El Misterio inaccesible e inescrutable
de la Inmaculada del Espíritu Santo

María es la Mujer. María es la Pureza hecha Persona. La Mujer elegida por el Padre (Lc 1,28). La Pureza de la gracia del Padre.

En esta Tierra de Amor, elegida por el Padre para llevar a la salvación a Sus hijos, María, la Inmaculada, manifiesta Su Viva y Santa Maternidad, que en la historia ha acompañado a Sus hijos fieles. En esta Tierra de Amor la enseñanza mariana está viva. La Eterna Mozuela, la niñez mariana, está viva y procede en la historia (Lc 1,48b). Acompaña a los cristianos (Lc 1,49), a los hijos, al pueblo en camino, a acoger Cristo, Pan vivo bajado del Cielo, que por voluntad del Padre en esta Tierra ha bajado para hacer converger todos a Su Corazón.

María es Aquella que ha concebido por voluntad del Padre el Fruto del Amor Santo (Lc 1,31), el Fruto del Amor del Padre (Lc 1,42), que en esta Tierra bendita, a través de la viva acción del Espíritu Santo, es donado a cada hombre y mujer de buena voluntad, a todos aquellos que están anhelantes por conocer el Verbo encarnado (Jn 1,14a): Aquel que, lactado por el Seno de la Virgen María, acoge todos para restablecer el orden y la santidad.

En el día de la Inmaculada, día en el cual la Pureza de la gracia del Padre se manifiesta, los frutos de Su vivo Amor borrarán las culpas (Sal 51,11; Mal 7,19b; Mc 2,10; 1Jn 3,5), purificarán los corazones (Sal 51,12); y la viva maternidad de María inundará de concienciación el corazón de cada hijo predispuesto para poder vivir, amar y comprender más y más el Misterio inaccesible e inescrutable de la Inmaculada del Espíritu Santo. Partiendo de Su Corazón, vivo, santo, que por gracia particular está lleno del Amor del Padre (Lc 1,30), se puede comprender el camino de la cristiandad, nacido de Su Corazón, que confluye en el Corazón del Padre. Éste es el sentido de la cristiandad vera, pura, santa, que requiere fidelidad, amor y voluntad.

Partiendo de Su Corazón Inmaculado, de Su Corazón puro, de Su Corazón Santo, se comprende la viva acción del Espíritu Santo, a fin de que a través de esta acción se pueda comprender el unigénito Hijo de Dios (Jn 1,14b; 3,16.18), llamado a reunir nuevamente en la cristiandad auténtica el pueblo: cada hijo y todas las criaturas que quieren llegar a ser hijos para poder comprender la viva paternidad del Padre. Una paternidad que, en esta Tierra de Amor, en el unigénito Hijo de Dios (1Jn 4,9), se manifiesta en la plenitud.

María es la Madre, la Sierva fiel (Lc 1,38a), la Esposa Santa, que cada mujer tiene que emular para poder vivir plenamente la maternidad de María: comprenderla hasta el fondo y practicarla para poder comprender Sus delicias, Su esencia; y ser parte, sustancialmente, de Su vivo Amor (1Jn 4,16; Ef 3,19).

En esta Tierra bendita Su miel, Su leche (Nm 14,8; Dt 11,8-9; 26,15; Jer 11,5) brotan de Su Corazón. Una leche que invade la Ciudad Santa (Ap 21,2), y que es donado en igual medida a todos aquellos que con corazón sincero se arriman, se acercan para saciarse y ser llenos de Su gracia. Un Corazón fuerte, un Corazón humilde, un Corazón dulce, un Corazón simple: ésta es la gracia de María.

La gracia que, con Su viva santidad emana, para que cada hijo, saboreándola, pueda reconocer a Su Fruto, vivo Fruto, Fruto Santo del Amor del Hijo que por voluntad del Padre es donado a la humanidad para reconciliar la humanidad con el Corazón del Padre.

He aquí la Madre Iglesia, la Nueva Jerusalén (Ap 21,2-4):

En otra casa, que ha dado la espalda a María, la Inmaculada del Espíritu Santo, ya no habrá alegría sino llanto y lamentos (Jer 51,8-9). «Huye, Roma, tú que has malvendido y nunca más querido Su maternidad, Su viva protección. Has rechazado Su invitación a refugiarte bajo Su Manto, bajo Su viva protección (Ap 18,2), para huir y buscar refugio en una protección humana (Ap 18,3). María, la Sierva fiel, la Eterna Mozuela, la Inmaculada del Espíritu Santo te mira y te vence; te mira y te aplasta (Gen 3,15; cf. Ap 12,17); te mira y proclama la victoria de los hijos de Dios».

Bajo el Manto de María, la Inmaculada, acuden todas las gentes (Ga 4,11-12). En Su Corazón toda oración hecha con vivo amor encuentra fundamento. Y en la viva mirada de María resuena nuevamente el vivo “sí” del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.