Fiesta de la Santa Navidad

25 de diceimbre 2017

Evangelio: Juan Cap. 1 vv.1-18
Homilía del Pontífice Samuele

«Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros», dice el Evangelista Juan (Jn 1,14). Cristo, la Palabra de Dios, que por medio del Espíritu Santo ha sido generado por María (Mt 1,20), la Inmaculada Concepción, la Inmaculada del Espíritu Santo, la Inmaculada Fiel a Su Señor, se hizo carne y vino a morar en esta Tierra para salvar a la humanidad (Lc 2,34); y reconducir la humanidad, permanecida fiel, al esplendor inicial, donde ni luto ni llanto ni fatigas (Ap 21,4) afligirán el corazón de los hijos de Dios.

El Padre ha donado a esta humanidad Parte de Sí, para hacerLa crecer en el medio de nosotros a fin de que pudiésemos ser renovados en el íntimo (1P 1,23), a fin de que en la noche oscura (Jn 1,5) en la cual el mundo vive (Jn 3, 19), para dar luz, ser luz y transmitir la luz (Jn 1, 9) de Aquel que ha nacido, el Salvador (Lc 2,11); para vencer el mundo y volver a donar a esta humanidad la belleza inicial, una fraternidad viva, una armonía santa.

En la Fiesta de la Navidad éste es lo que cada hombre y mujer está llamado a comprender, a conocer, a experimentar: la alegría, la belleza y la gana de alegrarse juntos por este nacimiento (Lc 2,10), comprender Su significado para ser renovados en el profundo (Ef 4,21-24). Poder vivir este nacimiento, este renacimiento (Jn 3,6); y comprender el pensamiento del Padre, Su viva voluntad, que va más allá de toda palabra, de todo gesto porque, con la Navidad de Cristo, el Padre devuelve todo y todos a la esencialidad de la relación directa entre hijos y Padre; hijos y Madre: María, la Madre, Aquella que todo ha generado por obra del Espíritu Santo (Lc 1,35), inclinándose para ser esclava (Lc 1,48a) y ser levantada ante Él (Lc 1,49); y volver a donar a todos, en la Navidad de Cristo, la nueva vida, esencialmente y sustancialmente Vida.

He aquí el valor cristiano. He aquí los valores cristianos que deben ser transmitidos, a fin de que nadie pueda disipar este valor; para que nunca nadie pueda poner aparte estos valores, que están en la base de la vida de cada hombre y de cada mujer: los valores que están en el Corazón del Padre y que a través del Hijo, nacido, bajado del Cielo, son transmitidos y hechos conocer para ser encarnados. Y ser de esta manera verdaderos hijos de Dios (1Jn 3,1).

En el mensaje universal de Cristo la vida está puesta en el centro. He aquí que todos, para poder vivir la Vida, la deben perder, para volver a encontrarLa renovada y nueva en Aquel que es Vida (Mt 16,25). Para poder crecer en la vida es necesario disminuir en sí mismos (Jn 3,39); abandonar el propio “yo” y revestirse de la Luz de Cristo (Is 60,1), para poner en el primer lugar el único bien primario: Dios.

Para poder avanzar en todo esto hace falta postrarse con el propio “yo” a fin de que pronunciando el abandono a la voluntad del Padre (Mt 6,10) se pueda obtener la abundancia paterna, para rencontrarse nunca más perderse.

Esta es la Navidad: perderse para confluir en Aquel que lleva a la Vida, Aquel que es Vida (Col 3,3): aquella que muchos no logran comprender; aquella que muchos pierden día tras día perdiéndose en las calles de este mundo; aquella que muchos intentan malvender por un bien efímero y por una aparente armonía; aquella que muchos por manos de otros pierden en la totalidad, ya no saboreando el gusto de la vida de confluir para volver a encontrarse. Sino es un total dispersarse y nunca más rencontrarse.

En el centro de la vida de cada cristiano está Aquel que es Vida (1Jn 5,12), Cristo, el Salvador, Camino, Verdad y Vida (Jn 14,6).

