«María, me encomiendo a Ti.
Haz de mi lo que Te guste»

María, Mujer y Madre, Madre del Buen Consejo, acompaña los hijos de la Iglesia de Cristo. María, la Inmaculada del Espíritu Santo al eterno servicio de Dios Padre Todopoderoso, dona a los hijos de la Iglesia de Cristo Su esencia de Madre. María, la Reina del Cielo y de la Tierra, infunde en el corazón de los hijos de la Iglesia de Cristo Su Realeza Santa.

María, la Madre de la Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén, se erige y se erigirá en defensa de Sus hijos, para combatir y conducir la Iglesia de Cristo a la victoria. El infierno no prevalecerán, está escrito. Así es y así será. La Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén vencerá los enemigos de Dios, vencerá sobre aquellos que oprimen los débiles, vencerá sobre todos los poderosos del mundo que, fuertes de su poder humano, instituyen y promulgan leyes inicuas, contrarias a la Ley Santa del Padre.

María, la Reina del Cielo y de la Tierra, une Su viva oración a la oración de los hijos de Cristo, que con abandono filial al Padre, invocan el Padre y se encomiendan a Su Voluntad, ofreciendo la propia vida, ofreciendo de esta manera la propia cotidianidad: “A Ti, Mío Señor, ofrezco Mi vida, mi cotidianidad. Hazme partícipe de Tu Amor para poder vencer en Tu Nombre”.

Nuevamente María se une a Sus hijos para proclamar a una sóla voz, en la unión del corazón, Su eterna oración al Padre: “¡Padre! Te amo, Te amo mucho, Me encomiendo a Ti; no Me dejes sola. Haz de Mi lo que Te guste. Hágase T U Voluntad”.

Éste se levanta del corazón de cada fiel de esta Iglesia, para manifestar al Padre Bueno y Justo la voluntad viva de los hijos en desempeñar y cumplir lo que Él quiere, para vencer, triunfar, para que cada promisa se cumpla. “Padre, indica y yo iré; Padre, Tus pasos, Mis pasos; donde Tu querrás, allí iré, para cumplir Tu voluntad”. Esto proclaman los hijos de la Iglesia de Cristo, los hijos del Padre Santo y Bueno, Misericordioso y Justo, a diferencia de otros que, convertidos en hijastros, obedecen al hombre inicuo, a un espíritu inmundo, al espíritu de separación, al espíritu que quiere dividir lo que unido debería permanecer por la eternidad.

Los hijos de la Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén quieren hacer de la propia vida una perenne y continua profesión de fe al Padre, que les colmará con Su gracia. Grande y abundante el pago del Padre, cada vez que se acoge Su Voluntad viva y dinámica. Una voluntad que no se mezcla; una voluntad que no es d i l u i d a por lo que el mundo c o t i d i a n a m e n t e suministra. Pero la Voluntad del Padre, unida a la cotidianidad santa de Sus hijos, hará que cada pensamiento del Padre pueda ser acogido, condividido, vivivo, aceptado, con siceridad de corazón, con espontaneidad.

Al hacerlo se manifiesta el espíritu de servicio que anima los fieles de esta Iglesia. Un Espíritu que estimula a practicar lo que el Padre quiere, a fin de que todo pueda ser puesto a disposición de los verdaderos hijos.

Las acciones del Padre, una tras la otra, se cumplen.

En los hijos de María está y siempre más deberá estar Su misma vitalidad, Su mismo dinamismo, Su misma gana de decir: “Sí, Padre: todo para Ti; sí Padre: acojo cada Tu solicitud; sí Padre…; sí…; sí”. Cada vez que se pronuncia un “sí” con el corazón uno se adentra siempre más en el Misterio de María, Ella que con Su eterno “sí” al Padre ha dado vida al Misterio de Salvación para la humanidad entera, el Misterio del Dios Niño, que en Cristo se ha manifestado, se manifiesta y se manifestará.

“¡Ay de vosotros buitres inútiles!”.
“¡Ay de vosotros saqueadores de las cosas de Dios!”.
“¡Ay de vosotros que queréis intimidar los hijos de María!”
“¡Ay de vosotros que os queréis apodear de lo que es de Dios!”.
“¡Ay de vosotros que os queréis apodear de lo que es Santo!”

María, Madre Iglesia, está. María, la Reina del Cielo y de la Tierra, está y siempre estará en defensa de Sus hijos. María, Ella que es Doncella de Su Señor, con Su mirada seguirá aquellos que contrastan los hijos de Dios. Y de aquellos se escuchará el llanto, porque no es esta Iglesia que se ha convertido en madrastra sino los hijos que se han convertidos en hijastros.

María, la Mensajera de Dios Padre Todopoderoso, imprime en Sus hijos el Sello del Dios vivente, para que en el corazón de los hijos de esta Iglesia sea vivo el coraje, la vitalidad y la Sabiduría del Padre.