Cristo ha resucitado, ¡aleluya!
Y aquí ha bajado y está vivo, aleluya, aleluya

Santa Pascua
21 de abril de 2019

Evangelio: Lucas Cap 24 vv.1-12
Homilía del Pontífice Samuele

¡He aquí nuestra fiesta! He aquí la Pascua de Resurrección de los hijos de Dios que hoy celebran Aquel que ha Resucitado. «No buscáis entre los muertos Al que está vivo» (Lc 24,5) está escrito. Esta es nuestra Pascua, la Pascua de todos los cristianos, la Pascua de todos los hombres y las mujeres de buena voluntad que en Cristo viven, con Cristo esperan y por Cristo continúan este camino para llegar hasta el fondo y vencer.

¡Cristo ha vencido la muerte: resucitando ha vencido (2Tm 1,9-10)! Y así Sus hijos. Este es un día de Vida: la Vida que vence la muerte, la Vida que vence toda muerte y todos aquellos que a la muerte se han consagrado (Jn 5,24-29; 11,25).

Los hijos de esta Casa son hijos de la Vida, de Aquel que es Vida, Cristo Vida (Jn 1,4; 1Jn 5,11), para poder merecer recibir como premio la Vida Eterna (Jn 3,15-16.36a; 6,47), siguiendo Su mandamiento, siguiendo Su enseñanza; y poniendo en práctica el Amor, Cristo Amor, el Amor hecho Persona (Jn 15,9-12; Ef 3,18-19).

«Tened presente aquella Cruz que ilumina el mundo», dijo María Santísima a la Mozuela de Dios, a Aquella que el Padre ha elegido y escogido entre todas las mujeres de este tiempo, María Giuseppina Norcia, Aquella que ha sido elegida por el Padre para anunciar al mundo la Nueva Jerusalén: no más Cruz de muerte, no más llanto, sino Cruz de Resurrección, alegría.

He aquí la Cruz que ilumina el mundo, que se recorta en este Santuario, símbolo de la victoria de Cristo y de los hijos de Cristo: Cruz de oro, Cruz de Luz, Luz Eterna, Cristo Luz. Éste hoy se irradia de esta Casa: la Luz de Cristo (Jn 1,9) que ha vencido las tinieblas y que ha vencido el mundo (Jn 8,12; 12,46). Y que vencerá todos aquellos que a las tinieblas se han consagrado (Ap 19,21), en el “más formidable ataque que Satán ha arremetido contra la cristiandad” (Ap 12,17), está escrito en aquella “libreta dulce y amarga” que tenéis entre las manos, aquella libreta blanca, coronado de oro, en la cual está escrita la historia de la Nueva Jerusalén. “Dulce”, porque nos preanuncia lo que ya es y en la totalidad será (Ap 21,1-4); y “amarga”, por todo lo que los hijos de Dios han vivido y jamás habrían querido vivir (Ap 17).

Juan el Apóstol se sorprendió, se asombró (Ap 17,6-7) cuando le mostraron la mujer sentada sobre aquella bestia escarlata. Jamás habría imaginado todo esto, aquel que era entre los fundadores de la Iglesia de Jesús: ver aquella que había sido llamada a ser madre convertirse en madrastra, verdugo de sus hijos, «ebria de la sangre de los mártires y de la sangre de los santos de Jesús», está escrito (Ap 17,6a).

He aquí que la amargura deja espacio a la alegría de vivir el Resucitado: «No buscáis entre los muertos Al que está vivo» (Lc 24,5). Aquí Jesús está vivo. Jesús ha bajado del Cielo para venir aquí, en la Tierra de Amor, y vivir con sus hijos. Está vivo. Venid, para encontrar a Dios, el Emmanuel, que camina con Sus hijos (Ap 21,3b). El Espíritu de Cristo ha bajado en la Tierra de Amor, así como Jesús había preanunciado: «Os mandaré el Consolador» (Jn 14,16-17.26; 16,7). «Os consolaré». «No más serás desolada sino que serás consolada, Madre Tierra» (Ez 36,35).

He aquí la Nueva Jerusalén, anunciada (Is 10,20-21; 11,10-12; Jer 23,3; Mic 2,12; 4,7; Ap 21,2), que ahora se vive. He aquí la Pascua de los hijos de Dios. He aquí la Resurrección que se vive en la Casa de los hijos de Dios: no más muerte, no más luto, no más afán (Ap 21,4), para todos aquellos que ya ahora, en el corazón, quieren vivir el Reino, la Nueva Jerusalén, que ya es aquí.

«En el momento en el cual tú has encontrado a Jesús, has puesto tu pie en la tierra que el Padre ha elegido, donde el Padre ha puesto Su Morada (Ap 21,3), ningún luto humano, ningún sufrimiento humano te apartará de vivir la eterna alegría que ya es». He aquí el sentido de aquellas palabras, en la espera que todo se cumpla por la eternidad, en la eternidad, con la eternidad. He aquí que cada palabra se cumple, porque cada palabra se vive. He aquí la alegría de todos aquellos que ya viven esta Tierra, esta Madre Tierra, esta Iglesia, Madre Iglesia, querida por el Padre para hacer vivir a los hijos la Comunión del corazón, para que todo pueda volver a vivirse en lo que es Espíritu (Jn 6,63).

