Hijos de este Padre
En el mundo muchos ya no viven el significado auténtico de la palabra “hijos” (Jn 1,12). En muchos corazones ya no se vive el verdadero significado de la filiación y de la pertenencia a Dios Padre, Aquel que todo ha creado y que en el unigénito Hijo se manifiesta (Jn 1,18).
En la Nueva Jerusalén, la Tierra de Amor que Dios ha donado a Sus hijos, el Padre nuevamente ha hecho volver a descubrir esta ligazón, viva, profunda y santa. Aún más el Padre Bueno y Santo, Misericordioso y Justo, quiere que Sus hijos profundicen esta ligazón (Jn 3,16) para poder comprender en la plenitud Su Corazón de Padre, Su Amor de Hijo y Su acción de Espíritu Santo, que de la Nueva Jerusalén se derrama para irradiar Paz, Amor y santidad.
El Padre acompaña a nosotros Sus hijos en este camino, vivo y santo. Un camino que más y más entra y penetra por las calles del mundo. Cuanto más estas calles llegan a ser áridas, tanto más la linfa de los hijos tiene que devolver vida (Jn 17,3), esperanza (1Tm 1,1) y certeza (Hch 2,36). Esta humanidad ya no vive en la certeza divina, santa. Sino que vive en la incerteza y en la angustia humana: una angustia que no ya no deja espacio al vivir, sino que ha llevado muchos a intentar de toda manera sobrevivir, en la espera de llegar luego a la muerte total y final.
He aquí que el rescate cristiano en la Nueva Jerusalén está vivo. En la Tierra de Amor Dios ha preparado su pueblo, aquel Pequeño Resto del Israel de Dios (Is 1,9; 10,22; 37,32; Jer 23,3), que aquí ha renacido y purificado en la acción del Hijo y que, con el Amor Maternal, volverá a llevar nuevamente en el mundo la linfa vital que pertenece a los hijos de Dios.
¡Hijos de Dios! Haced atravesar vuestra certeza en la única Roca que es Cristo (1Cor 10,4). Confortad los corazones y donad alegría viva, a fin de que el mundo pueda ver en el rostro y en el corazón y, sobre todo, en las palabras de quien vive la Cuna de Dios la alegría de vivir Cristo, el verdadero Amor, el Amor hecho Persona, Aquel que manifiesta y encarna el Corazón del Padre (Jn 1,14).
No os dejéis turbar por las angustias de este mundo (Jn 14,1). No os dejéis apagar la gana de vivir por quien ha perdido el contacto con el Corazón del Padre, por quien ya no vive la dignidad y el orgullo de ser, en el Hijo, hijos de este Padre. Sed orgullosos en el ser y dignos en el actuar (Flp 1, 27), así como eran los primeros cristianos, los primeros mártires, que nada temían, ni siquiera la muerte (1Cor 15,55), que enfrentaban cantando, alabando aquel Hijo (Mt 21,9) que por primero había donado la vida.
Éste el Padre ahora nos pide: actuar y hacer vivir a todos la belleza de ser cristianos (1P 1,6); llevar este mensaje de esperanza universal que se funda sobre la única certeza que es Cristo Señor, Roca viva de Su Corazón.
A la Pequeña Cuna del Niño Jesús el Corazón del Padre está vivo y listo para acoger cada hijo (Jn 12,36) que quiere volver a vivir Su Corazón (Lc 15,20); está vivo y listo para inclinarse sobre cada hijo para hacer que de las dificultades se pueda crecer, para vencer y seguir venciendo (Ap 6,2); está vivo y late de Amor por cada hijo que quiere vivir la Iglesia de Cristo, que en la Nueva Jerusalén hará ser todos uno (Jn 17,11) en el único Pastor (Sal 22; Ez 37,24), que donará Amor y Paz, santidad y potencia, justicia y misericordia.
He aquí el rescate cristiano, que de la Nueva Jerusalén (Ap 21,2) ha vuelto a partir para manifestar “autenticidad”. La autenticidad sencilla (que muchos han perdido) de los hijos de esta Iglesia quiere hacer comprender a quien vive de nostalgia, a quien vive de sola tradición, a quien vive anclándose en el pasado que, si no se acoge con docilidad de corazón y humildad de espíritu la voluntad y el proyecto de salvación del Padre, se pierde y se perderá todo (Mt 9,17).
El Padre todo ha desvelado a su Mujer (Lc 12,2), Aquella que ha acogido en Su Corazón nuevamente Jesús. Ella ha perseverado con la humildad viva que La ha caracterizado, siguiendo adelante, guardando en el corazón cada palabra (cf. Lc 2,51b), para donarla e imprimirla en el corazón de Sus hijos, que ahora están listos para manifestar el rescate cristiano, el rescate de los hijos que jamás se han rendido, que jamás se rinden y jamás se rendirán. Nada puede el mundo (Jn 12,31) contra quien está animado por el Espíritu Santo (Jn 14,16-21). Nada pueden contra Dios aquellos que, aunque siendo humanamente fuertes, espiritualmente ya están derrotados (Lc 1,51-54).
Del profundo de nuestro corazón, a Ti, Padre Santo, nuestro gracias (Ef 5,20), hoy y siempre (Flp 4,20; Ap 1,6; 7,12).