nutrimento esencial y sustancial. Nada les faltará a los hijos de la Iglesia de Cristo, cuanto más su corazón será predispuesto a hacer la voluntad del Padre.

Cristo custodia celosamente Su Iglesia y los corazones santos que en Su Iglesia quieren vivir.
En la Iglesia de Cristo no está y jamás deberá estar la envidia.
En la Iglesia de Cristo no está y jamás deberá estar la constricción.
En la Iglesia de Cristo no está y jamás deberá estar nada que no sea santo.
En la Iglesia de Cristo no está y jamás deberá estar lo que en el pasado en muchos corazones ha estado.

La Iglesia de Cristo es la Isla Blanca, la Morada de Dios, donde se defiende y se defenderá la pureza de la fe, en Cristo. Y la pureza de la fe será transmitida, anunciada y proclamada, para hacer comprender como se vive Dios, como se habita la Morada de Dios, como se testimonia cotidianamente Cristo. Y para hacer comprender como encomendarse con voluntad viva y con sinceridad de corazón a María, Madre Iglesia, Madre universal, Nueva Jerusalén. Partiendo de todo esto, los verdaderos hijos de Dios se ponen en camino para subir en las profundidades del Corazón del Padre. Y todos los hijos que se despojan de su humanidad, tanto más les será dado a conocer y vivir la intimidad con Dios.

Este es el tesoro celoso de custodiar y al mismo tiempo de hacer comprender en el ejemplo de vida, que cada hijo de la Iglesia de Cristo debe saber manifestar, el la Alegría, en la Paz, en la Sinceridad, en el Amor, para difundir lo que es Cristo, para manifestar el único Espíritu que vehicula el infinito Amor del Padre.

He aquí la acción del Espíritu que a través de Sus hijos atravesa cada barrera, trastorna la cotidianidad, hace arder de certeza, a fin de que cada hijo en la libertad y con corazón sincero pueda invocar el Padre, encomendándose al Padre en la totalidad. Cuanto más los hijos de Dios serán vivos en la enseñanza de la Iglesia de Cristo, cuanto más sabrán testimoniar la espiritualidad de la Iglesia de Cristo, tanto más la Iglesia de Cristo será respetada y amada.

Los hijos de la Iglesia de Cristo están llamados a dar testimonio de su pertenencia a la Madre Iglesia.

Los hijos de la Iglesia de Cristo están llamados a manifestar su coherencia y su voluntad en el cumplimiento de todo lo que la Iglesia de Cristo debe cumplir.

Los hijos de la Iglesia de Cristo están llamados a llegar al corazón de todos, con las armas que María ha enseñado: con Humildad, con Fuerza, con Dulzura, con Simplicidad, a fin de que la fe y la Fidelidad a Cristo y al Misterio de Dios puedan contagiar los corazones, arder los corazones; y poner en cada corazón la semilla del Amor del Padre. Un Padre que busca a Sus hijos. Hijos que a lo largo del tiempo no han sido acogidos, no han sido comprendidos, no han sido acompañados para poder vivir, comprender, amar el Padre: por un lado por consciencia de muchos que se declarában ministros de Dios pero que administraban su propio “yo”; por el otro, por voluntad de muchos hijos que, en vez de poner Dios al primer lugar, intentavan satisfacer su propio “yo”, sirviéndose de las cosas de Dios.

La Iglesia de Cristo es una, santa y universal. Y defenderá lo que pertenece a Dios; defenderá quien pertenece a Dios; defenderá la Verdad.

La Iglesia de Cristo, Cuerpo místico de Cristo, no puede ser moneda de cambio. La Iglesia de Cristo acompaña para hacer vivir en la santidad todos aquellos hijos que arden de poner en práctica la santidad.

La Iglesia de Cristo irá al encuentro de aquellos que han sacrificado, en todo o en parte, la propia vida para poder esperar la mirada del Padre, que acoge, une y establece con Su Espíritu. No se huye de una casa para refugiarse en una otra donde se piensa que todo es facilitado. Se debe vivir la Nueva Jerusalén en la seriedad humana y en la espiritualidad viva, siendo ante todo hombres y luego cristianos. En la Iglesia de Cristo nos encontramos con Dios.

La Iglesia de Cristo es el Tabernáculo vivente.

Seguir el Camino de Cristo conlleva santidad, dedicación, sacrificio sino mucho, mucho envolvimiento santo que hace respirar el alma y inflama los corazones, porque nos encontramos a la presencia del Padre.

En Su Iglesia, Cristo es presente en Espíritu y Verdad. Cristo escucha, vive y vee. En muchos esperan; también Cristo espera, porque quiere dar alegría a Sus hijos, para manifestar la vitalidad de Su Iglesia, para decir al mundo que los hijos de Cristo son íntegros en la fe; para decir al mundo que aquellos que habitan Su Casa, aquellos que viven Su Iglesia son santos.

Esta es la dignidad que en la Iglesia de Cristo se recibe: una dignidad que cotidianamente debe siempre más ser valorizada, con obediencia amorosa y en la fraternidad viva: Fraternidad: lo que en el mundo no existe más.

Dios Padre Omnipotente bendiga la Iglesia de Cristo, ahora y siempre, a fin de que el mundo vea y se convierta; escuche y se purifique; disminuya para confluir en Cristo, Camino, Verdad y Vida.