«Depositad en Cristo vuestra confianza. Renaced en Cristo para renacer de lo Alto (Jn 3,3) y comprender la esencia del Proyecto del Padre: Proyecto de Salvación para la humanidad».

Este es el bien que esta Iglesia, querida por el Padre, desea a cada uno, a cada hijo de buena voluntad, a todos aquellos que están en búsqueda de la Verdad (cf. Jn 8,32).

«Venid en la Gruta de la Nueva Jerusalén. Venid en la Tierra de Amor, elegida por el Padre para renovar el mundo en el único mensaje universal, que vuelve a colocar en el centro el Hijo, Hijo del Altísimo: la Tierra de Amor donada a esta humanidad, a fin de que pudiese reconocerse en Su universalidad paterna».

“La” Palabra (Jn 1,1): Dios, Padre; Dios, Hijo, Dios, Espíritu Santo. Éste es el credo de cada hijo de Dios. Esta es la fidelidad que cada hijo quiere donar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; a Aquella, la Madre universal, que ha generado todo esto (Mt 1,25).

A cada cristiano digo: «Sabed anunciar la Navidad de Cristo (cf. Lc 2,10-11)».

A cada cristiano digo: «Sabed anunciar la Navidad de María, que ha dado vida al Hijo». El día en el cual María trajo al mundo el Hijo de Dios, también para Ella ha sido “la” Navidad, porque en el Padre María ha renacido en el Hijo. Esta es la conjunción de la Navidad de Cristo y de la Navidad de María, para hacer vivir a todos la Navidad de la humanidad.

A cada cristiano digo: «No perdeos. Rencontraos cada vez más en Cristo, a fin de que Su nacimiento y nuestro renacimiento pueda cada vez más dar fruto, para ser esencia y sustancia de la Verdad que camina en este mundo (cf. Jn 5,24-25). No abajéis la cabeza, como “humillados”. Sed orgullosos y humildes; santos y verdaderos. Y transmitid vuestra filiación (Jn 1,12), vuestra esencia. Llevad “el peso” (cf. Nm 11,14; Dt 1,12) de ser cristianos con alegría, con voluntad. Llevad “el peso” (2Co 4,17) de la cristiandad para ser ligeros en el espíritu, porque vuestro espíritu está vivo, así como está viva la acción de esta Casa, de esta Iglesia, que en la Navidad de Cristo manifiesta Su esencia».

A Su humilde Esclava (cf. Lc 1,38), que Lo ha acogido en esta Cuna de Amor, Jesús ha dicho: «Última Gruta del Niño Jesús». La Gruta de la Vida, de la Vida eterna: ya no el punto de partida sino el punto de destino para contemplar al Hijo de Dios.

«Venid en esta segunda y última Gruta, porque no habrá otra nunca más».

«Venid, vosotros pequeños (Lc 10,21), que habéis hallado gracia (Lc 1,30) ante Su Corazón. Pequeños para el mundopero grandes para Dios (Mt 11,25)».

«Venid todos vosotros, que estéis en búsqueda de la Verdad (cf. Lc11, 9-10): el Niño divino (Lc 1,12) os espera. Ha nacido un hijo: vuestro Salvador (Lc 2,11). Aquí os espera para donaros Su Amor. Ha nacido un Hijo, el Hijo del Fruto del Amor Santo. Acudid, con corazón sincero. Dejad todo peso, dejad toda incertidumbre. Acudid para abrazar la Roca (Sal 95,1; 1Co 10,4). Acudid (Sal 46,9; 66,5; 95,6). Dejad aquellos que han muerto (Lc 9,60) y abrazad la Vida. Acudid todos vosotros, porque el tiempo del Padre caduca».

En este día renuevo a todos mi viva felicitación para que cada cristiano y cada hombre y mujer de buena voluntad pueda redescubrir, hoy, la Navidad del Hijo de Dios, morar en Su Corazón para hacerLo entrar en nuestro corazón y ser todos renovados en el profundo. Y así sea.