Donde está la real Presencia del Espíritu Santo
está la Iglesia de Cristo
Fiesta de la Divina Misericordia
28 de abril de 2019
Evangelio: Juan Cap 20 vv.19-31
Homilía del Pontífice Samuele
«¡La paz con vosotros!». Tres veces Jesús saluda a Sus amigos de esta manera: «¡La paz con vosotros!». Así en aquella primera aparición (Jn 20,19-21) y así el domingo siguiente por tercera vez repite: “La paz con vosotros” (Jn 20,26). He aquí el saludo del Maestro a Sus amigos fieles. Y éste es el saludo que nos acompaña en este día para poder vivir, seguir viviendo, Aquel que ha resucitado; y poder, así, seguir festejando.
Y hoy nuestra Iglesia está de fiesta, vive la fiesta, esta fiesta de la Divina Misericordia en este Santuario dedicado a la Divina Misericordia, en esta Tierra de Amor centro de la infinita Misericordia de Dios Padre, así como está escrito sobre aquella piedra puesta al lado de la Pequeña Cuna del Niño Jesús. Aquel Niño Jesús que ha bajado del Cielo en esta Tierra de Amor, cuyo Espíritu está vivo y procede por la historia. Y en virtud de la Viva presencia del Espíritu del Cristo Resucitado esta Iglesia es, los Ministros de esta Iglesia son.
«Recibid el Espíritu Santo», dijo Jesús soplando sobre Sus amigos, está escrito (Jn 20,22).
He aquí que, donde está la real presencia del Espíritu Santo, del Espíritu de Cristo, está la Iglesia de Cristo. No puede haberse Iglesia de Cristo donde no está el Espíritu de Cristo (Hch 9,31; 20,28). Y el Espíritu de Cristo procede del Padre y del Hijo. Y, entonces, donde el Padre y el Hijo envían a Su Espíritu, allí está la Iglesia que está en Comunión con el Corazón del Padre, con el Corazón del Hijo animada por el Espíritu Santo.
Esta es la comprensión viva y santa de lo que es “Iglesia de Cristo”, aquella Iglesia sobre la cual los infiernos nunca prevalecerán (Mt 16,18). Sobre la Iglesia de Cristo nunca los infiernos podrán prevalecer: aquella Iglesia animada por el Espíritu Santo, guiada por el Espíritu Santo. Pero donde hay iglesia no animada por el Espíritu Santo, aquella casa ya no es en comunión con el Corazón del Padre (Rm 8,9b). Y no siendo más guiada y animada por el Espíritu Santo puede caer, en cuanto gestionada y guiada sólo y únicamente por un espíritu humano o, sea como sea, no divino: aquel espíritu que no procede ni del Padre y ni del Hijo (1Jn 4,3).
Esta es la comprensión que debemos tener clara todos nosotros, para poder comprender a aquel Espíritu que procede por la historia, el Espíritu del Cristo Resucitado, que anima la Iglesia de Cristo, que da vida a la Iglesia de Cristo (Jn 6,63).
He aquí la sapiencia y la sabiduría a la cual están llamados todos los hijos de Dios: reconocer la real presencia del Espíritu Santo, del Espíritu de Cristo: seguirLo, amarLo, para servirLo con amor, con deseo vivo, sabiendo que todo lo que se hace en aquella Iglesia está en comunión con el Corazón del Padre, sabiendo que todo Sacramento que se imparte en aquella Iglesia es un Sacramento que ata la Tierra al Cielo, el Cielo a la Tierra. «Todo lo que atéis en la Tierra quedará atado en el Cielo, y todo lo que desatéis en la Tierra quedará desatado en el Cielo» (Mt 18,18).
He aquí la tarea de quien está llamado a ser Ministro de Dios, de la Iglesia de Cristo, para poder ser al servicio de Dios, en Comunión con el Pontífice, que tiene la tarea de ser “puente” entre Cielo y Tierra; y poder de esta manera llegar a vivir la comunión con cada hijo de Dios, con cada hombre y mujer que, animado por la buena voluntad, está en búsqueda de la Verdad: La quiere vivir, amar y llevar a todos.
He aquí el proselitismo que cada Ministro está llamado a llevar, a desempeñar, así como cada fiel está llamado a hacer, para poder llevar a todos nuevamente la buena y feliz nueva, renovada en el Espíritu del Cristo Resucitado (Mt 28,19).
He aquí esta Iglesia, querida por el Padre, nacida para llevar en el mundo entero nuevamente el Evangelio de Jesús, haciéndoLo comprender en la totalidad.
He aquí la presencia del Paráclito, del Espíritu Consolador que Jesús ha prometido que habría enviado (Jn 15,26; 16,7). «Mucho tengo todavía que deciros», dijo Jesús entonces, «pero ahora no podéis con ello» (Jn 16,12). Estas palabras nos hacen comprender que no ha todo acabado, como se afirma en otra casa, en otra iglesia, que todo se ha cumplido. Si así hubiera sido Jesús no habría dicho estas palabras: «pero cuando enviaré el Consolador, el Espíritu, todo se comprenderá porque todo se vivirá» (Jn 14,16.26).
