San José y María Santísima nos ayudan a vivir
la verdadera Comunión con Jesús,
Pan vivo bajado del Cielo

Fiesta de San José Obrero
1 de mayo de 2019

Evangelio: Juan Cap 6 vv.48-58.60-63
Homilía del Pontífice Samuele

Queridos niños, queridos amigos, hoy en nuestra Iglesia es más veces fiesta. Hoy festejamos, en este día, la figura de San José obrero, el padre putativo de Jesús (Mt 1,16), aquel que ha ayudado al Niño Jesús a crecer y a hacerse hombre. Luego festejamos el principio del mes de María: y la devoción popular en este mes festeja y honora a María (Lc 1,26-27), para poder imitar Sus virtudes, cada virtud. Y luego, fiesta dentro de la fiesta, he aquí este momento que vivimos con vosotros, queridos niños y niñas, para poder comprender, en esta Celebración dedicada a vosotros, el verdadero significado de la Comunión, de “ser en Comunión con Jesús”, Pan Vivo bajado del Cielo (Jn 6,51a).

He aquí que este nos hace vivir este día con una intensidad particular, viva, para poder desde este día tomar aún más fuerza y vivir la santidad total, que pueda acompañarnos hoy y siempre, cada día de nuestra vida.

San José y María Santísima nos acompañan y os acompañan en este recurrido de santidad, a fin de que ya desde ahora todos – todos nosotros – podamos volver a poner en el centro el Diseño del Padre que ha querido empezar por la familia (Gén 1,27-28; Mt 19,4-6; Mc 10,6-9), primera Iglesia doméstica; y volver a colocar en el centro la familia como fundamento de la vida de todos nosotros. He aquí el ejemplo que San José y María Santísima nos suscitan ahora, hoy y siempre. He aquí nuestro vivo deseo, como padres y como madres – pero aún primero como hombres y como mujeres – de querer imitar a la Santa Familia, de querer imitar para nosotros hombres y papá (incluso en este nosotros los ministros no somos diferentes de la vida de todos, incluso para nosotros es así, como el Padre había establecido al principio). Y entonces se comprende bien el recurrido de ser “hombres” y, para quien lo es, “padres”. Y entonces tener una familia. Y entonces crecer a unos niños así como San José hizo con su pequeño Jesús, creciéndoLo, fortaleciéndoLo, intentando donarLe el ejemplo. Porque este estamos llamado a hacer nosotros los padres. Y no siempre es fácil encontrar el tiempo, los modos para poder dedicar tiempo a nuestros hijos, donarles sobre todo palabras y comportamientos ejemplares a fin de que estos niños puedan crecer teniendo ejemplos, no sólo palabras, para poder hacerse fuertes como Jesús fue fuerte (Lc 2,40).

Jesús ha tenido un gran ejemplo en San José. Y de la misma manera ha tenido un gran ejemplo en María, María Santísima. He aquí el ejemplo para cada mujer (Lc 1,41-42), para cada madre, que está llamada a encarnar las virtudes de María Santísima (Lc 1,46-49). En éste somos facilitados, en este nuestro tiempo, porque hemos tenido esta otra Mujer, verdadero ejemplo de verdadera Mujer, verdadera Madre, que el Padre nos ha dado, nos ha donado. También Ella ha sido llamada a ser familia. Habría podido recibir otro llamado después de haber visto al Niño Jesús a los siete años, así como había ocurrido a muchas otras “videntes” en la historia de Dios que la han precedido. Pero Su tarea esdiferente de las otras “videntes” que la han precedido. Hay más en esta Mujer que una simple “vidente”. El Padre la llamò a ser «síntesis – palabras de Jesús – de los profetas y de los antiguos patriarcas». Un gran misterio de amor esta Mujer, llamada a acoger en Su Corazón al Niño Jesús, a hacerse Cuna Viviente del Niño Jesús. Gran misterio de amor, esta Mujer: para vosotras mujeres, mamás. Y así para todos nosotros: es un ejemplo vivo. Sus virtudes brillan. Ha encarnado las virtudes de María Santísima, animada por su mismo Espíritu que nunca se ha parado. Porque el Espíritu de Dios no se para. El Espíritu de María Santísima no se para y entra en el corazón de quien quiere imitar estas virtudes.

He aquí porque este día es un día de fiesta particular. Y teniendo ante nosotros el ejemplo de San José y el ejemplo de María Santísima aún más podemos comprender el significado de este día a vosotros dedicado, queridos niños, para poder comprender y vivir en el corazoncito qué significa ser en comunión con Jesús, Pan Vivo bajado del Cielo, vivir la verdadera Comunión con Jesús, Pan Vivo bajado del Cielo (Jn 6,48.58).

