Nueva Jerusalén: Casa de la Vida

En la Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén el Amor del Padre es vivo.

En la Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén Dios Padre Todopoderoso imprime una vez más en el corazón de Sus hijos Su sello de Padre, para infundir coraje, voluntad y seguridad, a fin de que cada hijo de Dios pueda vivir; a fin de que cada hijo de Dios pueda hacer vivir todos los hombres de buena voluntad en Cristo, con Cristo y por Cristo; a fin de que la Iglesia de Cristo, la Madre Iglesia, la Nueva Jerusalén, triunfe y pueda ser reconocida como la Casa de la Vida.

Nueva Jerusalén: Casa de la Vida. Una Casa abierta a todos aquellos que son animados por la buena voluntad; a todos aquellos que, con sinceridad de corazón, están en busca de la Verdad; a todos aquellos que huyen de las insidias del enemigo de Dios para refugiarse en el seno Inmaculado de María, Madre de Dios, Madre de todos los hijos de Dios.

El Padre custodia Su Iglesia. Y el Padre custodia y custodiará cada hijo que quiere vivir, abandonarse y ser en Cristo, el Hijo del Dios vivente, El que salva, Cristo, el Salvador del mundo. En la Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén se vive la verdadera fe en El que salva, en El que no abandona sino vence; en El que enfrenta para hacer ser; en El que dona la Vida.

La Iglesia de Cristo siempre es y siempre se erigirá en defensa de la Vida, para que todos confluyan en la Vida plena, que es Cristo es y siempre será. En éste más y más se manifestará la diferencia entre la Nueva Jerusalén, Iglesia de Cristo, Casa de la Vida; y Babilonia, la Iglesia de Roma, donde la verdadera Vida ya no es defendida sino es ultrajada y aniquilada, en la esencia y en la sustancia. La iglesia de Roma siempre más divulgará y proclamará (como ya está pasando) nuevas doctrinas contrarias a la vida.

En la sustancia de la acción todo se entiende y todo más y más se entenderá. Por un lado la Iglesia de Cristo que, animada por el Espíritu Santo, avanza y avanzará. Y su acción, constante y viva, dará fruto santo en abundancia. Por el otro lado la Iglesia de Roma, Babilonia la grande, que, animada por otro espíritu, que no proviene de Dios sino que es enemigo de Cristo, manifiesta y siempre más manifestará sus obras inicuas, su acción espiritualmente inconsistente: una acción mojada de pura aparencia, que no calenta y no regenera a vida nueva, sino que quema los corazones, aniquila las conciencias para que el alma perezca.

Más y más todos aquellos que quieren vivir la Iglesia de Cristo y que quieren respirar el aire puro de la Casa de la Vida deberán ser animados por la buena voluntad, para vencer el propio “yo”; y deberán ser animados por un deseo creciente, para vencer cada insidia, para vencer cada tentación, para vencer el mundo. Y ser, de esta manera, victoriosos en Cristo.

Más y más la voz de la Iglesia de Cristo se oirá. Porque siempre más será proclamada la Verdad, para que todos puedan arrepentirse. Todos aquellos que no han perdido la fe, todos aquellos que animados por la verdadera fe avanzan porque quieren avanzar, avanzando sin pararse frente a las insidias del enemigo. Los hijos de la Iglesia de Cristo avanzan y con acto de corazón proceden para vencer.

El poder humano poco a poco se desmoronará. Más y más el barco, que una vez era santo pero que ahora es conducido por la humanidad y por la iniquidad, perderá el tiempo y ralentizará su camino. Y, privada por el Padre de la presencia del Espíritu Santo, aquel barco, Babilonia, es destinado a hundirse. Pero Babilonia con las obras todavía intenta cubrir todo lo que es desvelado para demostrarse todavía madre: con la beneficiencia, con la cercanía y con las bellas palabras, palabras vacías de todo sentido espiritual. La incapacidad de Babilonia será siempre más visible; las discordancias al interior de Babilonia serán aún más epatantes. Y más y más las manos de Babilonia, sucias de la sangre de los hijos de Dios, serán siempre más visibles. Babilonia es ebria de la sangre de los santos y de la sangre de los mártires de Jesús (Ap 17, 6).

En todo esto la santidad de los verdaderos hijos de Cristo siempre más deberá manifestarse, para que la verdadera Vida sea defendida y la Iglesia de Cristo, Casa de la Vida, se pueda manifestar para que triunfe el Corazón Inmaculado de María. En la Iglesia de Cristo la Presencia del Padre es viva. Una presencia cotidiana, que acompaña los hijos de Cristo para v e n c e r; andar y vencer; defender y vencer; proclamar y vencer. Los hijos de Cristo deben abandonarse totalmente y cotidianamente a la voluntad del Padre, destacándose del mundo para vivir y hacer vivir ya ahora el Reino de Dios en el corazón; y de esta manera ser partícipes cotidianamente de la vida en Cristo.

Los hijos de María, Nueva Jerusalén, deben tener en el corazón la total confianza en la eficacia de la oración: una confianza total que lleva a vencer, no a sucumbir; una confianza que conduce a la certeza de la victoria. Por esto cada hijo de la Iglesia de Cristo proclamará cotidianamente a una sóla voz, en la unión de los corazones, la siguiente oración por la Vida:

“A Ti, Mío Señor, ofrezco mi vida, mi cotidianidad. Hazme partícipe de Tu Amor para poder vencer en Tu Nombre. En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (forma abreviada)