El Espíritu Divino hace renacer a vida nueva
con Su infinito Amor
El Espíritu de Cristo que vive en la Cuna de Amor del Padre sopla hoy en el corazón de los hijos de Dios para acrecentar en ellos la semilla de Su infinito Amor, que hará ser santos, fuertes y valientes, para vencer con la fuerza de la oración la iniquidad, el engaño y la apostasía que está viva en otra casa.
Los hijos de esta Tierra de Amor – Pequeño pueblo, Resto de Israel – podrán de esta manera mantener viva en el propio corazón y en el corazón de los hombres de buena voluntad la Flama ardiente de Cristo Señor.
Así como entonces, también hoy la verdadera fe es atacada e incomprendida, como incomprendido fue Aquel (Jn 1,11) que, bajado del Cielo, nació en el Seno de María Santísima.
«¡Hijos de Dios! Todos vosotros, que en esta Cuna de Amor habéis encontrado el verdadero Amor; todos vosotros que aquí habéis renacido a vida nueva: perseverad en la santidad, perseverad para recibir la abundancia del Padre, perseverad con amor y fidelidad, manteniendo fiel vuestro corazón a las palabras de amor que la Eterna Mozuela ha entregado a vuestro corazón».
«¡Hijos de Dios! Testimoniad, con vuestra vida, las enseñanzas de Cristo Señor, las enseñanzas de María, las enseñanzas de esta Iglesia, porque aquí, en esta Tierra de Amor, habéis recibido nuevamente la vida. Con vuestro testimonio vivo y coherente, muchos que están en búsqueda de la Verdad, llegando en esta Cuna de Amor, abriendo el corazón (Mt 7,8), para poder renacer en Cristo y saboreando de los frutos del Árbol de la Vida (Ap 22,14)».
El arma de los hijos de Dios: la oración. El arma de los hijos de Dios: la unión fraternal. El arma de los hijos de Dios: la fidelidad viva.
Es siguiendo el ejemplo de María que los hijos van y testimonian, sintiendo vivo el deber y el deseo de ir y testimoniar, con el silencio, con la oración, con el santo equilibrio y con un testimonio verdadero, hecho de corazón, de espíritu, hecho de una vida cotidiana orientada a seguir las enseñanzas cristianas, a fin de que el mundo pueda reconocer los hijos de esta Iglesia cuales testimonios ardientes de una cristiandad viva, porque el mundo pueda ver quiénes son los cristianos, los verdaderos cristianos, que conocen las enseñanzas del Maestro, la única Doctrina (cf. Acto de Magisterio, La Doctrina), a fin de que todos la puedan respetar, desempeñando la propia cotidianidad basada sobre la Roca que nunca caerá: Cristo.
En este santo día aún más el Espíritu Santo inundará este Valle elegido por el Padre con Su infinito Amor. Aún más el Espíritu Divino penetrará en los corazones de los hijos de Dios que quieren festejar la Navidad de Cristo, queriendo renacer nuevamente hoy en Cristo Señor (Jn 3,3), para hacer nacer en el corazón de cada hombre y cada mujer de buena voluntad y Sus mismos sentimientos (Flp 2,5).
Aún más el Espíritu Divino soplará para desvelar al mundo la naturaleza del espíritu que anima aquel que inicuamente se ha asentado en el vértice de una casa, que antes era pero que ahora ya no es, con la sola finalidad de llevar al fracaso la cristiandad.
La iniquidad nada podrá contra la viva acción del Espíritu Divino. Nadie podrá detener la viva acción del Espíritu de Cristo. El Espíritu Divino se erige y avanza. El Espíritu Divino se erige y con puntualidad llega. El Espíritu Divino, por voluntad de Aquel que es, hará doblar muchas rodillas (Flp 2,10): algunas caerán, otras sufrirán, para que sea dado verdadero testimonio de la presencia de Dios en la Tierra de Amor elegida por el Padre para la salvación de la humanidad.
Hoy, en este día de Fiesta para los hijos de Dios, verdadera Fiesta, la cercanía del Espíritu del Padre está viva, Su custodia sobre cada hijo de Dios y sobre cada hombre y mujer de buena voluntad está viva.
«Alegraos, y exultad, hijos de Dios. Y no temed. Pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor». (Lc 2,10-11).