Todo se reconducirá a lo que es Espíritu, para poder vivir en Espíritu y Verdad la Comunión del corazón con los hijos y el Padre. Dijo Jesús a aquella Mujer: «Créeme: llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad» (Jn 4,23-24), porque Dios es Espíritu, Dios es Verdad, Dios es Vida. Y Jesús respondió: «Ni en este monte, ni en Jerusalén» (Jn 4,21).

Todo se cumple en la Nueva Jerusalén. Todo se cumple en este Santo Monte, para poder llegar y venir para adorar a Dios en Espíritu y Verdad (Jn 15,26). El Espíritu del Cristo Resucitado ha bajado en esta Tierra de Amor y ahora guía a Sus hijos a la victoria. He aquí porque todos aquellos que quieren vivir la Resurrección de Cristo vengan aquí, para poder ya desde ahora tocar de primera mano Aquel que es Vida, Aquel que ha Resucitado de los muertos para donar la vida (Jn 20,31).

He aquí la Tierra Prometida por el Padre para todos Sus hijos. He aquí la alegría de vivir la Nueva Jerusalén en la concienciación de la Pascua eterna que el Padre nos ha donado y nos espera en el momento en el cual todo se cumplirá.

Bienaventurados todos aquellos que ya ahora viven la Pascua del Hijo de Dios: la viven y la vivirán. ¡Alegraos! No haya en vuestro corazón ningún afán, ningún luto, ninguna lamentación humana que pueda apartar vuestro corazón de esta única y eterna alegría, que el Padre nos ha donado.

¡«¡Cristo ha Resucitado, Aleluya! ¡Cristo está vivo, Aleluya! ¡Cristo aquí ha bajado, ha verdaderamente bajado del Cielo, Aleluya, Aleluya!»! Este es el canto de los hijos de la Jerusalén, que se une al canto de quien entonces cantó y canta la Resurrección de Jesús. He aquí que un único hilo ata esta Pascua a la primera Pascua.

Esta Pascua marcará el tiempo, marcará la historia. Para los verdaderos hijos de Dios será Pascua, Pascua, Pascua, verdadera alegría. Para otros que han desafiado a Dios, que han declarado la guerra contra Dios y contra Su Espíritu iniciará otra cosa (Ap 19,19-21). Nadie puede desafiar a Dios. Nadie puede desmoronar lo que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo han hecho en la historia permaneciendo impunes. Nadie puede malvender a Cristo y Su Sacrificio salvador, porque este significa desmoronar lo que está en el Corazón del Padre, Su Proyecto de Salvación.

Y aquella casa que ha traicionado Cristo en el profundo, para poder mezclar Cristo con lo que no es en comunión con el Corazón del Padre, por cierto, no puede excomulgar a los hijos de Dios que quieren vivir la comunión con el Corazón del Padre; no puede engañar las conciencias de todos aquellos que quieren venir para tocar de primera mano el descenso del Hijo de Dios en la historia. «Venid. No tenéis miedo. No hacéis parar por las acciones de quien no vive la comunión con el Corazón del Padre».

He aquí la Pascua de los hijos de Dios. Acudid: ¡del norte al sur, del este al oeste! Venid, subid sobre este Monte Santo (Is 27,13; 56,7; 66,20; Ap 7,4-9). La Nueva Jerusalén os espera para acogeros y amaros, para restablecerlos: quien tiene sed y hambre de justicia será saciado (Mt 5,6), la misericordiosa justicia del Padre saciará todos aquellos que tienen sed y hambre.

«Llora, Roma, porque tu hora está cerca. No es este el día de tu navidad, sino que desde este día empezará el rescate de los hijos de Dios, porque el Padre está cerca, el Padre está aquí, ha puesto Su tienda (Ap 7,15) y ayudará a Sus hijos a permanecer fieles al Unigénito Hijo, el Único Salvador (Hch 4,12), Cristo, Rey de los reyes y Señor de los señores (1Tm 6,14-15; Ap 17,14; 19,16), el Resucitado (Mt 28,6; Mc 16,6), el Viviente, Vi-vien-te, Vi-vien-te, Aquel que vive y vivirá por la eternidad (Ap 1,17-18).» Y así Sus hijos, que con Él quieren vivir: los Vivientes, todos aquellos que quieren vivir en Cristo, con Cristo y por Cristo, para hacer triunfar al Corazón Inmaculado de María, cuyo Espíritu está vivo, está aquí, habita aquí, en esta Tierra, Nueva Jerusalén. María, Nueva Jerusalén; María, Madre Iglesia; María, Eterna Mozuela; María, Aquella que ha vencido la serpiente aplastándole la cabeza (Gen 3,15).

Y todos nosotros, hijos de Su Corazón, hijos de María, combatiremos la buena batalla. No es posible eximirse de combatir cuando otros declaran la guerra contra el Padre y contra lo que pertenece al Padre. Muchos quisieran permanecer neutrales: no se puede. Muchos quisieran permanecer tibios: no se puede (Ap 3,15-16). Quien ama a Dios se alinea, combate y vence, uniéndose al Espíritu de Cristo que nunca hará sucumbir a Sus hijos.

¡Ay de quien osa desafiar a Dios! Tenemos que seguir el ejemplo del Arcángel que por primero se ha erigido, desafiando a aquel que ha traicionado, gritando “¿Mi-ka-El?”.
He aquí el grito de los hijos de Dios que hoy festejan y festejarán, a fin de que esta Pascua pueda ser una Pascua que empieza para no más acabar, para poder vencer en Cristo, con Cristo y por Cristo. Y así sea.