He aquí que el Padre ha enviado aquí, en esta Tierra de Amor, a Su Espíritu, el Espíritu del Cristo Resucitado. He aquí porque sobre aquella piedra – que el Padre ha bendecido palabra por palabra, escrita y puesta al lado de la “Pequeña Cuna”, a través de Aquella que ha recibido esta tarea de hacerla brillar y conocer a todos, María Giuseppina Norcia, la Mozuela de Dios – he aquí porque sobre aquella piedra está escrito “Era del Espíritu Santo”. Esta es la “Era del Espíritu Santo”. El Espíritu Santo nunca se ha parado de proceder en la historia. Y tenemos confirmación de estas palabras: «Sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”» (Jn 20,22). Y luego, otra vez, el Espíritu Santo ha bajado sobre aquellos primeros Amigos (Hch 2,1-4). Y luego, ¿qué ha pasado? ¿Todo se ha parado? ¿El Espíritu Santo no se ha movido más? ¿Se ha parado? ¿O bien el Espíritu Santo ha seguido soplando por la historia, para entrar en el corazón de todos aquellos que animados por este espíritu de servicio hacia Dios han querido llevar Dios a las gentes? No se puede detener la acción del Espíritu Santo. Necios son aquellos que piensan esto. Los hijos de Dios no pueden creer esto, sino que saben que el Espíritu Santo procede por la historia para poder, ahora como entonces, llevar todo a cumplimiento, porque todo en esta Tierra de Amor se lleva a cumplimiento.
He aquí el Consolador preanunciado, el Espíritu del Cristo Resucitado (Jn 16,13-14). Y he aquí la Morada del Padre entre los hombres, la Tierra prometida donde el Padre habría puesto Su Tienda (Ap 7,15). He aquí la Nueva Jerusalén escrita, anunciada, profetizada, así como en el Libro de los libros está escrito (Is 65,17-25; Ez 37,25-28) y se habla de la Nueva Jerusalén (Ap 21,1-3).
He aquí esta Iglesia, Una, Santa y Universal. Una Iglesia que quiere hacer vivir a todos “la” comunión con el Corazón del Padre, a fin de que todos aquellos que viven esta Iglesia, que se consagran a esta Madre Iglesia, que se consagran al Corazón Inmaculado de María, Madre Iglesia, podrán vivir el Misterio del Dios Uno y Trino; y, de esta manera, Su manifestación de Padre, de Hijo y de Espíritu Santo; y, de esta manera, poder vivir María, en Su ser, tres veces, Hija, Esposa y Madre; y, así, Esposa, Madre y Reina del Cielo y de la Tierra.
He aquí que todo se cumple y todo se manifiesta en esta Tierra de Amor, a fin de que todo se comprenda y todo se viva en esta Tierra donde está viva la Divina Misericordia. Esta es la Tierra donde todos aquellos que, aquí, con sinceridad de corazón, llegarán; y con sinceridad de corazón pedirán a Dios “perdón” para poder vivir la comunión con Su Corazón de Padre, recibirán aquel perdón (Lc 24,47; Hch 5,31), directamente por el Padre delante de este Tabernáculo Viviente; y a través de aquellos Ministros consagrados al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, que siempre serán a disposición de los hermanos para poderles impartir los Sacramentos, aquel del Bautismo y aquel del Matrimonio, los dos sacramentos que son eje de la vida de los hijos de Dios; y, de esta manera, poder incluso ponerse a disposición para poder confesar, a fin de que se pueda más fácilmente alcanzar la comunión perfecta con el Corazón del Padre. He aquí la tarea de quien está llamado a ser Ministro de Dios de la Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén.
Y hoy, en este día, es fiesta dentro de la fiesta en nuestra Iglesia porque un hermano se apresta a llegar a ser Ministro. Un hermano dentro de poco será consagrado Ministro de esta Iglesia. Y esta Iglesia avanza para poder dar alegría a todos aquellos querrán vivirLa: del norte al sur, del este al oeste. He aquí la emoción que juntos nos aprestamos a vivir en el momento en el cual el Espíritu Santo bajará sobre este hermano, que recibirá el Sello de Cristo.
He aquí aquellas palabras que hoy nuevamente se viven: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22). Jesús que “sopla” haciendo comprender este Espíritu que procede del Padre y del Hijo, a fin de que hoy recibirá el Espíritu del Cristo Resucitado, pueda “atar” y “desatar” (Mt 18,18), comunicar, ayudar a los hijos a vivir la comunión perfecta con el Cielo, en aquel Ministerio Sacerdotal que lleva a servir a los hermanos y nunca a servirse de ellos (Mt 20,25-28; Mc 10,42-44), para poder siempre estar listos, a disposición los unos de los otros, en este espíritu de servicio que caracteriza esta Madre Iglesia.
He aquí porque a este hermano y a todos vosotros digo: nuevamente hoy en el corazón nos consagraremos al Corazón Inmaculado de María, a fin de que María, la toda Bella, la toda Pura, la Eterna Mozuela, pueda donarnos Sus virtudes; a fin de que este hermano y todos nosotros nuevamente con ello podamos hoy consagrarnos a Su Corazón para encarnar Sus virtudes: el espíritu de servicio que caracteriza María, Su ser Fiel a Dios, Su ser fuerte, humilde, dulce, simple, para que el Espíritu de María que está vivo en esta Tierra de Amor pueda guiarnos, tomarnos de la mano y conducirnos para poder amar y servir a Cristo. Y, como ha hecho el Apóstol, Tomás, poder proclamar juntos «Señor mío y Dios mío»; «Señor mío y Dios mío»; ¡«Señor mío y Dios mío» (Jn 20,28)! Y así sea.