La dignidad de los hijos de Dios

Nadie podrá pisotear la dignidad de los hijos que el Padre les ha nuevamente donado en la Tierra de Amor, en la Isla Blanca donde el Espíritu de Dios preservará la pureza de la verdadera fe cristiana. En la Tierra de Amor, querida por el Padre, la fe en Jesús está viva y no será malvendida. En la Tierra de Amor ninguna jerarquía (1Tm 2,2-4) impedirá a los hijos de Dios profesar libremente y con dignidad la propia fe en Jesús y María, proclamar con orgullo la propia fe en Cristo Señor, la propia pertenencia a la Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén con la cual el Padre ha renovado Su Alianza.

En la Tierra de Amor todos podrán volver a descubrir la dignidad de ser hijos del Altísimo. En esta Tierra donada por el Padre a Sus hijos fieles, nadie jamás podrá quitarles la dignidad (Tit 2,7) que el Padre ha querido volver a donar a Sus hijos. En Cristo Jesús el Padre la ha concedida y donada, la dignidad. Y los hijos de Dios, conscientes del don recibido, la tendrán bien apretada, la dignidad. Los hijos de Dios vivirán para hacerla vivir, la dignidad; para hacerla resplandecer, la dignidad, a fin de que todos puedan ser revestidos de la Luz del Hijo de Dios que ha donado la propia vida para que todos la tengan y la tengan en abundancia (Jn 10,10).

En la Iglesia Cristiana Universal la dignidad de ser cristianos vuelve a ser centro del Proyecto de Salvación del Padre. La dignidad de cada hijo de Dios más y más será baluarte para el Misterio de Salvación de Dios. La dignidad es y será fuerza para todos aquellos que no tienen la fuerza para rebelarse a las cadenas del mundo, para que los cristianos puedan ser para todos los hombres de buena voluntad y para todos aquellos que no creen, la flama viva que testimonia Cristo, Luz de este mundo (Jn 1,9), a fin de que cada creyente y cada no creyente pueda revestirse de la Luz de Cristo, para volver a vivir la verdadera vida, una vida llena de la autenticidad cristiana, una vida santa, una vida que vuelve a poner en el centro a Aquel que ha dado la Vida, Cristo, el Dios católico, el Dios universal.

En la Tierra de Amor muchos volverán a encontrar la Casa, la verdadera Casa, que acogerá a todos aquellos que serán liberados de la esclavitud del enemigo de Dios; todos aquellos que huyéndose de una realidad, Babilonia, que antes era y que ahora no es más, se refugian en la Nueva Jerusalén (Jer 51,45; Ap 18,4); todos aquellos que se ha escapado de las insidias del enemigo.

Esta es la dignidad que nadie nunca más deberá canjear. Quien canjea la dignidad vuelve a ser esclavo de la humanidad, esclavo de quien se mofa y se ha mofado de Cristo, esclavo de un sistema que quiere descartar a la Piedra angular (1P 2,4-8), que quiere descartar la Roca (1Cor 10,4), de la cual brotan leche y miel (Dt 26,9), que quiere descartar la acción del Espíritu Santo que nunca se ha interrumpido y que nunca podrá ser interrumpida.