La vitalidad de los hijos de la Madre Iglesia

La Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén está viva. Los hijos de esta Santa Madre Iglesia manifiestan la propia vitalidad, para hacer oír al mundo de buena voluntad el propio testimonio, la propia presencia, la propia perseverancia, para agradecer al Padre que ha elegido esta Tierra bendita, la Isla Blanca, para preservar la pureza de la fe, de toda mancha, de todo egoísmo, de toda impudicia, de todo sentimiento contrario a las enseñanzas de Jesucristo.

El Espíritu del Hijo de Dios sigue manifestando Su viva acción en el corazón de Sus hijos y en todos aquellos que están animados por el santo temor de Dios, que reverencian y se postran ante el Padre y el Hijo, para vivir la fraternidad y comprender aún más la filiación (Jn 1,12; 1Jn 3,1).

Aquellos que, en cambio, obstinadamente combaten y se mofan de la viva acción del Espíritu Santo, que Lo blasfeman negando y renegando de la Obra de Dios y de Su viva presencia en la Casa del Padre, serán condenados por la eternidad (Mc 3,29). No habrá el perdón de Dios. Serán desenmascarados en su iniquidad y le será quitado también lo que ya tienen (Mc 4,25). Permanecerán desnudos (Is 47,3), espíritu y materialmente, y su iniquidad será manifiesta (2Ts 2,7-12). Los infiernos han prevalecido en su corazón y la flama que sale del abismo les tragará, les devorará y les consumará.

María, la toda bella, la toda santa, protegerá con Su Manto a todos Sus hijos, a todos aquellos que se encomiendan a Su Corazón Inmaculado, todos aquellos que sirven Aquella que es Reina del Cielo y de la Tierra, Aquella que es Madre universal. El Corazón Inmaculado de María y San Miguel Arcángel se erigen a protección de los hijos de Dios y cada vez más harán manifiesto el engaño del maligno. Nada puede la iniquidad contra la autenticidad. No serán los hijos de Dios a tener que correr para esconderse. Serán aquellos que, comprendidos en su iniquidad, tendrán que escaparse para esconderse, porque grande será el flagelo del Padre (Num 14,37; cf. Ex 12,13), que rescatará muchos corazones abusados y victimas de todo atropello, de toda mentira, de toda calumnia, de toda iniquidad.

Alto será el Estandarte de los hijos de Dios (Is 11,10.12; 62,10-12; Ex 17,15), que resplandecerá por su pureza, por su fidelidad y por su santidad. Volverá a donar el oxigeno santo a quien anhela por poderlo recibir. A quien está cerrado volverá a donar el respiro para vivir y no para sobrevivir. Muchos esperan que nada de esto pueda manifestarse. Otros están ciertos que todo se realizará. Y gracias a estos pocos viva está y viva estará la acción del Espíritu Divino, que hará resplandecer los hijos de María, Aquella que ha vencido y sigue venciendo, a fin de que el Espíritu de Su Jesús todo cumpla y todo someta a la voluntad del Padre (Mc 12,36; Lc 20,43; Hch 2,34-35; Flp 3,21).

Los hijos de la Madre Iglesia avanzan y con la ayuda del Espíritu Santo combaten para llevar al cabo lo que está en el Corazón del Padre, para defender la acción de aquellos que han donado la vida para llevar a todos el Nombre de Jesús (Mc 16,15-16); para defender todo lo que María ha realizado, cumplido y donado a esta humanidad; para defender todos aquellos que hoy todavía quieren donar la propia vida por Aquel que dona la verdadera Vida (Jn 10,7-18); y no por otras filosofías religiosas o por un nuevo humanismo denso de un vacío buenismo que aleja de las verdaderas enseñanzas del Hijo de Dios.

Los hijos de Dios perseveran a fin de que pronto muchos puedan reconocer lo que es santo de lo que es malvado: levantar los ojos al Cielo y mirar la acción del Espíritu Santo que donará Sus Signos (Jn 3,2; 4,48), Signos de gracia y de justicia (Dt 6,22), para manifestar al mundo de buena voluntad Su viva presencia en esta Casa, en Su Morada (Ap 21,3), en este Arca de la Nueva Alianza, renovada en el Amor de un Padre vivo, vivo, vivo, que siempre manifestará Su viva presencia y que nada hará faltar a Sus hijos fieles (Sal 23,1; Lc 12,31-32).