Las palabras que hemos escuchado, en el Evangelio hoy proclamado (Jn 6,48-58; 60-63), nos ayudan. Jesús en aquel tiempo ha utilizado palabras para intentar hacer comprender a todos la Esencia de Su Persona. Un pueblo poco acostumbrado a lo que es espíritu y muy concentrado en todo lo que era materia y materialidad: éste ha encontrado delante de sí Jesús en aquel tiempo, donde no se conocía el verdadero significado del “Amor”, sino que el amor se vivía como hoy muchos viven el amor: un amor desordenado, un amor que no lleva a la Esencia del Corazón del Padre, Verdadero Amor, sino que lleva a una carnalidad que a menudo aleja del verdadero significado del Amor de Dios, que en el Hijo se manifiesta totalmente (Jn 15,9-10; Rm 5,8). He aquí entonces Jesús que, con Su hablar, con Su actuar, con Su lenguaje, ha debido, con gestos simples y comprensibles para aquellos hombres, acercar todos al “Amor”: Él, el Amor hecho Persona. A todo lo que es Espíritu. He aquí también las palabras escuchadas: «la carne no sirve para nada»; «Las palabras que os he dicho son Espíritu y son Vida» (Jn 6,63).

Nosotros creemos que Jesús es sustancialmente presente en la Comunión que se hace, pero ahora tenemos que reconducir todo a lo que es Espíritu. Estas palabras, en estos tiempos, en esta Iglesia, se cumplen. «Las palabras que os he dicho son Espíritu y son Vida» (Jn 6,63).

Estar en Comunión con Jesús, hacer la Comunión con Jesús significa imitar Su ejemplo en la totalidad, para estar unidos de Corazón a corazón, de Espíritu a espíritu con Su Corazón, con Su Espíritu; y, por consiguiente, imitarlo en la totalidad (1Jn 1,6-7). Este es para vosotros, queridos niños. Y este es para todos nosotros, para comprender ahora el significado de estar en Comunión con Jesús (Jn 6,63-64).

El corazón es uno con el alma que está en el cuerpo y que está en el organismo de cada hombre y de cada mujer. El espíritu es aquella intimidad profunda que ata el cuerpo del hombre con el Espíritu del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Indivisibles alma y espíritu, ambos unidos al Cielo. Corazón, alma y espíritu, aquel espíritu que luego ánima y dona la vida.

Éste ahora, en estos tiempos, estamos llamados a comprender, para ser verdaderos hombres y verdaderas mujeres; y así ser verdaderos cristianos, de Cristo, para imitar a Aquel que es Verdadero Hombre, Verdadero Dios (Mt 11,29; Flp 2,5). Aquel que se ha bajado (Flp 2,6-8), el Pan Vivo bajado del Cielo, para levantarnos hacia el Padre y hacernos ser – tras haber experimentado con el ejemplo ser verdaderos hombres y verdaderas mujeres – hacernos ser verdaderos cristianos, en comunión perfecta con Su Corazón y con Su Espíritu.

He aquí lo que hoy vivimos. He aquí lo que hoy celebramos.

Éste para dar a estos niños la concienciación de lo que se vive ya desde ahora, en su tierna edad. A fin de que este vestido blanco, que os distingue en este día, pueda acompañaros cada día de vuestra vida. ¡No lo ensuciéis! No ensuciar este vestido blanco significa no ensuciar, no manchar, vuestro corazoncito con todo lo que es mal. He aquí porque el Padre nos ha donado los Diez Mandamientos (Ex 20,1-17; Dt 5,6-21). Jesús ha resumido todo en el “Mandamiento del Amor”, para hacernos comprender con palabras simples cómo hacer para que el corazón permanezca puro: «Amarás a Dios, con todo ti mismo; amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22,37-39).

Entonces, para no manchar el corazoncito: [estad] unidos a Dios, unidos a Cristo, Pan vivo bajado del Cielo, con la oración viva, con el comportamiento santo; y al mismo tiempo leales con los amigos, con los hermanos y con las hermanas, sin jamás traicionar, sin jamás hacerlos caer, para que incluso en este la fraternidad vuelva a ser centro de la vida de cada uno de nosotros (Jn 13,34; 15,17; Rm 12,10; 1P 1,22). He aquí porque: nunca peleéis entre vosotros; intentad comprenderos, amaros; intentad obedecer a mamá y papá (Mt 19,19), así como Jesús ha obedecido a San José y María Santísima (Lc 2,51a), para poder ya desde ahora imitar el ejemplo santo de papá y de mamá.

Y he aquí el esfuerzo de los papás y de las mamás, con mayor razón hoy, desde hoy y luego aún más, para poder ser ejemplo en la propia familia, para poder dar a estos niños un ejemplo concreto, tangible. No somos sólo nosotros los ministros a tener que educar a la cristiandad a los jóvenes. Por cierto, esta en nuestra tarea pero la primera tarea es vuestra, queridos papás, queridas mamás. Pasáis más tiempo vosotros con vuestros hijos.

He aquí que de hoy se recomienza – para muchos – para poder aún más ser ejemplo para estos niños y poderles hacer comprender la esencia de vivir la Comunión con Jesús, todos los días, no sólo el domingo: cada día se está en comunión con Jesús, siete días a la semana, 24 horas al día, para poder ahora y siempre vivir unidos a Jesús y a María. Ahora y siempre. Y así sea.